22. Reencuentro

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En un intento de darles un poco de privacidad a los dos hermanos, Alma esperó gustosa bajo el aire acondicionado a que la malteada estuviera lista. Sus oídos se deleitaban con las viejas melodías de Paris chéri, su cuello se balanceaba solo con cada tonada, finalmente cerró los ojos y se dejó llevar por la música y el ligero baile se extendió por todo su cuerpo, movido también por las ráfagas de aire que llegaban hasta ella y chocaban contra su piel. Elie solía colocar música extranjera, una mezcla de rock suave de los 80 y baladas; había comprobado que eso era lo que más les gustaba a sus visitantes, aunque a veces se dejaba llevar un poco por lo actual buscando atraer más al público juvenil. Sin embargo, entre semana, en los días que era menos visitada, se permitía el gusto de la música de su tierra amada, la música que tanto le gustaba; aunque era menos visitada en esos días, había clientela fija para esos días entre semana, ya que, muchos, como ella, tenían ese mismo amor por su tierra. Ese miércoles era uno de esos días. Cuando la campanilla sonó, pensó que se trataba de Elora o Méderic, o los dos, buscando el porqué de su demora. Detuvo su ligero baile y volteó hacia la puerta para decirles que estaba refrescándose un poco mientras esperaba la malteada. Sin embargo, se llevó una sorpresa y una extraña opresión en el pecho cuando se dio cuenta de quién había entrado.

Enmudeció.

—Hola, Uva Pasa —saludó el hombre con una sonrisa dibujada en los labios, de la manera más natural.

Silencio. La música pareció desaparecer, el ruido del exterior silenciarse, y todo su alrededor desaparecer. Le miró sin parpadear, respirando débilmente, y se encontró incapaz de responder al saludo, con la garganta seca, la voz rota. Su propósito de ese día también era encontrarle, pero nunca esperó que él la encontrara a ella y que ella estuviera tan poco preparada para eso.

—¿Sigues enojada? —preguntó el hombre ante el silencio que se le dedicaba— No me tengas miedo, nunca te haría daño —dijo, y pareció sincero.

La casualidad había tomado a Alma con la guardia baja. Cuando salió del colegio, tenía el firme propósito de buscarlo y hacerle las veinte mil preguntas que no la habían dejado dormir. Sin embargo, la compañía de Elora había resultado ser mejor de lo que había esperado y, con el pasar de los minutos y segundos, su mente se había decantado por olvidar completamente su segundo propósito. Hasta ese momento, cuando lo vio frente a ella, más alto de lo que había imaginado —o recordado del corto tiempo que habían compartido en ese callejón—, con la misma sonrisa que le había mostrado el día anterior, con una gorra beisbolera, su camiseta clara y sus jeans oscuros.

Su voz la recorrió con conocimiento, y se metió en sus oídos sin permiso, llenándola, y, por alguna razón, supo que lo que decía era cierto, que cada cosa que él le había dicho era cierta. Todo la tomó tanto por sorpresa que se vio privada del don de la palabra que claramente poseía, y fue capaz, únicamente, de observar y mover la cabeza en forma negativa, esperando que entendiera que le estaba diciendo que no le tenía miedo, al menos no a que le fuera a hacer algo malo, porque miedo sí tenía, miedo a esa sensación que la embargaba y la inmovilizaba, a esa sensación que la recorría y no entendía lo que era para nada.

—Qué bueno...—sonrió y pareció sincero.

Respondió a la sonrisa llevada por los nervios que se negaban a abandonar su cuerpo y su conciencia, sin darse cuenta de que así lo hacía. Al darse cuenta de que aún con el nerviosismo que la poseía en ese momento, se sentía a gusto de verle y por ello sonreía, no pudo evitar sonrojarse, y mostrar una apariencia que incluso ella desconocía ya. Desvió la mirada buscando recuperar el control, consciente de que era el hombre frente a ella quién lo llevaba, regañándose internamente, queriendo desviar sus pensamientos, imaginar cualquier cosa que fuera capaz de devolverle su normalidad. Inevitablemente, recordó a Noah en el proceso, y en lo cerca que estuvo de hacerle sentir lo mismo que aquel que ahora buscaba evitar frente a ella, acalorada por la intensidad de su mirada y la ronquera con la que pronunciaba cada una de sus palabras, con la que la llamaba "Uva" o "Uvita". Noah... a veces lo echaba mucho de menos.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora