El Cañón

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     —Eso sí que es un abismo —dijo Akali, con asombro y curiosidad, parándose al borde de un acantilado para ver si este tenía fondo. Al asomarse, solo se encontró con una imagen estremecedora: una oscuridad profunda ahí donde se suponía que debía estar el suelo. Sintió un escalofrío álgido recorriéndole la espalda cuando el viento sopló detrás suyo.

     —Al menos ya no estamos en el desierto —replicó Dans. Estaba feliz de haber dejado atrás las grandes dunas del páramo eterno, aunque estas solo estuvieran a veinte metros de distancia de él. Miró por encima del hombro y vio el espectro blanco de la arena invitándolo a regresar; incluso había un poco bajo sus pies, pero a medida que avanzaban, la roca iba tomando su lugar.

     Alcanzar el brazo montañoso en la tarde del cuarto día de viaje había sido un alivio, pensó que lo haría recién mañana, pero a veces la suerte jugaba con él. El único problema era atravesar el gran cañón que tenían delante, con sus desfiladeros, corredores, paredes y caminos estrechos de roca volcánica, metamórfica y sedimentaria que llegarían a confundirlos si no prestaban atención. Era un enorme obstáculo que sortear antes de llegar a las elevaciones de la montaña.
     El sitio podía volverse un laberinto, lo sabía bien, tendrían que andar con los ojos bien prestos al camino, cualquier desvío significaría perderse y el eco que se generaba en cada esquina haría imposible que se volvieran a ubicar en caso de que se separasen, así que andar cerca era la mejor opción.
     Una vez más, miró hacia el desierto, el viento levantó un pequeña estela de arena... o eso creyó, quizás solo fue una ráfaga fugaz, pero la arena se arremolinaba de forma extraña. No quiso darle más vueltas al asunto y se dirigió hacia el camino medianamente angosto que conducía al interior del cañón.

     —Vamos —instó—, hay que avanzar todo cuanto se pueda, recuerda que aquí oscurecerá más rápido, así que el tiempo vale oro.

     —¿Cuán profundo crees que sea esto? —preguntó Akali sin despegar los ojos del abismo.

     —A juzgar por lo que veo... puede que sean kilómetros de profundidad. Yo que tú me alejaría del borde. Caerse ahí no sería nada bonito.

     —Ni que lo digas... —comenzó a caminar detrás de él a la par que observaba cada detalle del lugar—. Una vez escuché de un tipo que se suicidó al lanzarse a un sitio así. Cuando un droide sonda bajó a buscar su cuerpo, lo encontró empalado en una roca, fue grotesco pero cool.

     —¿Cómo puede ser cool ver a alguien morir de esa forma?

     —No lo vi morir, eh —se defendió—; solo vi las imágenes que el droide nos mostró cuando regresó.

     —¿Nos? —Dans frunció el entrecejo—. ¿Había más gente contigo en ese momento?

     —Ah, sí, mucha gente; yo estaba en un bar —señaló Akali levantando el dedo índice—. Y lo que pasó era una novedad.

     —¿Qué quieres decir con eso? —giró hacia la izquierda, entrando a un corredor estrecho por el que solo podía pasar de costado.

     —Es que prácticamente nadie, y digo nadie —recalcó—, se había suicidado en ese lugar. La mayoría de los que lo hacían preferían lanzarse a los contenedores de ácido que resultaban de los desechos de la mina de coaxium que había cerca al asentamiento, otros se inclinaban por darse un tiro y había otros que se entregaban como ofrendas a un sarlacc a dos klicks de distancia.

     —¿Qué es un sarlacc? —inquirió Dans, intrigado.

     —¿No sabes qué es un sarlacc? —Akali alzó las cejas sorprendida—. ¿¡En serio!?

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora