Acuerdo Desesperado

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     Treinta minutos habían transcurrido desde que su escolta la dejase encerrada en el casillero de aquella sala de control; comenzaba a inquietarse y el frío se hacía notar al estar tan quieta. Quería encender una luz, tener algo de compañía y no estar a oscuras en un lugar tan estrecho, pero él le había dado una indicación muy clara y sus ojos parecían haber perdido un encanto jovial para transforme en algo militar cuando lo hizo. Sentía que le faltaba el aire, de vez en cuando oía crujidos en la lejanía y durante un momento creyó oír disparos. Quizás era el estrés del choque, alguna lesión en la cabeza de la que no se había dado cuenta u otra cosa que ignoraba, sea como fuere estaba aburrida y enervada, y sacó la linterna.
     «Será un escolta, pero yo soy la senadora», se dijo a sí misma, y salió del casillero dirigiendo la luz hacia los ordenadores que tenía a la derecha. Dejó la mochila sobre un asiento negro y empezó a revisar si alguna de las pantallas tenía energía. Probó con una, pero no encendió, pasó a la siguiente y a la subsiguiente repitiendo el proceso unas siete veces hasta que se dio por vencida. Suspiró de la desilusión y en el momento en que estaba por regresar al escondite, su pie chocó con algo sobre el suelo. Un cable negro iba desde la base de las computadoras hasta la fuente de alimentación en la pared posterior. Se dio cuenta que estaba desconectado a medio camino, así que unió las conexiones y un zumbido ahogado resonó de repente en toda la habitación. Varias lucecillas en las consolas, paneles y terminales se prendieron poco a poco, creyó que también lo haría el sistema de iluminación y alumbrado general y los focos, pero no lo hicieron. Tuvo la impresión que ese cable funcionaba únicamente para suministrar energía desde los generadores de emergencia en lugar del núcleo central a los ordenadores de la sala de control.
     Una sonrisa se dibujó en su rostro, limpió el polvo de una de las pantallas frente a ella y presionó un botón que hizo proyectar un holograma completo del complejo. Tecleó algo más y un punto rojo comenzó a titilar en el plano señalando la ubicación exacta en donde estaba: la sala de control. Buscó el datapad, lo conectó al ordenador y comenzó a descargar la información. Notó también el sistema de videovigilancia a un costado y se acercó a revisar.
     Varias de las cámaras estaban desconectadas y unas cuantas no mostraban ni siquiera la estática, pero se conformó con lo que había, no podía esperar mucho de un sitio abandonado. Observó vistas del corredor por el que habían entrado al escapar del sistema de túneles de la caverna, el pasillo que habían recorrido y la intersección a pocos metros de la sala de control. Pensó entonces que podría revisar los hangares, así que empezó a cambiar las vistas. Miró el área de ensamblaje, la zona minera, las cámaras de refinamiento, la fragua y una plataforma exterior cubierta de nieve y hielo antes de dar con el grupo de hangares. Hangar 2... Hangar 3... Hangar 5... Cuando cambió la imagen al Hangar 7 avistó la lanzadera que buscaban. Solo tenían que llegar hasta allá, pero quedaba el problema del piloto...
     Se apoyó en el espaldar del asiento y miró al techo, pensando, desvió la vista hacia donde estaba la mochila y uno de los abrigos improvisados, y sin querer notó un droide astromecánico destruido en una esquina al fondo de la sala. «¡Eso es!», la idea brilló en su mente; un droide era la solución, así es como saldrían del planeta. Pero ese de ahí no le servía de nada. Volvió a precipitarse sobre la pantalla de las cámaras y se empeñó en hallar algún pequeño astromecánico que se encontrara íntegro y funcional en algún lugar del complejo, teniendo la fe en que todavía no se hubiesen agotado sus fuentes de poder.

     El entusiasmo se le borró del rostro cuando oyó disparos provenientes del pasillo oscuro; el sonido era bajo, pero se hacía más grande en cada zumbido. Desconectó el datapad del ordenador y apagó las pantallas velozmente, separó ambos extremos del cable suministrador de energía hasta que quedó nuevamente a oscuras y tomó un tubo de metal que había en el suelo. Volvió a esconderse en el casillero, el parpadeo azul apareció por el pasillo cuando cerró la puerta y miró por las rejillas. Las manos comenzaron a temblarle, sintió que el corazón se le detenía y guardó silencio. Se dieron dos disparos más, se escuchó un chillido agudo, y luego todo volvió a quedarse quieto como hace unos minutos.
     El ruido sordo de unos pasos bajos resonó sobre la pasarela de metal del pasillo. Los nervios aumentaron, la incertidumbre la invadió y el miedo se escabulló en su pecho. ¿Era Ryder? ¿Alguien más? ¿O algo más? Las preguntas revolotearon en su cabeza, a cada segundo los pasos se hacían más nítidos, estaban cerca, se oían lentos. Apretó firmemente el tubo de metal, era lo único que tenía para defenderse, en el peor de los casos saldría corriendo.
     Vio una sombra aparecer y quedarse quieta en umbral de la entrada de la sala de control, petrificada, como si estuviera examinando el lugar. Riyo sintió cómo sus muslos se adormecían por los nervios, le faltaba el aire, tenía miedo. Cerró los ojos, levantó el tubo lista para dar un golpe súbito y esperó, aguardó, se concentró por completo hasta que la sombra llegó a la puerta del casillero, entonces la abrió y ella reaccionó.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora