Pasillos

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     Dans sintió un ligero peso mecerse sobre él; una calidez tierna trayéndolo de entre las sombras en las que había quedado dormido. No veía nada, los párpados le pesaban y se le hacía muy difícil abrirlos. Notó que estaba levemente semirrecostado sobre un colchón de espuma cómodo; quiso mover los brazos, pero su cuerpo entero seguía entumecido. Trató de recordar qué había sucedido, hizo un esfuerzo y rememoró los últimos instantes que había permanecido consciente: las luces, el silencio y el beso frío del metal en su rostro, todo a la vez... Se alivió al darse cuenta de que ya no le dolía la cabeza. Respiró profundamente y sintió un tacto suave acariciándole el pecho y el abdomen, cálido y reconfortante, junto con un aroma dulce. Abrió los ojos lentamente y lo primero que vio fue el techo metálico, oscuro, recorrido por una red de conductos que desaparecían en la pared posterior junto a un brazo mecánico sin energía en una esquina a la izquierda. Era más que obvio que el lugar había estado abandonado durante mucho tiempo.
     A ambos lados, la tenue luz de un par de lámparas iluminaba pobremente el cuarto; las ventanas estaban polarizadas, de modo que solo se podía ver el pasillo de dentro hacia afuera, lo que daba privacidad. Desvió la vista hacia el lado derecho, una fila de camillas amplias se ordenaba hasta alcanzar un muro repleto de frascos e insumos extraños al fondo y un grupo de pantallas apagadas cubiertas de una fina capa de polvo se sostenían desde un agarre que salía del techo. Una serie de delgadas mantas le cubrían, y a su costado, sobre el espaldar de una silla de metal, estaban su gabardina y su cinturón táctico, y los dos blásteres puestos sobre una mesa anclada a la pared. Algunos cables caían del soporte posterior, aunque no tenían energía en las líneas de cobre.
     Quiso levantarse, pero los músculos se le resintieron y no le quedó de otra más que quedarse tal y como estaba... hasta que avistó una tersa cabellera color morado pastel arremolinándose sobre su hombro derecho. Bajó la mirada lo más que pudo, sus ojos aún estaban cansados y el calor sobre su cuerpo parecía moverse, y entonces, como una ligera descarga eléctrica, se agitó un poco al encontrar el bello rostro de la senadora descansando plácidamente sobre su pecho, con la frente bajo su mentón y el cuerpo desnudo.
     La impresión le demandó mucha energía, seguía demasiado débil, prácticamente estaba hecho un lastre y cerró los ojos por el agotamiento; un revoltijo de pensamientos invadió su mente antes de caer en sueños: ¿qué?, ¿por qué?, ¿cómo? Se puso nervioso, y el corazón le empezó a palpitar.

     El sueño había sido largo y tendido, pero un ligero movimiento la sacó de él. Había estado exhausta, demasiado, y el susto que tuvo horas atrás había sido terrible para ella.
     Tomó aire y bostezó, su cuerpo se sentía ligero como el viento, y no le dolía nada. Abrió los ojos, quería seguir durmiendo, pero sabía que no podía hacerlo. Se levantó un poco hasta que la manta que la cubría se deslizó por su espalda dejándola al descubierto, la brisa gélida del lugar le provocó un temblequeo inmediato y la impulsó a acurrucarse una vez más; arrebujándose con las telas cálidas.
     Un sonrojo intenso se pintó en sus azuladas mejillas cuando vio el fuerte pecho sobre el que estaba recostada; quiso separarse raudamente, pero recordó lo que había pasado. Su escolta aún seguía dormido, su rostro demacrado y dolorido hizo que se le apretujara el corazón y pensó que necesitaba más descanso después de todo. El silencio colmó la sala al instante, y agradeció a la diosa de la Luna por haberle permitido hallar la bahía médica en una situación tan crítica. Pero ¿cómo se lo explicaría a su escolta cuando despertase? Esa duda le daba vueltas en la cabeza, sabía que él la comprendería... o eso esperaba. Levantó su rodilla hasta más o menos a la altura del abdomen de Dans y se quitó el último tocado que llevaba puesto; su cabello se liberó como las olas del mar al hacerlo. Las cicatrices no pasaron desapercibidas; no podía verlas todas a causa de la poca luz, pero sí que las sentía por medio del tacto. Quedó indecisa, la curiosidad la mataba, unas ansias de indagar sobre ellas le cosquilleaba las manos hasta que no se pudo resistir. «No se molestará si lo hago...», pensó, aunque después de todo quizás ni se daría cuenta al estar dormido, y recorrió con la yema de sus dedos parte del torso de su escolta. Las marcas se alzaban como pequeñas colinas en la piel, de diferentes tamaños y formas, y sentía que muchas habían sido dolorosas. Halló sin querer un grupo de ellas que parecía seguir un orden definido: cuatro filas y cuatro columnas, doce en total, ¿por qué alguien se haría algo así por voluntad propia? O quizás era todo lo contrario, pensó que tal vez pudieron haber sido hechas por la fuerza; la simple idea de ser forzada a sufrir algo así le revolvió el estómago, y tuvo miedo por un segundo.
     El cuerpo de Dans era firme, tonificado y cálido, no pudo evitar acomodarse un poco, teniendo sumo cuidado de no presionarle la herida que ahí tenía. Una sensación de vergüenza le brotó en el interior, ¿qué diría la gente si la alguien la viera en esa posición siendo ella una alta y respetada senadora? Creyó sentir miradas negras juzgándola, voces susurrando a sus espaldas, pero no era más que su imaginación. Giró la cabeza hacia el otro lado y vio un grupo de líneas oscuras asomándose por el hombro derecho de su escolta, justo encima de la horrible herida cauterizada; era un tatuaje, una cara rara que parecía ser un sol grabada hace mucho tiempo. Se asomó para verlo mejor; sus pechos desnudos se deslizaron sobre el torso de Dans con delicadeza y recorrió las formas extrañas del dibujo. La intriga era más grande ahora, ¿qué clase de agente le había asignado el canciller Palpatine? No lo sabía, pero decidió que investigaría por su cuenta una vez que regresara a Coruscant... hasta que recordó que Ahsoka lo conocía a él, eso significaba que estaba más relacionado con la Orden que con el gobierno, y solicitar información al Consejo Jedi era algo engorroso y con pocas probabilidades de éxito. Posó su mano sobre la almohada blanca, justo al lado del rostro de Dans, y sintió un pequeño pinchazo frío; cuando se fijó más de cerca, se encontró con una cadenilla metálica alrededor del cuello de su escolta con el dije sobre la tela blanca. Se sentó a horcajadas sobre él y levantó el dije para mirarlo con ayuda de la poca luz que irradiaba de las lámparas: tenía la forma de un sol, con un gran hueco en el medio y era de un color dorado precioso. Notó que le apretaba el cuello, así que deslizó sus dedos por debajo de los eslabones hasta encontrar el gancho, lo abrió, separó los extremos y colocó el collar sobre la mesa en la que estaban los blásteres.
     «Descanse... agente», susurró al silencio. No había mucho que hacer, solo esperar.
     Percibió el intenso latido del corazón de su escolta retumbando como un tambor hondo y vasto, y posó su mejilla sobre su pecho para oírlo mejor. Era reconfortante, por alguna razón le hacía sentir segura y le daba paz. «Menos mal estamos a solas», siguió pensando; y se acomodó sobre él una vez más, refugiando el rostro bajo su mentón. Nunca había estado tan cerca de un hombre como en ese mismo momento, ¿qué debía hacer? Sus cuerpos desnudos le hacían pensar en otras cosas, se resistía a eso, pero le tentaba imaginárselo por dentro. Miró fijamente los labios de su escolta, casi como si le hipnotizaran y la impulsaran a hacer algo, y cuando se dio cuenta ya estaba frente a frente sobre él, a pocos centímetros de fundirse en un beso. El vaho de su aliento se difuminaba en el aire, la respiración se le agitó, el cuerpo comenzó a arderle y cosquillearle, y los pezones se le endurecieron al momento. Posó su mano sobre el mentón de Dans y se acercó lentamente, sabiendo que ese iba a ser su primer beso.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora