Intersección

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     La baja luz rojiza de un foco largo anclado al techo la hizo despertar, le fastidiaba un poco, se cubrió con el antebrazo y giró la cabeza hacia el resto de la habitación al mismo tiempo que enfocaba la vista. Corría algo de viento, quizás la ventilación estuviese alta, así que se arrebujó con su polera púrpura lo más que pudo tratando de abrigarse un poco, aunque esta no le cubriera por completo el abdomen. Veía borrosas siluetas blancas ir y venir en ambas direcciones del pasillo que tenía en frente; eran molestas, raras, prefirió cerrar los ojos y echarse a dormir un poco más para descansar el cuerpo. Dos segundos después, un torrente de pensamientos se le vino a la cabeza, no había regresado a su cubículo departamental en Harkor, era imposible que estuviera en casa, todavía debía seguir en Pantora, tenía que terminar un trabajo, era importante.
     Se despertó de súbito con la respiración agitada, avistó su gorra negra puesta a un costado de su muslo izquierdo y la tomó por la correa con el dedo índice mientras su rostro entumecido luchaba por agilizarse en cada expresión.
     Miró a su alrededor, las paredes grises bañadas por un rojo carmesí tenue la rodeaban por tres lados y, en el cuarto, una pared láser cerraba la única vía de entrada y salida. No tardó mucho en darse cuenta de en dónde estaba y eso hizo que su rostro se pusiera pálido como la leche.

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     —Es por el bien de la República que usted deba llegar a salvo, senadora Chuchi —dijo amenamente el Supremo Canciller Palpatine a través de la holotransmisión. Su imagen holográfica hacía más expresiva su anciana voz cargada de inquietud y los dedos huesos cruzados a la altura del pecho recordaban su postura en una de las intensas y largas sesiones extraoficiales que se habían vuelto más recurrentes con el pasar del tiempo a causa de la guerra.

     —Lo agradezco, en verdad, canciller —agradeció Riyo con una sonrisa en sus labios—, pero con un transporte hubiera sido suficiente... no era necesario enviar una fragata a por mí.

     —Oh, no se preocupe por eso, senadora, era totalmente necesario tratándose de usted —respondió Palpatine—. Cuando nos enteramos de los desafortunados sucesos acaecidos con el barón Khall... temimos que él pudiera tomar represalias contra su persona.

     —Cada integrante del Senado es un pilar importante de la República —agregó Mas Amedda, que estaba al lado derecho del canciller, sosteniendo su característico báculo con la figura de un ave en la punta—. No escatimamos en gastos ante sucesos así.

     —Nos aseguraremos de que su escolta reciba una bonificación por su excepcional servicio —continuó Palpatine—. No me equivoqué al sugerírselo, senadora Chuchi.

     —Por eso le estaré eternamente agradecida, canciller —asintió la senadora.

     —Ahora debemos asistir a una reunión —mencionó Amedda listo para dar por concluida la transmisión holográfica—. Esperaremos ansiosos su regreso.

     Los tres se despidieron con una cortesía propia de la alta clase, aunque Riyo se forzara a sonar tranquila. No había informado del intento de asesinato en contra de la consejera Medarda en la mansión de la duquesa Jarah ni de la captura de la asesina por parte de su guardaespaldas, lo último que quería era que la oficina del canciller dispusiera toda una serie de medidas de seguridad en extremo innecesarias para salvaguardar su integridad. Si por una disputa con el barón Khall habían enviado una fragata clase Pelta a recogerla, no quería pensar qué es lo que harían si se enteraran de ese otro asunto.
     Suspiró en cuanto volvió a quedarse sola en su camarote privado, estaba exhausta, fastidiada, quería echarse sobre la cama y hundir el rostro en las suaves almohadas con las que habían amoblado su camarote. «Un merecido descanso», se dijo con voz risueña y relajada, y se recostó sobre las sábanas como si fuera una niña pequeña; los problemas diplomáticos llegaban a ser demasiado pesados a veces, al igual que el trabajo, así que esos pequeños momentos de quietud eran todo un tesoro a los que no podía negarse.
     Su guardaespaldas había capturado a la asesina repentinamente, la duquesa Jarah no quería tener nada que ver con ella, pero sí se ofreció a seguir acogiendo a Mel Medarda en su mansión porque resultó ser una amiga suya de hacía tiempo. En consecuencia, tuvieron que procesar a la asesina como una criminal menor y programar su traslado hacia Coruscant donde cumpliría condena en una de las prisiones de la ecumenópolis. Dans Ryder se opuso fuertemente a eso, desde el primer momento se negó a dejarla subir a la fragata porque tenía miedo de que pudiera escapar y en su lugar sugirió encarcelarla en el panóptico mayor de Pantora; su opinión, como era de esperarse, no tuvo ningún efecto.
     Lo único que pudo lograr el joven guardaespaldas fue que se aumentara el personal de seguridad de la fragata alrededor de la zona del puente y de la celda asignada para contener a la prisionera; una docena de guardias clon de la FSC no parecía hacer mucha diferencia, pero era mejor que nada.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora