Parte 2: La amistad y el amor 1. Aymé Couture

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La mañana siguiente llegó y mi ojo parecía una pelota, y estaba tan morado que incluso parecía negro. Mi boca estaba igual de inflamada; tenía un aspecto terrible.

Convencer a mis padres de no llamar al director o ir al colegio y armar la pelea de la vida, fue una de las cosas más difíciles que he hecho en toda la vida, pero, como siempre, la vida me favorecía aún en la desgracia, y, de alguna manera, el que mis padres fueran algo hippies, hizo que cedieran a mi petición de manejar mis problemas y mis cosas sólo, porque, como les dije «ustedes no podrán protegerme por siempre. Esto me lo causé yo, de verdad, y sé que ustedes están lejos de estar de acuerdo con la violencia, pero en ese momento me pareció la mejor salida». Recuerdo lo incrédulos que me vieron al principio, y lo enojados que se pusieron al negarme a ir al hospital, pero luego cedieron, porque era cierto, yo debía aprender a manejar mis cosas sólo. Me hicieron prometer, más, sin embargo, que de golpes nada, nunca más.

Mamá fue al cuarto a verme y me encontró tan lamentable como había imaginado que me vería. Ya llevaba en manos bolsas de hielo y pastillas para desinflamar y bajar el dolor. Papá corría abajo con el desayuno, y yo no paraba de rogar que me hiciera algo liquido o muy blando, porque me dolía todo el cuerpo. Mamá me puso la bolsa de hielo en la cara, una sobre el ojo, y tras asegurarse de que tragaba las pastillas, una sobre la boca.

—Hijo, no, aún no estoy muy convencida de esto. Sabes que te respeto y confío en ti, pero alguien que te hace esto es un salvaje, no tiene derecho.

Suspiré, exasperado.

—Mamá, por favor, de verdad que no soy el único herido. Yo también lo golpeé, y también le reventé la nariz, también le dejé el ojo morado y también le reventé la boca —aseguré, aun cuando sabía que era en menor medida—. Por favor, confía en mí. Si vas a hablar con el director, si llamas siquiera, harás que nos suspendan, y quién sabe qué más. Falta menos de un mes para finalizar clases, mamá, no podemos dejarlo pasar, ¿por favor?

Mamá me acarició el cabello y luego la mejilla con el dorso de su mano.

—Es que me siento tan mala madre...

—Mamá, por favor... eres todo menos mala madre, lo sabes, ¿no? — Agarré su mano entre la mía y la apreté — Tú y papá han hecho de mi lo que soy, y aun cuando este es el resultado de una muy mala decisión, es algo que debo asumir, mamá, porque si no, ¿qué será de mí en el futuro?

»¿Sabes, mamá? Pensé que incluso me castigarías, porque esto —señalé mi rostro—, claramente está contra todo lo que ustedes me han enseñado. Pero créeme, mamá, entendí la lección.

Mamá lagrimeó un poco y se agachó a darme un beso en la mejilla.

—¿Y si vuelve a hacerte algo? —preguntó mamá.

—No lo hará, mamá, créeme —aseguré, incrédulo—, pero, si vuelve a tocarme ligeramente, créeme que te contaré, y podrás hacer todo lo que gustes —prometí—. Sin embargo, por lo pronto, no. Como les dije ayer a ti y a papá, el director nos ha asignado la restauración de la biblioteca, y créeme que estaremos tan ocupados y tan cansados que no nos quedará tiempo para pelear. O sea, mamá, ni ganas nos quedan, después de ese castigo. Estoy seguro que estaremos allí recluidos hasta en vacaciones, dime si ese no es castigo suficiente.

Mamá se veía apesadumbrada, pero asintió.

—¿De verdad no me vas a decir por qué se pelearon? —preguntó mamá.

—Mamá, ya lo hablamos ayer, por favor, es algo mío. Sólo tienes que saber que yo también le hice daño, también lo ofendí, y que, de alguna manera, yo también me porté muy mal.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora