24. Una extraña sensación

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El sol de las 3:00 pm se escondió tras una nube con forma de halcón que pasaba lentamente por el cielo de Colmar. La luz del día disminuyó, los rayos que ardían sobre la piel de lugareños y turistas se extinguieron, tal vez, momentáneamente, sin embargo, para Alma, la temperatura parecía haber aumentado. Oleadas de calor azotaban su existencia, llenándola de incomodidad, de nervios y vergüenza. Intentó mantener los ojos en la malteada, concentrándose únicamente en el trozo de chocolate que se asomaba por uno de los bordes, de ignorar la mirada que la atravesaba desde la mesa de al lado como flechas, pero no pudo, no fue capaz. La potencia de la mirada era mayor de cualquier otra que antes se le hubiera dedicado.

Las gotas de agua resbalaron por las paredes del cristal hasta llegar a sus dedos, que nerviosos, bailaban empapándose de los restos dulceros que se escapaban desde arriba del transparente envase circular; buscaba valor para levantar la mirada, soportarla sobre la suya, luchar contra aquel sofoco que insistía con ahogarla, arrinconarla, e inmovilizarla; quería levantarse y sentarse frente a él, poder hablarle como a todos los demás, demostrarle que su existencia no era más importante o superior a la de ella, pero no podía, no pudo; su valentía se esfumó desde el momento en que la campanilla tramposa de La Cream anunció la llegada de aquel que parecía ser un destino del que no podía escapar, ni esconderse quizá.

Aquel hombre suponía para ella algo que no lograba entender; fue su alma la que gustó primero de él. Ese hombre la veía como nadie la había visto jamás, y parecía conocerla mejor que ella misma.

La mirada parecía querer atravesarla desde la mesa de al lado, atraerla, analizarla, parecía querer iluminar cualquier recoveco de su interior, ver hasta los secretos que ni siquiera ella era consciente de tener, o pasear por el pasado que tanto le costó superar. Una sensación le recorrió la columna y llegó a cada extremo de su cuerpo, incluidos sus pulmones, que atontados con la sensación que dejaba su mirada impresa en su piel, se negaban a funcionar correctamente. Dobló el cuello y desvió la mirada a las materas a su lado izquierdo queriendo pensar en el tipo de metal que era, en su grado de oxidación; en las hojas verdes y vivas que disfrutaban el sol tanto como Elora, y en el pequeño Komorebi que se dibujaba en la tierra bajo ellas, buscando encontrar el oxígeno que parecía negársele de la otra dirección. Intentó desconectarse, como lo hacía siempre, pero no pudo. Un sentimiento en su pecho comenzaba a arañar sus paredes internas, a enviar mensajes, mensajes que no comprendía, y que tal vez, nunca comprendería. Torció los pies hacia adentro, se mordió los labios, aguantó la respiración, cerró los ojos; intentó todo, incluso morderse sus mejillas, pero nada funcionó ante la huella permanente de la singular mirada que insistía con atravesarla.

Él habló.

Ella se crispó.

—Siéntate conmigo —le escuchó decir con aquella voz ronca del día anterior llena de experiencia y edad; una tonada exacta que acarició sus tímpanos como si fuera tacto, una piel más.

—¿Por qué debería? —Preguntó sin volver la mirada hacia él. Su pecho subía y bajaba rápidamente siguiendo el compás que marcaban sus agitadas respiraciones y palpitaciones. Los ámbares infinitos de al lado la miraban, la acariciaban de una manera exquisita y atrevida que, lejos de hacerla sentir mal, la complacían, la hacían sentir como mujer, una que los hombres pueden empezar a cortejar. Se sentía desnuda. Si cerraba los ojos, se podía ver danzando, pasando por su frente, seduciéndolo, tentándolo a que la tocara, como sabía, ya deseaba. Su cuerpo reaccionaba solo, no la escuchaba; se eclipsaba bajo la sofocante intensidad de su invisible inmensidad.

—Porque eso me gustaría —su mirada la atravesó junto aquel tono grácil y profundo que tenía por voz, provocando que una gota de sudor bajara por su espalda, evidenciando así, el nerviosismo que la poseía desde hacía no más de 20 minutos.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora