43. Méderic Abadie - Parte 3

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—Pero tú también debes llevar pareja, Aymé —aventuró ella, sin saber que estaba creando un señor big bang de emociones.

Esta vez fue Aymé quien se vio desarmado, y pude notar como Clement se tensionaba detrás suyo. El ambiente de pronto se puso pesado y yo supe que, si no intervenía y dejaba mi rabia de lado, una hecatombe sucedería.

—Bueno, bueno, ya basta de parejas. Qué tal si mejor jugamos un rato con Jean. ¿Qué dices, enano?

Jean se levantó emocionado con la pelota y eso aligeró el ambiente.

—Vamos, Jean —le dijo Hervé limpiándose el pasto con las manos—, juguemos los tres.

—¡Eh! —se quejó Clement— Ni de chiste me dejan por fuera.

—Uy, yo sí paso —dijo Aymé, ya más centrado, levantándose para hacerse a un lado—. Me quedo hablando con Elora mejor.

Elora le sonrió en respuesta y asintió.

Logro conseguido: evitar una hecatombe.

Sin embargo, yo seguía con el estómago completamente revolcado, molesto hasta en la inconsciencia, de sólo imaginar a Elora saliendo con algún chico. No había considerado que sería ella misma quien lo sugeriría, ni mucho menos que se encontrara emocionada por ello. Me aterraba. Me la iban a quitar, por supuesto que la iba a perder, y más tras ese encuentro con sus raíces, con su ser; el vestirse de confianza le sentaba de maravilla, y estaba más preciosa que nunca, y yo, yo no hacía más que escribirle poemas que nunca verían la luz, culparme en secreto por quererla y reunir todas las fuerzas que tenía en mi interior para mantenerme alejado de ella, o, al menos, para volver a ser su hermano.

Habían pasado semanas desde que al fin nos habíamos amistado Elora y yo, y de mi memoria no se salía ese abrazo, ese momento en que sólo fuimos ella y yo y que me hizo pensar que era correspondido en mi pecado, ese momento en que comencé a olvidar que era mi hermana y casi me inclino para besarla; yo aún no hablaba de eso con nadie, ni siquiera con Alma, porque sabía que no haría más que alimentar mis anhelos, pero comenzaba a pensar que era hora. Por lo que, aun cuando me ofrecí a jugar con Jean, decidí ir a buscar alivio lejos de allí: necesitaba a Alma.

—Chicos, lo siento, pero acabo de recordar que debo ir a la biblioteca.

—Oye, no, Mér, dijiste que jugaríamos —se quejó Jean.

Le abrí los brazos para que me diera un abrazo. Él entendió y corrió a abrazarme; Jean era un niño especial, era único, era como si tuviera en su cuerpo más amor del que podía guardar y no le quedara más remedio que repartirlo con los demás, y lo hacía de manera tan natural que cada persona resultaba buscándolo para recibir de ese amor que él tenía por raudales. Abracé a Jean y lo despeiné un poco.

—Enano, discúlpame. Voy y vuelvo, lo prometo, y jugaré tanto contigo que me pedirás que pare. No demoro.

—Ve tranquilo, Mér —me dijo Hervé—, aquí jugamos todos con él hasta que vuelvas a cumplirle la promesa.

—¿Me lo prometes? —preguntó Jean.

—Te lo prometo.

—Negocia mejor, Jean —le gritó Elora, alentándolo.

—¡Eso! Pídele que te traiga malteada de vuelta de "La biblioteca" —se rio Aymé. Yo lo fulminé con la mirada.

Jeannot se carcajeó, me apretó una vez más en el abrazo y me soltó para irse a jugar.

—Con que vengas a jugar, es suficiente.

Jeannot era el niño más bueno del mundo.

Me despedí de todos, dejando de últimas a Elora y a Aymé, que eran los más alejados. Cuando bajé a darle el beso a Elora, me dijo, con una seriedad que me asustó:

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora