Gauthier volvió a casa de Ezra el domingo, y, como cosa extraña, no se fue de ahí en toda una semana. Ezra me prohibió acompañarle durante esos días, aterrado de que pudiera verme y vincularme con él y luego me buscara para hacerme algún daño. Nuestro noviazgo empezó y yo sentía que tenía alas en la espalda y cohetes en los pies, y ni aun cuando ese horrible ser había vuelto para separarnos momentáneamente, sentí que perdía esos nuevos poderes para volar. No me gustaba no poder verlo más que en un corto saludo en las vitrinas de la cafetería, pero lo entendía, y lo apoyaba para que volviera a su casa tan pronto como pudiera, para ver a sus hermanos, y acompañarlos en ese horrible calvario.
Era lunes. Estábamos a un día de acabar septiembre, y yo sentía que moría de ansiedad por no poder ayudar más a Ezra. Méderic, comprendiendo mi malestar, me aseguró que se lo dejara a ellos, que, entre él, Clement y Aymé tendrían todo bajo control, y ayudarían a Ezra y a sus hermanos en todo; que nunca estarían solos. Ante mi incapacidad, no me quedó más que asentir y mantenerme alejada.
Debido a todos los cambios que había tenido en esos meses y a que mi catarsis de dolor ya se había llevado a cabo, decidí que no iría a Colombia durante las vacaciones de otoño que estaban por comenzar. Además, no podía ni quería irme, no podía dejar a Ezra por casi dos semanas cuando al fin lográbamos estar juntos, ni mucho menos sabiendo que aquel monstruo estaba aún al acecho. Por eso lo decidí, y para no morir a causa del estrés, me concentré en el perfecto fin de semana que acababa de tener.
Ese había sido un buen fin de semana.
Méderic y Elora se amistaron. Ezra y yo al fin comenzamos a salir como una pareja. Pasé un excelente fin de semana en casa de los hermanos locos y besé a Ezra hasta que sentí que los labios se me hinchaban. Todo había sido bueno. Hasta que, al volver esa noche de domingo, nos encontramos con Méderic, Aymé y Clement escondidos entre los arbustos de la casa de enfrente, escondiendo a Elora tras ellos. A Ezra se le había caído el mundo al piso. Quise hacerme más grande, más capaz, y protegerlo. Pero no pude, no pude hacer nada. Al contrario, él pareció crecer más, ampliar su espalda para esconderme tras ella, a la par que me empujaba, con delicadeza, junto a Méderic y los demás. «Cuídala, Méderic. Por favor», le pidió antes de perderse dentro de casa. Elora me abrazó y yo a ella. Sentía un nudo en el estómago y otro en la garganta. «Voy a verlos», dijo Clement, «Llévalas a casa, Méderic. Yo me quedo un rato más. Veré que Ezra no nos necesite». «Yo también me quedo. Llévalas a casa, Mér, mejor que no vean esto», dijo Aymé. Méderic asintió, y yo estaba tan pasmada y aterrada que no pude negarme en cuando Méderic nos tomó de la mano a las dos y nos arrastró lejos de allí.
No volví a ver a Ezra sino hasta ese lunes en la tarde, cuando al fin pude ir a La Cream. Yo había pasado la noche en vela, queriéndome salir por la ventana para ir a verlo; sabía que eso no resolvería nada, pero era lo que mi cuerpo, mente y corazón anhelaban para su propia tranquilidad. Tenía unas ojeras intensas que ni mi color de piel lograron esconder. Al verme, Ezra torció el gesto, triste; su dolor había aumentado por mi culpa. Me sentía culpable por cargarlo con más dolor. Ezra, tras la vitrina, me acarició el rostro, besó mi mano, y me vio de la manera en que yo lo veía a él: como si estuviera dispuesta a recibir una o mil balas por su bienestar. Fue justo ahí que me prohibió esperarle en la noche, sin darme espacio para el alegato, y le pidió a Méderic que me cuidara, que me acompañara a casa. «No me la dejes sola, Mér. Por favor», le rogó él.
A mí se me rompió el corazón y, a la vez, se me llenó.
Yo quise pelear, decirle que él no me podía prohibir acompañarle ni nada en el mundo, que yo era una mujer fuerte e independiente que no iba a aceptar esos actos machistas suyos, pero no pude hacerlo, porque sabía lo que eso significaba. Lo hacía porque se preocupaba por mí. Ezra me tomó de las manos y me dijo:
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Bitácora de Alma: Komorebi
RomanceA simple vista, la vida de Alma Noa Villa, una colombiana radicada en Colmar, pareciera ser perfecta y despreocupada. Inteligente, conocida por todos, pero amiga de nadie, goza su soledad, y la disfruta siempre bajo su árbol. No obstante, nadie sab...