45. Elora Abadie - Parte 4

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Me quedé pasmada por lo que escuchaba, y no pude decir nada.

—Perdóname —dijo—. Es sólo que me revienta ver que alguien más se te acerque.

Le solté la muñeca y me hice hacia atrás.

—¿Por qué? —pregunté, algo alterada— ¿Por qué siempre tiene que ser así contigo?

No me respondió. Ni siquiera se giró a verme.

—Es mejor que vayas a ver a tu cita, Méderic —le dije.

Al fin volvió a verme.

—Estoy contigo —me dijo.

—No. Estás con Simone. Yo sí estoy sola.

—Elora, no digas eso, ¿sí? Te lo confesé porque me pareció justo que lo supieras, y porque me estaba muriendo por saber quién era.

—¿Cómo supiste que estaba en la cocina?

—Te vi pasar, claramente —respondió, poniendo los ojos en blanco.

—Entonces no le dijiste a Simone que querías estar conmigo, sino que me estabas espiando.

—A ver, no, no. Tampoco, Elora. Yo sí que le dije a Simone que te iba a buscar, es sólo que cuando al fin te encontré, te vi en los brazos de un chico que no conocía, bailando, y luego cayendo sobre él, y... ¡carajo! Entiéndeme, ¿sí?

Me llevé la mano a la cara, exasperada.

—A ver, Mér, dime. ¿A ti qué más te da? ¡Dime! ¿Acaso no tengo derecho de conocer a más gente? ¿De salir con alguien?

Eso último lo hizo alterar, haciéndolo girarse bruscamente hacia mí. Sin embargo, no me dijo nada sino hasta después de un rato.

—¿Sabes? Mejor sí me voy. Dejemos todo de este tamaño.

Se giró para irse. Yo sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas, y de repente todo se me nubló. No me di cuenta siquiera de lo que empezó a salir de mi boca; solo fui capaz de recordar las palabras de Alma una y otra vez en mi cabeza.

"...Besa a quien tú quieras. Confiésate..."—me dijo.

—Antes de venir para acá, Mér, a la fiesta —comencé a decir—, cuando aún estaba en casa —se detuvo—, fui a tu cuarto a buscarte para ver si nos podíamos venir juntos. No te encontré.

Méderic palideció.

Yo tragué saliva y me obligué a continuar.

—Yo no quería ver nada; es más, nunca lo hago. Mér, tú sabes que siempre respeto tus cosas —expliqué. Sentí que una lagrimita se me escapaba—. Pero entonces vi, como cosa rara, un cuaderno sobre tu escritorio —Méderic dio un paso hacia atrás y se puso más pálido de pronto. Yo continué, notando que se me escapaba otra lágrima—. Yo siempre había querido leer lo que escribías; desde que me contaste que querías ser escritor fue así. Por eso me atreví a ver en ese cuaderno, a ver si tenías algo escrito allí que no fuera nada del colegio.

—Elora, no-

—"Para Elora, causa de mis desgracias, de mis penas, de las barbaries que deseo hacer con ella. Para ella, que, inocente y perfecta, creció junto a mí, la bestia, que, repleto de impurezas, no tuve más remedio que aceptar que me había enamorado de ella.

Para ella, la bella, la pelirroja que con fuego se eleva. Para ella, mi hermana, la mujer que amo en pecado.

Para Elora, mi mujer perfecta."

—Elora, para. ¡Para! —Gritó— Por favor —rogó.

Estaba paralizado viendo al vacío.

—Fue precioso, Mér —dije, claramente frustrada—, aun cuando hablas así de mal de ti mismo.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora