31. Noah Athiel - Parte 3

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—Ah bien, entonces ya lo saben los dos —dijo ella—. Mucho mejor. Como sea. En algún momento sí que le di otro tipo de besos —prosiguió—, que es el beso que le das a alguien que quieres, y está el beso que nunca he dado —dijo, sorprendiéndome—, que es el que le daría a Ezra —le sonrió. Guau... sí que le gustaba ese chico—. Nosotros nunca fuimos algo, pero lo fuimos todo a la vez —continuó su explicación sobre nosotros—, y el resultado de esa eclosión de sentimientos, es esta, el que yo pueda estar sentada en su regazo, y entre nosotros esté todo bien. Estoy segura que podría haber intimidad, incluso, y el sentimiento de exclusividad, nunca nacería —le pegué una palmada en la pierna, abochornado yo ahora.

—Oye, que se te fue la pita, Noa.

Elora estaba como un tomate. Méderic... bueno, era una montaña de celos.

—Ay, ya me conocen... En fin, así soy. El caso, con tu hermano encontré una unión igual. Eso es extrañísimo de encontrar, ¿sabes? Pero, Florecita, no fue sólo con tu hermano, contigo también; o sea, tú no te salvas, Elora... eres mi primera amiga, ¡de verdad! —asentí para confirmar ello—. Quizás parece diferente con él, porque siempre he tenido mejor relación con el sexo masculino que con el femenino, pero no es así, en lo más mínimo. O sea, contigo puede ser un poco diferente porque eres un poco más sensible a ciertas cosas, y por eso evito decírtelas, porque sé que te pondrás más triste que yo, pero, en realidad, besar a un hombre o a una mujer, me da igual —explicó—. Es algo similar a como se saludan ustedes dos —les dijo a Méderic y a Elora, algo que no entendí nada— con sus padres; o entre ustedes, incluso —una sombra les oscureció el rostro momentáneamente. Había gato encerrado—. A ver, mira —Entonces le agarró la cara a Elora con ambas manos, se acercó, y le plantó un beso rápido en los labios a ella. La pobre de Elora echaba humo, y Méderic peor, ahora era un titán de celos.

Le pegué otra palmada a Noa. A ella siempre se le iba la vaina.

Méderic la hizo hacia atrás, dejándola sentada en mi regazo, y se giró a ver a su hermana, que casi estaba desmayada de la vergüenza y la impresión. Le palmeó la cara, a la vez que repetía su nombre. Elora volteó a verlo, y, de alguna manera, enrojeció aún más, y él igual.

«Esos no son hermanos... en serio», le transmití a Noa en pensamientos. Ella, captándolos, se giró a verme, y algo dentro suyo me dio la razón.

—Bueno, bueno, lo siento, era para explicar.

—¿Que eres una libertina, o qué? ¿Pero qué carajos pasa por tu cabeza? —dijo Méderic, enojado.

Noa cerró los ojos, exasperada. Sentí su tensión a través de su cuerpo y del aire mismo. Le palmeé la pierna, ligeramente, y le pedí que se levantara sin palabras. Yo tampoco iba a permitir que le hablaran así, por más amigo suyo que fuera; se estaba portando como un idiota. Alma se levantó y yo igual. La tomé de la mano, y paseé mi pulgar sobre su mano, tranquilizándola.

—Florecita... —dijo ella, ignorando al grandote que le había hablado horrible—, perdóname, no pensé que te molestaría eso.

Elora echaba humo, pero esta vez no de vergüenza, sino de rabia, rabia con su hermano.

—No pasa nada —le respondió Elora en un susurro, tan silencioso que casi pareció el ruido del viento. Estaba a punto de echarse a llorar.

—¡Claro que pasó! —Méderic estaba alterado. Al notarlo, decidí que era suficiente.

—Ya está bien por hoy —dije—. Mejor nos vamos —besé su mano. Vi a Méderic a los ojos, con toda la dureza que pude reunir dentro de mí—. Y tú... le debes una disculpa a Noa, espero que cuando se la des, sea la correcta, y tan sincera que hasta un asesino se conmueva.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora