Yermo

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     La seriedad se apoderó de sus rostros en cuanto la nave pasó a modo de alerta. «Arribo en aproximadamente: cuatro minutos», dijo la voz del piloto a través del intercomunicador del área de carga de la nave. La tropa alistó armas, aseguró sus cascos y revisó las mochilas propulsoras en cada espalda. Todo en orden.

     Debía ser una misión rápida: entrar y salir. Como habían hecho ya centenares de veces en decenas de subsectores del Borde Exterior. Los mapas, actualizados; el equipo, nuevo. La condición climática era el principal problema: debían ascender rápidamente el lado noroeste de la elevación e ingresar en la fábrica por uno de los tres acceso posibles antes de que el regulador térmico de sus armaduras consumiera toda la energía de las celdas; luego, desviarse en dos grupos hasta el generador principal, llenarlo de detonita y regresar a las naves antes de que el complejo explotara por todo lo alto.
     «El grupo de los Crayt se cepillará a los droides», pensó. La condesa lo había puesto a cargo, su honor y título estaban nuevamente en juego, si quería liderar a su clan un día entonces no debería errar. «Fallar está prohibido». La turbulencia marcó su aproximación; todos se pusieron alerta y a la escucha.

     —All, Rust y Og'der tomarán el flanco derecho —dijo—. Sansa, Stina, y Brecker, el izquierdo. Los demás vendrán conmigo en el centro.

     —Capitán Mun —intervino Sansa—. Recibimos confirmación de la segunda escuadra. Los Crayt acaban de arribar a la plataforma superior de la fábrica.

     —¡Oh, sí! ¡Es hora de romper hojalatas! —exclamó All, su temperamento aventado era perfecto para la vanguardia. Y su complexión física era la de un tanque. Noventa y siete kilos de puro músculo y fuerza bruta.

     —No te emociones mucho —sugirió Tryer—, es una misión rápida; mientras menos combate, mejor.

     —Ya saben, chicos —intervino Rust—. El que menos hojalatas mate paga la ronda completa.

     —Ebrios —bufó Stina. Arqueando los ojos bajo su casco azul.

     —Deberías venir con nosotros de vez en cuando, primor —exclamó Rust con tono pícaro—. Podemos hacer cardio de muchas formas. ¿Qué necesito para que te vengas conmigo?

     —Lo primero: ser hombre —le contestó.

     La tropa lanzó una carcajada cargada de burla fría.

     —Eh, cállense ya —ordenó Tryer—. Acabamos de llegar.

     —Abriendo compuertas —resonó la voz rasposa del piloto a través del intercomunicador.

     Las compuertas de la nave se abrieron de par en par, dejando entrar el frío y la nieve que se impregnó en las armaduras con algo de sequedad. No se veía nada, todo estaba oscuro, negro como el vacío del espacio sin estrellas. La poca luz del interior alumbraba unos cuantos centímetros, pero nada más.

     —Visión nocturna —indicó Tryer, a la par que presionaba un botón en la extensión de su casco para habilitar la función—. Procuren que la tormenta no se los lleve. 

     —No se preocupe, jefe —dijo All.

     Tryer les echó un vistazo rápido, tensó los músculos y esperó la señal de confirmación del piloto para que saltaran y volaran hasta la plataforma de destino. Algo de adrenalina le cosquilleó el pecho.
     «Saltos en tres... dos... uno... ¡Ahora!», exclamó el piloto.
     La tropa obedeció al instante y se abalanzaron sobre la negrura invernal.
     El impulso de sus jetpack se vio como destellos en la oscuridad. Puntos de luz en medio de la noche y la ventisca, avanzando en formación de flecha hacia la enorme estructura que se alzaba como una sombra más lúgubre que el resto; enfrentando la turbulencia y el viento.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora