Álgido

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     El silbido gélido de la ventisca y la nieve entrando lentamente por la grieta en el casco le hicieron abrir los ojos. Tenía la nariz congelada al igual que las mejillas, y sentía los párpados duros como piedra, se le hizo difícil parpadear. Todo el cuerpo le dolía, como si los músculos se le hubieran retraído, y no veía más que montones de escarcha alrededor; no sabía por cuanto tiempo había estado dormida inconsciente. Casi todo lo que quedaba de la cabina de mando estaba enterrada en la nieve, y el techo formaba una especie de pequeña cueva metálica inclinada hacia abajo. La escasa luz de fuera se escurría por las aberturas, huecos y hendiduras de lo que sobresalía de la pared. Miró al costado, hacia la derecha, y logró distinguir nublosamente la figura del droide piloto, despedazado, hecho chatarra, con los cables colgando de lo que quedaba de su cuerpo.
     Trató de moverse un poco, pero el cinturón de seguridad estaba frío y le presionó el pecho; debía quitárselo. Tomó un poco de aire e hizo fuerza para sacar las manos de entre la nieve, casi le pareció que se romperían en mil pedazos por lo frío que estaban. La palidez estaba esparcida por toda su piel azul, y el otrora fino vestido rojo ahora estaba lleno de rasgaduras deshiladas.
     Desabrochó el cinto y se precipitó hacia el manto blanco, hundiendo su rostro sobre un poco de nieve suave cuando llegó al suelo. Moría de frío; el vaho de su aliento desaparecía con las brisas de aire que atravesaban de un lado a otro.
     Hizo algo de fuerza, se volteó y sentó; y dejó que el escalofrío de su cuerpo recobrando un poco de calor le remeciera por dentro. Las manos y el mentón comenzaron a temblarle bruscamente; no veía nada más alrededor, estaba sola.
     Se abrazó los brazos intentando abrigarse de alguna forma y se puso de pie; tenía una fuerte jaqueca que poco a poco fue calmándose hasta que solo se preocupó por no aterrarse. Los pies apenas le respondían, pero era suficiente como para dar un par de pasos hacia adelante.
     Asomó la cabeza por una de las grietas del casco de la nave y solo vio un infinito oscuro cubriendo una llanura blanca; todo era demasiado opaco, la calígine no le permitía ver más allá de unos cuantos metros. Se habían estrellado al pie de una montaña glacial; era desolador; y entonces...
     «Ryder...». Se volteó lo más rápido que pudo hacia los asientos, intentando no caerse mientras ascendía de nuevo la pequeña loma blanquecina a zancadas. Tenía las piernas hundidas en la nieve hasta las rodillas, pero logró llegar al panel de control destrozado; se asió a un borde y alcanzó el asiento. Movió los restos del droide a un lado haciendo espacio para pasar a la parte posterior, al asiento donde había estado su escolta, pero el lugar estaba cubierto totalmente por la escharcha gélida.
     Avistó la cabecera de la silla asomándose levemente y de un salto corto pudo apoyarse en el espaldar del asiento del copiloto. El espacio que quedaba era estrecho. Estiró las mangas de su vestido para envolverse las manos y comenzó a escarbar en la nieve, quitándola poco a poco hasta que pudo airear el rostro del chico. Removió otro tanto, lo suficiente como para liberar los brazos, y tiró de él hacia arriba; peleando contra la nieve para sacarlo del entierro frío.
     Se detuvo; seguía adolorida y no podía hacer mucho esfuerzo o sufriría un calambre en el torso. Bajó de nuevo hasta la altura del espaldar del piloto y siguió escarbando, esta vez hasta sacar a la luz parte del vientre del chico. Quizás ahora sí podría sacarlo del todo.
     Volvió arriba, sujetó una vez más los brazos de su escolta y volvió a tirar. El cuerpo de Dans se asió lentamente hasta que quedó libre por completo; y entonces sintió un alivio enorme invadiéndola de repente.
     Relajó las manos, calmó su aliento y se cernió sobre él con algo de agitación.

     —Agente, agente —tartamudeó en voz baja por el frío que le calaba hasta los huesos—. ¿Me oye...? D-Despierte... despierte, por favor... —le palpó las mejillas, no había calor en él.

     Acercó su rostro al suyo; aún respiraba, pero era débil. Le quitó la escarcha de la cabeza y la cara y se deslizó con él en brazos hasta la base de la pequeña elevación. No se movía, nada, ni siquiera un espasmo ahogado. Revisó alrededor buscando un lugar en el cual refugiarse del frío, ignorando la bruma y los tembleques que la azotaban, y divisó la puerta de su camarote al fondo de la sala de reuniones cubierta de nieve; podría entrar por el resquicio, no parecía haberse colmado por la ventisca. Tendría que atravesar a tientas, el camino era corto pero tedioso, algunos filos de las placas metálicas podrían cortarla y no sabía cuantas cosas estarían enterradas por la alfombra pálida.
     Pequeñas chispas caían de vez en cuando de los cables rotos, adornando el pequeño tramo.
     Avanzó con dificultad tratando de no hundirse hasta que alcanzó el borde de la puerta medio abierta. Ojeó el interior, estaba seco, dos grandes cajas habían logrado cubrir la base hasta la mitad impidiendo que la nieve atiborrara el interior y la fuerte cubierta de las paredes habían logrado mantener una esquina casi intacta; a pesar del fuerte estrépito cuando se estrellaron.
     Tensó los músculos del vientre e ingresó arrastrándose, resbalándose por la loma blanca hasta que logró sentir el piso metálico bajo ella. Luego, tomó los brazos de Ryder y jaló de él hasta hacerlo entrar también.
     Una pequeña luz parpadeaba todavía, puede que quedara algo de las fuentes secundarias de energía que habían sido incorporadas a la estructura exterior de su camarote; solo necesitaba encontrar el interruptor de emergencia... «No, primero lo primero», se dijo; y regresó hacia su escolta que seguía inconsciente, con algunos moratones en el rostro. Abrocharse los cinturones de seguridad les había salvado la vida. Por poco.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora