12. Alma Noa Villa Parte 1

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Eran las siete de la mañana del domingo y yo ya estaba caminando por las calles de Colmar. La ansiedad producida por la invitación del día y la culpa del día anterior, hicieron que mi sueño fuera mínimo, casi inexistente; debido a que empezaba a amanecer cada vez más tarde, me vi obligada a esperar, con gran ansiedad, a que la luz se empezara a notar por entre las grietas de la madera y los vidrios de las ventanas —y eso que amanecía tipo seis de la mañana—, para poder salir libremente sin preocupar a mis padres; ese era mi campo minado, debía caminar con cuidado. Tenía tantas cosas por hacer y tan poco tiempo, que intenté apurar mis pasos, tanto como mi inútil cuerpo debilitado por la falta de sueño y la temperatura me lo permitió.

Aprovechando que Elie abría muy temprano todos los días, me encaminé hacia La Cream de primeras antes que, a la biblioteca, pensando aún en cómo debería disculparme con Ezra sin mostrarme enérgica, grosera o atrevida, o cualquier cosa que le pudiera dañar; yo de verdad le quería conocer. Al llegar y estar frente a la puertecita café, tuve que respirar hondo y forzar hasta la última gota de creatividad e intelecto para hacer la estupidez que hice, y que seguí haciendo por mucho tiempo.

Antes de salir de mi casa decidí que también iría a la biblioteca y continuaría con mi búsqueda truncada del día anterior. Como era costumbre, empaqué un paquete de mini post-it y un esfero negro y otro rojo, más como reserva que como cualquier otra cosa, ya que siempre resultaba dejando pequeñas notas en cada cosa que leía para completar las teorías o hacer más sencillas las futuras lecturas de otras personas; en realidad no sabía a qué iba a la biblioteca, si cada libro que leía resultaba ser información que yo ya sabía casi desde la cuna; mi mente bullía por la cantidad de ideas acumuladas, por la cantidad de indicios y teorías sin desarrollar, pero nadie lo entendía; tal vez, mis visitas a biblioteca no eran más que un pasatiempo, una manera de matar el tiempo ayudando a otros de manera anónima hasta que se me permitiera ir a la universidad a cumplir con el que sabía, era mi destino.

Con los mini post-it y los esferos improvisé, allí en la puerta, una disculpa que no me obligara a hablar más de la cuenta y seguir empeorando las cosas. Separé el papelito color amarillo y lo pegué de un extremo a uno de mis dedos antes de entrar. Al verlo tras el mostrador, tan temprano en la mañana, con la misma expresión que había visto el día anterior, no pude evitar sentirme aún peor, pero raramente, también aumentó mi deseo por disculparme y arreglar el terrible malentendido de mi actuar.

—Bienveni- —empezó a saludar Ezra al escuchar la campanita de la entrada. El saludo de Ezra se cortó al verme.

No dije nada hasta alcanzar la muralla de vitrinas que le protegían de mi alcance.

—Hola... —tanteé, evitando verle.

—Bienvenida —repitió, esta vez completo.

—¿Te gusta el capuchino? —pregunté, cuidándome de no subir mi tono o llenarlo de ingenio y audacia, guardando lo más profundo que pudiera, ese humor negro que tanto parecía conectarme con Méderic, pero no con Ezra.

—Prefiero el café —respondió sin dejar de verme a los ojos. Estaba serio. Yo desviaba la mirada.

—¿Me darías un café y... un vaso de leche caliente, por favor? La leche para llevar, si eres tan amable.

Asintió y se dio vuelta hacia la cafetera y empezó a preparar el pedido. Al terminar, dejó los dos pedidos frente a mí y me dijo el valor. Mientras él se cobraba, pegué el post-it, arrastré el vaso de vuelta a su lado, y esperé a que él lo viera.

—Para ti —dije, antes de que él pudiera decir algo siquiera.

Sus ojos se posaron en el café y en el post-it, y luego, como nunca pude haber imaginado que sucedería, soltó un bufido muy parecido a una risa, aceptó el café y luego, tan serio como pudo, se dirigió a mí:

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora