16. Valentía y golpes -1

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Subimos las escaleras de la derecha sin deshacer nuestro abrazo forzado. Arriba, en el angosto pasillo de esa ala lejana del edificio principal del Victor Hugo, había un cuarto depósito lleno de todos los utensilios de limpieza y aseo; escobas, traperos, baldes y trapos que servían a los empleados del colegio, se hallaban abandonados a su suerte en aquel angosto y oscuro lugar, desordenados y caídos a la espera de ser nuevamente necesitados. Por esa parte del colegio pocos estudiantes subían, por lo que, consideré, que era apropiado para nuestro encuentro. Para dicha mía, no tuvimos que esperar mucho para meternos en aquel cuarto; ambos coincidíamos en que teníamos que hablar a solas, y dado al limitado espacio libre del colegio, aquel lugar era el más propicio.

Cuando empujé a ese frente a mí hacia la habitación, lo hice agarrándolo del cuello. Podía sentir aquel ser horrible apoderarse de mí; aquella rabia, aquella frustración que tanto me acompañaban, de repente andaban hasta por mis venas, y el pecho no hacía más que quejarse y hacerme sentir unos niveles tóxicos de ansiedad. No me gustaba ese yo, pero sentía que no tenía nada más para dar, y, tonto de mí, creía que era la única medicina que podía conseguir para sacar toda esa rabia que me hacía perder la cabeza.

Sorprendido ante mi movimiento, aquel "sin nombre" se vio incapaz de reaccionar y no pudo más que caer en seco, anonadado en el suelo. Fue ahí cuando pude notar su dignidad despedazada, y algo dentro de mí pareció regocijarse con su desgracia. Cerré la puerta tras de mí y ahora, a oscuras, con la única rendija de luz que entraba a través de la puerta de la habitación y la pequeña ventana de madera ubicada en lo alto de la esquina izquierda, pude notar su rostro furioso, colérico, seguramente como nunca en su vida; estaba seguro de que lo único que quería era levantarse de allí e iniciar contra mí una lucha a muerte, molerme a golpes y deshacerse en una danza peligrosa que nos llevaría a ambos a la perdición. El cuerpo casi le vibraba por la ira contenida y los sentimientos hostiles despertados, sus manos se cerraron en puños y casi pude sentir sus golpes en mi piel; por un momento me permití emocionarme y sentir que mis puños también tocaban su piel, y sacaba un poco de la frustración que tenía guardada; ya estaba cerrando mis puños también, alistándome para la batalla, cuando todo cambió. Su cuerpo se relajó, tomó una gran respiración, larga y profunda, y tras unos segundos, recuperó la profundidad de su ser, la caballerosidad que frente a mí no mostraba, la que yo no conocía para nada, y de la que él estaba tan orgulloso, y se levantó con parsimonia, con tranquilidad casi mortal, y me observó en la oscuridad, como una sombra más, a la vez que limpiaba su ropa y me mantenía la mirada, con toda la pericia de la tierra, como si él no fuera la presa sino el depredador, tomando el control de todo.

Esperé, y esperé, pero el golpe nunca llegó.

Aquel sin nombre, desde abajó, desde su limitada estatura, me vio con total control, con la espalda recta y los pies firmes ausente de cualquier reacción hostil por mi actuar. Por el contrario, silenciando todas mis creencias y mis ensoñaciones, se mantuvo sereno, y esperó con toda la parsimonia que le poseía a que yo fuera quien diera un segundo paso, que fuera, nuevamente, quien lanzaba la piedra en mi mano.

Fue entonces que yo perdí el control y comencé a sentirme idiota. La vergüenza comenzó a invadirme, la humillación no dio espera y se reflejó en mi rostro a pesar de toda la oscuridad que nos rodeaba. Entonces la furia comenzó a mover mi cuerpo, y mi pierna se levantó y se flexionó hasta que mi rodilla casi tocó mi pecho tomando la distancia necesaria para recargar mis músculos de fuerza e inyectarles velocidad. Una patada de gran potencia aterrizó en el abdomen de mi contrincante tomándolo nuevamente desprevenido; no creyó que fuera a golpearlo, a comenzar la pelea que sería lo peor para los dos, se le notaba en la cara, pero incluso yo estaba sorprendido de que hubiera perdido la calma de aquella manera, y que hubiera permitido que aquella simple acción me contaminara por completo de una rabia tan cancerígena y maligna como la que tenía.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora