19. Alma Noa Villa

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Bogotá, octubre 11 de 2036

—¡Sami! La tía nos dio permiso de ir al parque.

—Entonces corre, ponte los tenis.

—¡Voy!

En la sala, cerca del cuarto de Sami, donde dejo tirados mis tenis siempre que vengo a esta casa, mis tíos pelean en susurros por algo que no alcanzo a entender. Me escondo tras la puerta, como si fuera un ladrón, queriendo escuchar más de cerca la pequeña lucha que llevan, preocupada con justa razón. La tía luce cansada, tiene los ojos hinchados y la voz seca. El tío, por su parte, le agarra la muñeca con fuerza, tiene los ojos abiertos, con la esclerótica chapuceada de venas que amenazan con reventar en cualquier momento. Me es imposible seguir oculta, y, a punto de romper a llorar por la preocupación, me asomo derrotada y permito que me vean al fin.

—¡Alma! —exclama mi tío con afán al verme.

Mi tía, avergonzada, esconde su rostro por dos segundos. Gira luego hacia mí, con la sonrisa ya pintada en el rostro y me abre sus brazos.

—Ven para acá, mocosa traviesa.

Sonrío aliviada y corro a recibir el abrazo de mi tía, que, como siempre, me abraza con todo el amor que siente dentro de sí por mí.

—¿Estaban peleando? —pregunto preocupada.

—Claro que no, mi amor, claro que no.

—¿De verdad?

—De verdad, Alma —me responde mi tío a la vez que pasea su mano por mi pelo intentando despeinarme—. Nunca lograré despeinarte, ¿verdad? —Me roba de los brazos de mi tía y me levanta en sus brazos haciéndome girar.

Rio divertida y me permito olvidar lo que no hace más de un minuto vi.

—Tío, bájame que Sami me espera para ir al parque.

—¿Dónde está Samuel? —pregunta a la vez que me deja en el suelo.

—Esperándome afuera, en la puerta.

—Bueno, entonces mejor corres, o te va a dejar.

—¡Corro!

Mi tía, antes de dejarme escapar, me abraza de nuevo y me da una palmada en la cola.

—Anda, a correr, mocosa.

—¡Los quiero! —les grito en mi carrera.

No escucho respuesta, pero no le doy importancia.

Me pongo mis tenis tan bien como puedo. Corro por el pasillo y alcanzo la puerta. Sami está en el ascensor, esperándome con la puerta ya abierta. Corro de nuevo y le alcanzo.

—¡Listo!

—Eres muy demorada.

—Es que los tíos estaban raros en la sala, así que fui a hablarles y luego casi no me sueltan.

Sami pega sus ojos al suelo, entrecerrándolos un poco, y me parece verlo un poco triste. Le abrazo.

—¡Vamos!

—Vamos —confirmó.

Abajo el celador casi no nos deja salir, hasta que la tía llamó y autorizó nuestra salida. Cuando al fin pudimos salir, corremos por el parque hasta cansarnos. Respiro, agitada y me entrego al pasto verde en busca de un poco de descanso. Sami, menos cansado que yo, pero igualmente agotado, me zarandea un poco antes de entregarse a la superficie verdosa junto a mí.

—Floja —me dice.

—Tú más —le abrazo.

—Tú sabes que te quiero mucho, ¿verdad? —Sami no era especialmente cariñoso con los demás, pero conmigo sí.

—Por supuesto. Y yo a ti —le respondo, sincera.

—Pero yo más, más, mucho más.

—Pero yo hasta las nubes.

—Y yo hasta más lejos de las nubes.

—Pues yo hasta más lejos del lejos de las nubes.

Sami suelta una carcajada por primera vez en el día, y sin dejar de abrazarme, me dice:

—Tonta.

Nos levantamos del suelo un rato después y volvemos a la casa. Los tíos están discutiendo de nuevo. Noto que Sami se pone triste, así que le tapo los oídos y le hago salir de nuevo de la casa. Fuera, me agarra de la mano, y nos vamos caminando por el conjunto.

—¿Estás bien?

—Claro que sí, ¿por qué no lo estaría?

—Pues porque los tíos están...

—Ellos son así siempre, están bien —me corta.

—Pero estás triste.

—A ver, Alma, que estás muy chiquita para que te preocupen esas cosas. Son asuntos de grandes.

Me enojo ante la referencia a mi edad.

—No lo soy.

—Sí lo eres.

—Pero no tanto. Además, tú también eres pequeño.

—Tengo 11, mocosa. —Me empuja con su codo.

—Y yo 7, y aún juegas conmigo. Eso es porque eres chiquito también. —le devuelvo el empujón.

—No. Eso es porque eres mi prima favorita.

—Es porque soy tu única prima.

—Bueno, es que sé que aún si tuviera otra prima, no querría a nadie más que a ti... porque te quiero hasta más lejos de las nubes, ¿recuerdas?

—Mentiroso. —me suelto de su mano.

—No es mentira, tonta.

—No me digas tonta.

—Bueno... bebé.

Aquella palabra desata entre nosotros una batalla campal. Lo persigo y grito hasta el cansancio. No logro alcanzarle nunca. Sami, con piernas mucho más largas, me esquiva con facilidad, y se burla de lejos. Cuando casi estoy por desistir, Sami se detiene en seco y me frena con un abrazo. Me quedo quieta.

—Nunca vayas a olvidar que te quiero mucho mucho mucho, más lejos de las nubes, y más lejos que todos los lejos que existen.

Me siento extraña de pronto, como si un mal presentimiento me invadiera y quisiera avisarme algo.

—Sami... ¿qué te pasa? —le pregunto, preocupada.

—Nada —sonríe—estoy cansado, eso es todo.

—Vamos a casa entonces —le digo no muy convencida de su respuesta.

Sami me da un abrazo mucho más largo, y finalmente me suelta, echando a andar hacia su casa.

—Voy a pedir permiso para dormir hoy en tu casa —me dice.

—¿De verdad? —le pregunto, emocionada.

—De verdad —me asegura—. Le diré a mis papás que nos lleven después de que termine mi tarea.

Esta vez soy yo quien le salta encima y lo abraza.

—¡Te quiero, Sami! —le digo, sincera.

—Me alegra que así sea.

Acompaño a Sami a casa de los tíos y lo espero en su cuarto mientras termina su tarea. Mientras, me pongo a ver caricaturas. El tío había salido, pero la tía estaba afuera, y me pareció escucharla llorar. Me levanté para ir a verla, pero Sami me detiene en el camino.

—No te vayas, Almita, quédate a acompañarme —me pide.

Yo no entendía nada de lo que pasaba, pero ese día me sabía extraño, algo no me terminaba de encajar. Sami parecía que se iba a echar a llorar, así que decidí permanecer con él, y no me moví hasta que llegó la hora de ir a casa.

—Si tan solo hubiera sido más atenta a las señales, nada malo habría pasado...

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora