Caverna

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     La nieve les llegaba hasta las rodillas, el frío penetraba por los abrigos y la visibilidad era casi nula; solo la luz del farol improvisado lograba guiarlos en la ventisca. Dans iba delante, Riyo estaba aferrada a él; no debían soltarse, el viento era demasiado fuerte. Avanzaron a horcajadas, apoyándose en la pared de roca negra que tenían a la izquierda. Un poco más y llegarían a la entrada a la caverna. Podían verla, a solo unos diez metros, la boca oscura en la base del pico helado se revelaba para ellos.
     La pared comenzó a temblar, Dans supo inmediatamente lo que era y alzó la voz.

     —¡Avalancha!

     La desesperación les recorrió el cuerpo, y comenzaron a correr cuanto podían. El suelo bajo sus pies temblequeó con fuerza, el rugido de la nieve y el hielo precipitándose hacia ellos era como el clamor de una bestia gigantesca, morir aplastados era una idea que aterraría a cualquiera.

     Dieron dos zancadas y Riyo tropezó con una roca escondida bajo la nieve. Dans se giró para ayudarla, no le había soltado la mano, pero la herida cauterizada en su brazo derecho comenzó a arderle por el esfuerzo del estirón.

     —¡Resiste! —le dijo. Apretó los músculos de su abdomen para hacer fuerza, la levantó de entre la escarcha y la empujó dentro de la cueva justo en el momento en que la avalancha taponeaba la entrada con toneladas de hielo y roca.

     La senadora cayó de bruces sobre el manto blanco.

     El estruendo paró, pequeñas piedrecitas cayeron del techo de la cueva y el silencio se sentó en la oscuridad.
     Riyo se levantó torpemente a la vez que se sacudía la nieve del cuerpo. El corazón le latía a mil por hora y el vaho de su aliento se elevaba en el aire.

     —¿Agente? ¿Agente Ryder? —preguntó sin recibir respuesta. Buscó desesperada la luz del farol hasta avistarla a un par de metros a su espalda. Por suerte no se había apagado aún.

     Caminó hasta ella y alzó, alumbrando las frías paredes cavernosas a su alrededor. Dirigió el fuego hacia la entrada cubierta de rocas y divisó un montoncito de nieve que se retorcía y esparcía.

     Llegó hasta él, lo ayudó a salir de la nieve y colocó el farol en medio de ambos para que se abrigaran las manos.

     —Genial... —masculló Dans mientras veía por encima del hombro—. Estamos atrapados.

     —D-Debe haber otra salida —tartamudeó Riyo.

     —Espero que la haya. No quiero sonar pesimista, senadora, pero es posible que lo que sea que haya provocado el derrumbe también haya causado deslizamientos en otras zonas de la montaña, bloqueando otras salidas —se quitó la mochila de la espalda y empezó a hurgar en ella—. El aceite está por acabarse, durará unos veinte minutos más o menos, luego estaremos a oscuras. Pero —esbozó una media sonrisa, como si tratara de animar la horrible situación— por suerte tenemos linternas de mano. —Sacó dos de ellas: se quedó con una y le entregó la otra a Riyo—. Las baterías están cargadas, pero no las usemos hasta que se termine el fuego.

     —Entendido —contestó la senadora—. ¿Cuál es el plan?

     —El plan es trazar un mapa del sistema de cavernas en el que estamos con esto —sacó un dispositivo pequeño, parecido a una antena unida a un receptor—: un sistema de ecolocalización.

     —¿Ecolocalización?

     —Sí.

     —¿Por qué cargarías con algo así si se supone que estábamos en una misión diplomática? —inquirió extrañada. Le parecía extremadamente inaudito. Loco. Sin sentido alguno.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora