30. Alma Noa Villa - Parte 2

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—Bien, está hecho —dije—, uno más a la manada. Clement, bienvenido.

Él, extrañamente se echó a reír y preguntó:

—¿Siempre es así de rara?

Al unísono todos respondieron:

—¡Siempre!

Me di aires, divertida y satisfecha.

—Bueno, ya, ¿dónde nos vamos a hacer? Afuera mejor, ¿no? Aquí quedamos muy justos.

—Sí, puede ser —dijo Elora—, yo siempre prefiero afuera.

—¡Hecho! Las mujeres decidimos —dije, divertida, tomando a Elora del brazo, zafándola de su agarre con Méderic.

De alguna manera, todos nos siguieron a mí y a Elora. Por fortuna.

Yo los dejé a todos acomodados en una silla y una mesa, antes de disponerme a volver adentro para hacer los pedidos.

—Lo de siempre, ¿verdad? —pregunté

—Claro —respondieron, Méderic y Elora.

—¿Algo más que quieras, Florecita? ¿Tú, Bestia? ¿Ustedes chicos?

—No, Almita, gracias —me respondió Elora. Le sonreí de vuelta, agradecida por el diminutivo cariñoso.

—No, Alfa —respondió Méderic, haciendo gesto militar.

—No, gracias, ya pedimos —me respondieron al unísono Aymé y Clement.

—Bien, ya vuelvo entonces.

Me di media vuelta y eché a correr hacia adentro. Ezra estaba poniendo sobre una bandeja un pedido cuando llegué. Volví a sonreír.

—Hola, Ezra —saludé, encantada.

—Hola, Alma —me saludó, sin levantar la mirada de su orden.

—¿Cómo estás? —pregunté— ¿Me extrañaste?

Ezra se alcanzó a colorear, y me vio desde su sitio, con el ceño fruncido, algo avergonzado.

—Bueno, bueno, no pregunto nada —dije, riéndome.

Se enderezó entonces y me observó.

—¿Qué puedo servirte hoy? —preguntó.

Le dediqué una sonrisa algo triste, por su rechazo, pero no me dejé decaer.

—Lo de siempre, por favor, las tres, especiales de la casa.

—Vale. ¿Algo más? —preguntó.

—Sí. Saber cómo estás.

—Alma... por favor.

—Es una pregunta sencilla, Ezra, dame ese gusto, y ya no te molesto más hoy.

Avergonzado, se enderezó y me vio desde su lugar, incómodo. Se llevó la mano a la cara, se la tapó ligeramente, paseando sus dedos por su frente, nervioso.

—Estoy bien, gracias por preguntar.

—Me alegro, de verdad —dije, sincera.

Noté que me levantaba la mirada y me la sostenía; sentí que quería preguntarme algo, pero, al final no lo hizo, sólo se quedó viéndome, por lo que decidí regalarle la más sinceras de mis sonrisas, y no incomodarlo más.

Saqué un billete y lo puse sobre el mostrador, para pagar.

—Págate, por favor.

Ezra al fin dejó la mirada de lado y volvió a su papel. Recibió el billete, me dio el cambio, y antes de que me dijera algo más, levanté una mano y la sacudí en despedida.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora