Atisbos

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     Los truenos del exterior resonaban por las paredes de piedra. El viento, frío como el hielo, recorría cada espacio acariciando los cabellos de Anakin, bajo la atenta mirada de las sombras, que tomaron apariencia cálida.

     —Despierta, hijo —se oyó a una mujer. Recorrió sus dedos por la frente del jedi—. Tengo que decirte un secreto...

     Anakin abrió los ojos pasmado.

     —¿¡Quién anda ahí!? ¡Quién anda ahí dije! —se sentó en la cama intentando buscar con la mirada el origen de la voz.

     —Soy yo, Ani. Tu madre.

     No lo creía, estaba incrédulo, su rostro se puso pálido y se reincorporó manteniendo una posición de defensa y cautela, tanto como era capaz de sostener por el asombro.

     —¿Qué clase de hechicería es esta? —preguntó. Giró en torno a ella manteniendo una distancia prudente—. Estás... muerta.

     —Nunca nada muere en realidad, hijo mío —se le acercó con pasos suaves—. Tengo un secreto que decirte.

     —Pues dímelo —había un dolor de antaño emanando desde su corazón.

     —Todo lo que has hecho, todo lo que has aprendido... te ha traído aquí.

     —Seas lo que seas... mi madre está... —hizo una pausa— está muerta.

     —¿Y te culpas por eso? —dijo con empatía, sus palabras eran cálidas y amorosas, dulces y llenas de compresión sublime—. Tu entrenamiento te ha hecho bien, Ani, pero eres más que un jedi. Dime, ¿dónde está tu dolor? para que lo haga desaparecer...

     —Llegué... tarde... para salvarte —contestó. Bajó la guardia dejándola acercarse a él. La imagen de su madre le agarró la mejilla, dándole una caricia que el jedi no había sentido en muchos años—. Yo... fracasé como jedi y te fallé a ti.

     —¿Por qué?

     —Probé la venganza cuando maté a tantos para vengar tu muerte —la ira se le escapaba en las palabras.

     —Debes darte cuenta de que tu culpa no te define, hijo mío —le dio un abrazo y continuó—. Tú defines tu culpa.

     Las sombras de la noche bailaban entre las esquinas, escondidas de los pequeños destellos de los relámpagos de fuera.

     —El único amor... que siento en el corazón, vive esclavo de lo que pasaría si lo olvido —su mente estaba más tormentosa que las tempestades del exterior. Cada pensamiento que se le atravesaba era como una daga perforándole el corazón.

     —Entonces no es amor... es una prisión —le dijo. 

     —Pero... tengo una esposa —se defendió—. La conoces, ella es todo para mí.

     —Ella no es tu destino.

     —¡Pero la amo!

     —¡No! —gritó la imagen de su madre mientras se separaba de él. Los rayos azotaron el cielo con fuerza abrumadora, como si fueran vasallos de la voluntad de la mujer, reaccionando a sus emociones—. ¡Es un veneno!

     Anakin retrocedió por precaución.

     —¿¡Qué eres!? —exclamó confundido, casi desesperado.

     —¡Tú destino! —gritó nuevamente; un relámpago la hizo convertirse en un demonio por un segundo hasta que se envolvió en la oscuridad, oscilante por la reverberación de sus palabras hasta que desapareció frente a sus ojos.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora