Robo

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     —"Ve... consíguelo..." 
     —"¡No!"
     —"¡Hazlo!"
     —"... nos destruirás a todos..."
     —"¡Eras mi hermano!"
     —"¡El holocrón!"
     —"¡Dans, mírame! ¡Sal de ahí!"
     —"Era malo tenerlo entre nosotros."
     —"... te dará las respuestas."

     —¡Ah! —se despertó con un grito a mitad de la noche. La amalgama de voces que oyó entre sueños aún retumbaba en su mente con fuerza. Se agarró la frente y se secó el sudor, la leve luz nocturna que entraba por las rejillas de la ventana chocaba con su torso desnudo dibujando una larga sombra suya sobre el piso; miró hacia un costado mientras tronaba los huesos de su cuello para relajarse y suspiró—. Menudo problema.

     Habían transcurrido varias semanas desde que asaltaron las instalaciones del doctor Vindi en Naboo. Dans pasó dos días durmiendo como consecuencia del virus Sombra Azul que entró en su cuerpo. Dejó de ver a Ahsoka y a Anakin poco tiempo después, la guerra había sumido a toda la galaxia en una grave crisis y los noticieros transmitidos por las pantallas de todo Coruscant no hacían más que incrementar la inseguridad de la gente. A cada hora se reportaban victorias y derrotas, los mundos del Borde Exterior tomaban bandos aquí y allá, pero quienes más terminaban sufriendo eran los mundos neutrales. Dans había procurado no inmiscuirse en sus asuntos y estaba muy inseguro de cuánto tiempo más le permitirían quedarse en el templo, por lo que comenzó a recorrer las calles cada vez que tenía oportunidad. 
     Los días eran ligeros y lentos, no descuidó su condición física y siguió entrenando dentro de la cabina en la que se estaba instalado, había aprendido conceptos básicos de cómo pilotar un caza estelar viendo a los pilotos clones que aparcaban en una zona de aterrizaje cercana al templo. Todo parecía haberse vuelto monótono y tranquilo en su vida, pero podía sentir la mirada siempre atenta y sigilosa del maestro Windu cada vez que caminaba por los pocos pasillos en los que se atrevía a andar.
     Las pesadillas no habían dejado de acosarlo las últimas noches, soñaba con una secuencia borrosa de imágenes que se desvanecían repentinamente cuando abría los ojos, escapando de su memoria tan pronto se ponía de pie. Aquellos duros sueños se iban dejándole un dolor de cabeza, que al inicio fue ligero, pero que con el pasar de los días se fue incrementando. Dans pensaba que solo era el estrés de su autoencierro o que eran meros rezagos de los síntomas que sufrió cuando contrajo el virus, pero esas pesadillas siempre terminaban igual, con un susurro leve de una voz senil y rasgada que le incitaba a encontrar algo que él desconocía; un holocrón.

     Llegada la mañana abandonó su cabina para dirigirse a un emporio cercano a la alameda que conoció la primera vez que anduvo por Coruscant junto a Ahsoka; acomodó su gabardina, enfundó su improvisado cuchillo y atravesó el pasillo sin dilación, no entablaba conversación con nadie y saludaba por pura cortesía, notando siempre las expresiones que los jedi ponían cuando cruzaban esas efímeras palabras, aunque le era difícil hacer eso con aquellos que no fuesen humanos. Descendió una escalinata que daba a la gran sala inicial del templo, que era la primera que todos se encontraban cuando ingresaban en él y curiosamente era también una de las más grandes, apresuró el paso y al momento de voltear hacia el lado derecho para llegar al umbral de la entrada, chocó con un droide de servicio que acompañaba a una anciana maestra jedi que también pasaba por ahí.

     —Lo lamento —dijo Dans ayudando a reincorporarse al pequeño droide sirviente LEP que chillaba de molestia.

     —No te preocupes, los accidentes nos pasan a todos —respondió la maestra Jedi con una agradable y calmante voz—, ¿llevabas prisa, no es así?

     —Sí —respondió Dans mientras acomodaba su largo abrigo como algo que hacía casi involuntariamente y por costumbre.

     —Oh, tú debes ser el joven que ayudó al maestro Obi Wan en Naboo —mencionó la anciana—. Recuerdo haberlo oído hacerte una mención, pero no esperaba encontrarme contigo. Soy la maestra Jocasta Nu, me ocupo de los archivos bibliotecarios del templo —sonrió con el agrado sabio que solo los largos años le otorgan a una persona.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora