3. Alma

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Esculpir una figura a veces me parece más fácil que contar una historia; a la larga, lo primero se aprende y cualquier toque extraño puede terminar convirtiéndose en tu estilo. Pero una historia, no. Eso no. Eso lleva consigo tantas cosas que, incluso al final, si uno se atreve a establecer un revoltijo de palabras que puedan llamarse "historia", resulta estar tan adornado por la prosa, que un momento cruel y desalmado puede convertirse en poesía y cruda belleza, o, por el contrario, puede estar tan mal relatado, que un momento hermoso y sublime puede convertirse en un averno; ahí está su encanto, pero ahí está también lo complicado, porque la verdad nunca va a ser como se cuenta, ni siquiera como se recuerda, sólo ese recurso infinito al que llamamos "tiempo" contiene la respuesta correcta, la verdad definitiva.

El dolor es algo tan efímero o duradero como cualquier otra cosa, y tan real como lo es mi cuerpo. Llegué a pensar que el dolor nunca desaparece, a convencerme de que todo puede llegar a lastimar, y aún bajo la paz que se puede vivir, las lágrimas pueden llegar a salir. El placebo que significaba para mí el Komorebi, me mantenía en pie. Sin embargo, era muy consciente de que aún me hacía falta sanar, ¡sanar de verdad!

Quizá, mis memorias eran peores de lo que habían sido en realidad; quizá, ni habían pasado muchas cosas de las que creía recordar, y al final quizá, resultaban ser no más que parte de una consciencia colectiva, de palabras dichas por otros que tomé como propias. Quizá tantas cosas... pero el dolor existía, allí seguía, escondido, cobijado por la salvación que me había alcanzado; no desaparecía, sólo dormía; una pérdida con nada se reemplazaba.

Consciente de que algo me faltaba entender, de que aún debía conocer algo que no me atrevía a siquiera buscar, para conectar esos dos planos que me hallaron junto a ese risco que había decidido como mi cripta en el pasado, aquellos que me dieron la mano y me cobijaron hasta brotar en mi ese mar reprimido que chocaba contra las paredes de mi interior, salvándome, salí a caminar esa tarde, aun cuando el sol se alzaba valiente con capa y espada, e inclemente atacaba a cualquier transeúnte como los enemigos naturales que eran.

Sinceramente, no esperaba nada con aquella caminata más que llenarme de ideas, encontrar inspiración en el espacio, en el caminar de la gente, en el cielo o el suelo, o alejarme de aquella molesta sensación de estancamiento que parecía dominarme desde hacía unos años ya; sólo buscaba dejar atrás los problemas sin valor de la escuela, del racismo, del clasismo, de la xenofobia que parecía poseer a muchos otros. Yo sólo quería liberar la mente.

Desde que mi luz se convirtió en ramas de árbol y sol, la compañía de otros, para mí, pasó a un segundo plano; de alguna manera esa pérdida importante y sustancial de mi vida me transformó, transmutó mi materialismo, mi negación a lo "no comprobable" y me permitió encontrar una belleza en mi interior que creía inexistente, un silencio que no resultaba ruidoso o pendenciero, y una paz que tenía más valor que el billete de más alta denominación; esa soledad, ese autoconocimiento habían sido parte de mi proceso, de mi cura; el arte de respirar se unió a mi rutina, y aun cuando debía manejar con gran esfuerzo la concentración que aquello requería, mi conciencia había estado más tranquila de lo que cualquiera hubiera apostado en aquellos años pasados de realidad: aún faltaba mejorar, aún faltaba sanar, pero la sanación se estaba dando, muy en contra de muchas de las apuestas que muchos habrían realizado en algún momento.

Todo esto, para dejar claro que las amistades eran ajenas a mi diccionario, y su significado había sido borrado y negado, más por mi propia decisión que por cualquier sugerencia médica; no tenía amigos, era algo que, de alguna manera, había echado al cajón del olvido, pues no tenía más que tiempo para mis pensamientos; me gustaba la soledad, hallarme allí; seguía tan enfrascada —aunque no me diera cuenta— en parte de mi victimismo, de ese suceso de aniquilación que había logrado sortear, que no me abría a recibir, a darme cuenta que otros podrían ayudarme a encontrar las respuestas que yo no lograba hallar.

¡Pero qué equivocada estaba!

Sin embargo, eso cambió ese día, eso y mucho más.

Durante la caminata decidí tomarme un desvío que resultó tan lleno de respuestas e inicios, que entendí que cambiar de perspectiva y de rutina pueden ser la mayor respuesta de la vida.

El encuentro que tuve ese día fue tan impensado e inesperado que, de alguna manera, marcó un nuevo "antes y después" en mi vida, y aquellos rayos de sol que antes atacaban mi piel, comenzaron a agradarme, a convertirse en amigos míos, en queridos salvadores; no fue inmediato, por supuesto, pero el cambio comenzó sin yo poder decir "sí" o "no", sin que yo fuera siquiera consciente de ello.

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Gracias por llegar hasta aquí <3

Sé que esta historia llegará a las personas indicadas, a todas aquellas que necesitan leer esto, y encontrar este tipo de respuesta. Así que, desde este lado del mundo y del internet, te dejo saber que te acompaño en tu proceso de crecimiento y sanación. 

Nunca estamos solos.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora