Salida

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     Era la segunda vez que pisaba los pasillos del Senado y le hubiera gustado hacerlo sin dos guardias de armadura azul escoltándolo a ambos lados; se le hacía incómodo verlos, parecían robots, no hablaban, ni siquiera un murmullo. Solo caminaban y lo guiaban a través de las finas y lujosas paredes llenas de luces y ventanales hermosos.
     Muy diferentes al droide de protocolo que iba delante.
     El Edificio del Senado le pareció un laberinto interminable de cuartos, oficinas, cámaras, salas, estancias y habitaciones destinadas a todo tipo de administración burocrática y quién sabe qué cosas más. Le causaba algo de desgano ver a tanta gente vestida con las mejores telas; veía señoritas rodianas portando trajes de terciopelo azul, verde y morado, junto con redecillas de plata y piedras preciosas; quarrens con insignias de oro que llevaban diamantes incrustados, incluso trandoshanos con capas rojas como los tapices de un castillo.
     Mucha riqueza, demasiada, pero no era de extrañarse. El Senado era el punto central del gobierno de la República, era normal que todos aquellos que estuvieran dentro de aquel complejo en forma de hongo vistieran tanta elegancia. Incluso los droides eran lujosos, con sus cuerpos metálicos tan bien pulidos que cuando la luz reflejaba en ellos, brillaban.
     Caminaron a lo largo de un pasadizo curvo adornado por maceteros llenos de plantas exóticas que él jamás se habría imaginado que existieran; hasta que alcanzaron la puerta doble de la oficina de la delegación de Pantora.
     Los guardias presionaron un botón del panel y esperaron a que una luz verde se encendiera. Cuando eso pasó, las puertas se abrieron y le hicieron una señal con la cabeza para que ingresara a la oficina. Dans lo hizo sin importarle el claro desdén que los guardias sentían por él, no necesitaba verles a los ojos para saberlo.

     El lugar no era menos elegante que los pasillos, había adornos esparcidos por cada estante, mesa y soporte en las esquinas, incluso rosetones sobre la iluminación del techo. A su derecha, cinco pedestales de mármol sostenían cada uno una efigie o ídolo, seguramente parte de la cultura de la senadora; y las amplias ventanas recorrían el lado opuesto de la habitación hasta otro despacho, separado de la sala principal por una pared fucsia.
     Una secretaria de piel azul con marcas amarillas en el rostro apareció de aquel lugar, con las manos juntas; invitándolo cortésmente a que lo siguiera hasta la otra habitación. Así lo hizo, se acomodó la gabardina lo más que pudo y la siguió.

     La luz de la mañana le cegó los ojos brevemente a la par que la regia silueta de una dama tomaba forma en medio. Parpadeó lo menos que pudo y mantuvo el semblante serio, protocolar (o lo que él pensaba que debía hacer), hasta que puedo verla con claridad.
     Aquella senadora le pareció un ángel frío bajado del cielo; sus ojos amarillos con vetas negras y el hermoso y bien peinado cabello lila bailaba en equilibrio con el tono de su piel. Llevaba un tocado dorado en el pelo y un vestido carmesí hecho a la medida, lleno de distintivos color ámbar claro  y unos anillos de oro en la mano izquierda.
     Pudo sentir su mirada penetrante atravesando los tres metros que le separaban de ella; aún estando sentada y detrás de su pardo escritorio, parecía imponente, con el mar de edificios a sus espaldas. Si la hubiera visto de esa misma forma la primera vez que pisó Coruscant, habría creído que ella era la reina del planeta entero.
     Apretó el puño, trató de serenarse y mostró cuanto respeto pudo. 

 

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Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora