13. Elora Abadie Parte 2

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—No lo sé, Mér... —era sincera, aún no tenía muy claro por qué me había enojado, solo sabía que había un poco de celos en ello.

—Si te molesta, puedo dejar de hablar con Alma, no hay...

—¡NO! —evité que siguiera hablando— No, por favor, no, no.

Oculté mi rostro entre mis manos, desesperada, dolida, y comencé a llorar de nuevo. Esperaba que me tocara, me abrazara... que me dijera que todo estaba bien, pero no lo hizo. Y tal vez fue eso lo que me hizo tener la valentía suficiente de decirlo, o tal vez fue el dolor que me provocó su rechazo, su lejanía; no lo sabía, solo, de repente, exploté.

—Lo siento, lo siento tanto... pero me estoy volviendo loca —lloré histérica—. Llevas semanas sin voltear a verme, sin dejarme compartir contigo como antes... es... ¡es que te extraño tanto! ¡No lo sé! —subí la mirada hacia él—. Algo nocivo me nace en el pecho, Mér, no me conozco. Cuando te escuché así de feliz y me di cuenta de que yo no tenía nada que ver con esa felicidad... ¡Ay, Dios! Mér... es que te extraño tanto..., te quiero y me gustaría saber qué te sucede —guardé silencio por un momento—. Por favor, no me alejes.

—¡Elora, ya para! —Alzó el tono de su voz. No parecía un grito, pero me dolió como si fuera uno. Cuando se dio cuenta que me había asustado, se acercó a mí para acariciar mi cabello—No me pasa nada, te preocupas demasiado.

—Mér, por favor...

—Si quieres que deje de hablar con Alma, lo haré. Todo quiero, menos molestarte —rompió el contacto—. Pero, Elora —volvió a inclinarse sobre mí—, no puedo volver a lo que éramos; soy incapaz de hacerlo.

Retomó su postura y comenzó a alejarse de mí, dirigiéndose a la puerta, que aún cerrada, anunciaba su partida.

Giró la perilla, la puerta se separó un poco del marco, pero no se abrió; se quedó estático allí.

—En realidad, me cae muy bien...

La puerta se abrió unos centímetros.

—¿Te gusta? ¿Te gusta Alma? —pregunté.

La pregunta salió sola, sin mi consentimiento. No quería dejarlo ir, pero no sabía qué haría si me respondía que sí. No estaba segura de querer saber la respuesta.

Soltó la perilla. Volteó a verme con cierta risa asomándose en sus comisuras, aunque no una feliz, en realidad denotaba miseria.

—No, Elora, no me gusta..., no de modo romántico, como sé que estás insinuando.

—Pero hay alguien que te gusta, ¿verdad? —me atreví a preguntar sabiendo la respuesta.

—Sí.

Abrió la puerta y salió.

—Ve a disculparte con nuestros padres, ellos no merecen esto.

Su puerta sonó, y entonces ya no supe más de él en lo que quedaba del día.

Algo en su «» destrozó mi pecho junto con las pocas fibras de cordura y buen comportamiento que me quedaban intactas. Su «sí» aruñó mi pechó con el filo de una navaja, que, sin tregua, abrió, primero una llaga, y luego una herida similar a un cráter, que, por desgracia, no tenía ni la menor idea de cómo manejar.

Pensé entonces en los amoríos que había tenido antes mi hermano, y en por qué esos eran diferentes a la confirmación que acababa de recibir. Me di cuenta de que, si bien mi hermano había salido con chicas en el pasado, esa era la primera vez que se notaba en realidad enamorado.

Después de disculparme con mis padres, entré a mi habitación y lloré hasta dormirme. Justo después de la culminación de la novela, mi madre golpeó a la puerta, claramente preocupada, pues, ni mi hermano ni yo, habíamos querido salir de nuestra habitación. Aprovechando la repentina salida de mi padre al viñedo en el que trabajaba como gerente, y la ausencia de Méderic, se inmiscuyó en mi habitación, y así, solo fuimos las dos. Soñolienta y con los ojos hinchados, me senté en la cama con las piernas recogidas, esperando sus palabras.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora