5. Aymé Couture

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Después de que dejara a Clement parado ahí ese viernes, corrí furioso y avergonzado hasta la médula, siguiendo el rastro de los dos hermanos que me acababan de abandonar a merced de la Parca de la escuela. Encontré a Ezra fuera del salón esperando que Jeannot terminara su Sándwich y Hervé su parte del jugo; estaba convencido de que él no había comido nada; eso hacía siempre: cuidaba de los demás y no de sí mismo. Jean y Hervé me saludaron con una sonrisa y un movimiento de cabeza, respectivamente, mientras Ezra esperaba a que lo alcanzara. No pude pronunciar una sola palabra para descargar mi furia por su actuar —que, en medio de todo, agradecía y me hacía muy feliz—, por haberme minimizado de esa manera. Él habló primero y después de eso no pude más que asentir.

—Promete que me dirás si Clement se atreve a hacerte algo más. Son tus problemas, prometo no meterme, debes aprender a asumir las consecuencias, Aymé —me avisó y regañó—; de verdad no diré nada si es lo que quieres, todo, claro, siempre y cuando, tu sigas entero, sin ningún golpe o maltrato— terminó de decir totalmente tranquilo sin mirarme siquiera—. Eres mi hermano, Aymé, Jean, Hervé y tú son lo único que me queda en la vida, y por nada del mundo los perderé; no permitiré que nadie los dañe.

Lo escuché atentamente sin decir palabra o asentir siquiera. Y es que ahí estaba yo, furioso por ser considerado un hermano.

Pasaron dos semanas desde que Clement hizo su promesa con Ezra y pidió mi número. Para mi sorpresa, Clement se portó, en aquellas dos semanas, como el hombre de palabra que prometió. Por supuesto que tuvimos nuestros encuentros de rabia en los que nos hablamos algo fuerte, pero nada más allá; los golpes, intimidaciones, y demás, desaparecieron; lo único que persistía de vez en cuando era la palabra «marica» o «Desviado»; nada grave, en realidad, si se comparaba con lo que hacía antes de ello. Incluso Zoe estaba sorprendida, gratamente. Recuerdo que los primeros días de la primera semana no dijo nada, tal vez porque esperaba confirmar con el tiempo que todo ese comportamiento solo era una farsa, y que, bajo esa capa de recién humanidad, había un mar de malos deseos y planes siniestros, pero para el viernes, cuando acabó la semana, se rindió y creyó en el cambio sincero de su comportamiento.

El lunes, al acabar las horas en la biblioteca, Zoe felicitó a Clement, después de ver que su comportamiento seguía intacto.

—Te felicito, pequeño, todo se puede si lo quieres— le dijo mientras zarandeaba su mejilla de un lado a otro—, espero, todo continúe de esta manera —deseó y advirtió a la vez.

Zoe parecía muy feliz: tan complacida y orgullosa como una madre, y Clement tan incómodo y medio furioso como lo estaría un hijo, y yo en medio de todo eso no podía más que rodar los ojos por los estantes, intentando desentenderme de todo aquello.

La semana dos continuó con los altos y bajos de la semana anterior, con los quejidos de Clement tras las llaves que le hacía Zoe por hablarle tan informal como siempre, y con las horas extra que eso le hacía ganar. Y yo seguía sin recibir una llamada o una orden de Clement. No entendía qué sucedía; solo quedaba una semana para terminar el año escolar; para mí, el viernes de la semana siguiente, mi esclavitud acabaría su vigencia. O eso quería creer.

El trabajo en la biblioteca parecía no avanzar. Aún estábamos rodeados de libros apilados unos sobre otros sobre las mesas y el suelo; la temperatura marcaba los 29 grados celcios ya, y lo único que agradecía de estar metido en biblioteca durante dos horas después de clases, era el aire acondicionado de allí; cada soplido que me llegaba era un respiro, me despertaba y aligeraba el trabajo.

Incluso dentro de la biblioteca, Clement y yo, seguíamos estando lejos. En realidad, no nos encontrábamos mucho; Zoe nos seguía dando labores apartadas.

O así fue hasta el miércoles.

Era principios de julio —y lo recuerdo bien porque fue el día en que nuestra relación empezó a cambiar, para bien o para mal de ambos—, fuera se habían alcanzado los 30 grados, y todos estuvimos por derretirnos en el segundo recreo. La llegada a biblioteca, después de ese caluroso día, supuso para los dos, un alivio completo, hasta que Zoe, con una inmensa expectación asomándose por su rostro, nos ordenó trabajar en lo mismo a los dos.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora