Teniente

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     Dans volvió a tener el mismo sueño de hacía tiempo, el de los tres guerreros con capas blancas, el templo caído y Sumailla en su lecho de sangre.

     En el sueño, sus amigos cabalgaban con él, como había sucedido en la realidad: el orgulloso Martin Cassell, padre de Jory; el fiel Teo Bull; Ethan Glover que también había sido estudiante de John; el alto Marco Sánchez, de verbo amable y corazón bondadoso y amigo de la infancia; don Ávila Castro; el jefe Iskay Túpac a lomos de su semental alazán. Dans había conocido sus rostros tan bien como el suyo propio, pero los años habían erosionado los recuerdos, incluso aquellos que había prometido no olvidar jamás. En el sueño no eran más que sombras, espectros grises cabalgando sobre caballos de niebla.
     Eran siete y se enfrentaban a tres, pero no eran tres guerreros cualesquiera: habían estado esperando ante la torre redonda, con las montañas verdes del Amazonas a sus espaldas, las capas blancas ondeando al viento y no eran sombras, sus rostros seguían siendo claros pese al tiempo: Ehécatl el Jaguar Rojo, con una sonrisa triste en los labios, la empuñadura de su macuahuitl, Yetzel, le asomaba por encima del hombro derecho; inca Antay Rumi tenía una rodilla hincada en el suelo y pulía su alabarda K'unqa Chukuna con una piedra de amolar, en su yelmo blanco el cóndor que era el emblema de su casta desplegaba las alas negras; entre ellos se encontraba el torvo Ah Kaan Ek, la Serpiente Negra, príncipe heredero del clan Xibalbá.

     —Los busqué en la Pendiente —dijo Dans.

     —No estábamos allí —replicó Ah Kaan Ek.

     —Si hubiéramos estado, el Reclamador lloraría lágrimas de sangre —dijo inca Antay.

     —Cuando cayó el Templo del Sol, el príncipe Etzli mató a vuestro rey con una makana dorada, ¿¡dónde estaban entonces!?

     —Muy lejos. De lo contrario Mixcóatl seguiría ocupando el Trono Mayor y ese bastardo príncipe ardería en los nueve infiernos —respondió Kaan Ek.

     —Bajé a Boca del Puma para levantar el asedio —continuó Dans—, el cacique Awki Pacha y el jefe Tlaneci Tlizoc rindieron sus pendones y todos sus guerreros se arrodillaron para jurarnos lealtad. Estaba seguro de que os encontraría entre ellos.

     —No nos arrodillamos tan fácilmente —señaló Ehécatl Jaguar Rojo.

     —Inca Ukumari ha huido a Rocafuego con vuestra reina y con el príncipe Ameyal, pensé que habrían embarcado con ellos.

    —Inca Ukumari es un hombre bueno y honrado —mencionó Antay Rumi.

     —¡Hum!, pero no pertenece a la Guardia Real —aclaró la Serpiente Negra; la Guardia Real no huye.

     —Ni entonces ni ahora —agregó Antay.

     —¡Hicimos un juramento! —bramó Ah Kaan Ek.

     —¡Y esto va a empezar ahora mismo! —dijo Ehéctatl el Jaguar Rojo. Levantó a Yetzel y lo sujetó con ambas manos, las hojas eran negras como la noche profunda y la luz hacía que parecieran tener vida.

     —No... Esto va a terminar ahora mismo —sentenció Dans Ryder.

...

..

.

     La alarma del despertador resonó por toda la cabina con un ruido intermitente y fastidioso, chirriante e insoportable. Dans levantó la mano y golpeó el botón de apagado con algo de fuerza; moría de sueño, eran las seis de la mañana, se había olvidado reprogramar la hora para las siete.
     Lara le pateó el muslo en protesta sin abrir los ojos, estaba escondida bajo la sábana azul y no quería salir todavía.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora