45. Elora Abadie - Parte 2

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Yo, extrañamente halagada y emocionada, torcí mi cabeza, involuntariamente, hacia un lado, nerviosa y coqueta, y le sonreí antes de responderle.

—Apunta mi número, no vaya a ser que te pierdas —le respondí, con más picardía de la que me había escuchado alguna vez.

Marcel, satisfecho con la respuesta, me devolvió la sonrisa y sin demora sacó su celular, para pasármelo. Yo tomé mi celular y se lo pasé a él. Sus ojos se iluminaron y yo sentí que una risa nerviosa me reptaba por el pecho.

—Debo asegurarme que esa disculpa no se me escape —le dije, entre risas.

Él giró la cabeza y me sonrió de medio lado, ligeramente coqueto.

—Además de guapa, astuta —dijo.

Yo me prendí en colores y bajé la mirada a su teléfono para poner mi número en él. En ese momento, algo pasó, y una serie de empujones masivos se dieron debido a que alguien pasó atravesando la sala, empujando a todos a su paso, haciendo que llegara incluso hasta donde estábamos nosotros en ese momento, cerca del arco de la entrada. Caí sobre Marcel, sin quererlo, víctima de la situación. Él me agarró por los hombros, ágil como ya había descubierto que era, y me devolvió a mi eje.

Muerta de vergüenza, me disculpé.

—¡Discúlpame!

—No te preocupes —me respondió, tranquilo—. No fue tu culpa.

Sonreí y volví a su teléfono para terminar de guardar mi número. Él hizo lo mismo, y dos segundos después terminó, devolviéndome mi teléfono y yo a él el suyo. Sin mucho más que decir, me sonrió, tomó mi mano, besó la superficie de los dedos, y volvió a enderezarse para despedirse. Yo estaba roja, pero encantada con su caballerosidad.

—Un gusto —me dijo, sin soltar mi mano—, hada roja.

Nerviosa, me removí entre mi disfraz. Asentí, sonreí y me giré nuevamente hacia mi grupo, que ahora estaba más disperso y pequeño. Ezra veía al otro lado de la sala, mientras Alma me observaba con una sonrisa de guasón, pícara y divertida; me hizo gestos de aprobación con los dedos, tan disimulados como pudo. Yo, completamente nerviosa, pero complacida con esa muestra de valentía, me regodeé a mí misma. Sentí sed entonces, y me acerqué a Alma para decirle que iría a la cocina, y que los vería más tarde.

—¡Te acompañamos! —me ofreció.

—¡Claro! —confirmó Ezra.

Yo, tan cortés como pude, los rechacé.

—No se preocupen, chicos, estaré bien. Ustedes, por favor, disfruten esta noche —le acaricié el brazo a cada uno—, ya es hora de que estén solos.

Alma no insistió, y, por el contrario, me saltó encima para llenarme de abrazos y besos, emocionada de quedarse a solas con Ezra.

—Elora —me dijo Ezra—, llámanos por favor, si necesitas cualquier cosa, no importa qué, e iremos corriendo.

—Lo prometo —les dije—. Disfruten.

Ambos me dieron un abrazo antes de dejarme ir. Me giré hacia la cocina, y empecé a andar, esquivando personas, codos, manos, pies y cabezas. Solté una risita al recordar a Marcel, pero me sentí feliz.

De alguna manera logré llegar al recibidor para inmiscuirme más fácilmente en el comedor y luego en la cocina. La cocina era el lugar más libre de la casa, por lo que decidí quedarme allí un rato, para tomar un poco de aire y descansar las piernas. Tomé una de las cervezas en lata que había sobre el mesón sin abrir, y estuve a punto de destaparla, pero me arrepentí; decidí que quería probar algo más fuerte.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora