21. Elora Abadie

6 4 0
                                    

Después de escuchar a Alma en casa, la destrozada fui yo. Bueno, no sólo yo, en realidad, hasta mi papá y Méderic estaban hechos un caos, y lloraban, aunque no lo querían. Todos abrazamos a Alma, y aunque ahora era ella quien parecía más tranquila tras sacar de su interior esa verdad tan calcinante, sabía que seguía sintiéndose mal.

No sé cuánto tiempo estuvimos allí, abrazándola, pero para cuando nos dimos cuenta, ya eran casi las 4 de la tarde y nos moríamos de hambre. Nuestros papás fueron los primeros en levantarse, decidieron que lo mejor era dejarnos a solas con ella un poco. Y tenían razón.

Solté a Alma para traerle paños húmedos o una toalla húmeda con la que se pudiera limpiar el rostro. Me levanté y corrí al baño para conseguirlo; allí me di cuenta que mi rostro también era un desastre, y que también tenía la cara hinchada de llorar. Aproveché para limpiar mi rostro también antes de salir de vuelta al cuarto, donde aún estaban Alma y Mér, no quería dejarla sola, sabía que necesitaba todo el apoyo que pudiera brindársele.

Al llegar a la habitación me encontré a Mér abrazando a Alma, y ella abrazándolo a él, agarrando con sus manos su camisa, como si de eso dependiera su vida, con su cabeza perdida en su hombro, llorando de nuevo. Mér recostó un poco su cabeza sobre la de ella generándole más cercanía y la mantuvo en el abrazo todo el tiempo que ella quiso, sin inmutarse siquiera por mi llegada; la acunaba con un cariño abismal, y le acariciaba su cabello queriendo dejarle en cada toque un poquito más de tranquilidad. Me senté frente a ellos y esperé a que se sintiera mejor, que parara de nuevo su llanto, sin hacer ningún ruido; no quería dañar el momento. Al darme cuenta que no pararía pronto y que empezaba a hipear de nuevo, decidí levantarme de nuevo, dejar la toalla y los pañitos sobre la silla, y escaparme a la cocina para tomar un poco de agua y llevarle luego un poco a Alma. Quería dejarlos solos; no entendía por qué, pero Alma y Mér se comprendían a un nivel que me era imposible alcanzar. Lejos de celos o cualquier sentimiento inmundo que pudiera percudir el cariño que ahora se había incrementado dentro de mí hacia ella, me sentí tranquila al saber que mi hermano podía brindarle a ella una amistad tan poderosa y bella, aliviándola, comprendiéndola.

Abajo me encontré a mamá en la cocina empezando a hacer algo ya de almuerzo y a papá en la mesa, haciéndole compañía, pero en silencio. Cuando me escucharon, ambos se voltearon a verme, a modo de disculpa, porque ellos inicialmente no habían sido invitados al cuarto, simplemente que al escuchar tantos lamentos decidieron acercarse a ver si todo estaba bien; pero no pudieron parar de escuchar, ni de sentir, y, como nosotros, se centraron en ella, enviándole toda la compañía y amor que podían. Fui yo quien rompió el silencio.

—Gracias por estar ahí.

Mamá se giró, me abrió sus brazos y yo no sentí más que ganas de correr hacia ese sitio seguro. Me abracé a mamá como si fuera la última vez que iba a ser capaz de hacerlo, consciente de lo mala hija que podía ser a veces, de no reconocer el valor que tenían mis padres y lo afortunada que yo era al tenerlos conmigo, con su salud intacta, con su amor tan sólido y potente.

—Gracias por haberme acogido —le dije a mamá—, gracias por darme un hogar.

Mamá me abrazó la cabeza y la agarró a besos.

—Mi cielo, eres de los regalos más grandes que han llegado a nuestras vidas. Gracias a ti por hacerme una mamá tan afortunada.

En ese momento papá se levantó de la mesa y fue a abrazarnos. Nos besó a ambas por igual y nos apretujó entre sus brazos antes de decirnos:

—Mis mujercitas... mis lindas chicas. ¿Qué habré hecho tan bien para merecer tanta fortuna en mi vida?

Esta vez fuimos mamá y yo quienes lo abrazamos y le besamos tanto como quisimos, alagadas y felices por sus palabras. Cuando al fin lo soltamos, me separé un poco de ellos y caminé hacia la jarra del agua. Tomé dos vasos y me serví uno a mí y otro a Alma.

—¿Cómo está tu amiga, mi cielo? —preguntó mamá.

—No lo sé —respondí sincera—, la he dejado con Méderic. Salí un momento por toallas y cuando volví ella estaba abrazando a Mér y lloraba nuevamente, así que preferí venir por un poco de agua para ella y para mí.

Mamá me acarició la cabellera.

—Anda, lleva el agua, y hazme el favor de darle un abrazo de mi parte, cuando se sientan listos, bajen por algo de comer.

—Gracias, mamá.

Antes de volver arriba con el agua, le di un abrazo más a papá y otro a mamá, sintiéndome afortunada de tenerlos en mi vida. Comencé a subir las escaleras lentamente, despacio, dándoles a Mér y a Alma cada segundo a solas posible. Cuando ya fui alcanzando la puerta de mi cuarto, me detuve un poco, intentando escuchar si ella seguía llorando.

—¿Alfa? —dijo Mér— ¿Quieres algo, Alma?

Escuché una risita baja, constipada.

—Me gusta más cuando me dices Alfa, Bestia —le confesó ella.

Hubo un silencio entre ellos, por lo que estuve a punto de echar a andar nuevamente para entrar, pero entonces ella volvió a hablar.

—Perdóname, Méderic, no quería que ni tu ni Elora, ni mucho menos tus padres, vieran esto; es algo muy mío, pero sentí que era necesario, porque de verdad quiero mantener su amistad —bajó un poco la voz, supuse que estaba a punto de echarse a llorar, porque cuando volvió a hablar, la voz le temblaba—. Gracias por intentar ayudarme ese día —le dijo—, gracias por ser mi amigo, gracias por recibir parte de mi carga y gracias por dejarme entrar a tu hogar.

—Tonta —respondió Mér con la voz igual de temblorosa a la de ella—, eres una boba.

Decidí que era suficiente, que no debía escuchar más tras las paredes, así que entré a la habitación, sin tener muy claro qué expresión debía tener en mi rostro. Allí me encontré a Mér apretando la cara de Alma entre sus manos, moviéndola de lado a lado, diciéndole una y otra vez que era una boba, arrugando el rostro para no echarse a llorar él. Al verme, ambos se enderezaron y me sonrieron. Yo, nerviosa sin saber muy bien por qué, estiré el brazo con el vaso de agua hacia Alma y le sonreí:

—Toma —le ofrecí el agua—, pensé en que quizá querrías un poco.

A Alma se le llenaron los ojos de lágrimas de nuevo, pero no lloró. Se levantó, sin embargo, y se lanzó a abrazarme. Por poco se me cae el vaso, pero logré asegurarlo entre mis dedos hasta que Méderic me lo arrebató para que pudiera devolver el abrazo que me estaban dado.

—Gracias por ser mi amiga, Florecita —me dijo—. Eres mi preciada amiga. Gracias porque sé que ahora también me ayudarás a cargar con esta cruz que me daña. Al principio simplemente quería hacerlos partícipes de mi historia, no más; no creí que hablar de esto me aligerara tanto la carga; siento el pecho liviano, ni siquiera sabía que podía sentirse así —confesó—. Lo último que quise fue hacerte llorar a ti o a tu familia, discúlpame.

Yo le devolví el abrazo y me aferré a ella agradecida por las hermosas palabras que me acababa de decir, sintiéndome triunfadora y realmente afortunada de tenerla como amiga.

—Siempre estaré para ti —le dije sin soltarla del abrazo—. Gracias por el honor que me haces al ser tu amiga y ser merecedora de tu vida.

Y entonces Alma que ya se había calmado, se echó a llorar de nuevo en mis brazos y se quedó abrazada a mí con fuerza y no me soltó sino hasta que mamá nos llamó desde abajo para comer algo. Mér nos veía desde su sitio con una expresión indescifrable en su rostro, y yo no tenía tiempo de pensarlo en ese momento, porque todos estábamos volcados hacia Alma, pero el quedarnos a solas con él, como sucedería luego, no había imaginado que podía ser tan incómodo como lo fue.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora