13. Elora Abadie Parte 1

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Llegó el domingo.

Como solía suceder casi todas las semanas, Aymé iba a casa a terminar trabajos con Méderic, o simplemente a pasar el rato. Sin embargo, el Victor Hugo, el colegio de mi hermano y Aymé, había terminado clases ya, habían acabado su año escolar, por lo que no tenían trabajos que hacer; estaban, oficialmente, en vacaciones. Asumí entonces, que simplemente quería ir a pasar el rato para escapar de las manualidades que sus padres insistían en hacer cada fin de semana, arguyendo que «eso no era para él». Ese domingo no era ninguna excepción. Aymé estaría allí, no obstante, había una invitada más: Alma.

Cuando Méderic me contó que se habían encontrado y habían estado en La Cream, puedo decir que, con clara certeza, sentí celos. Aunque no sabía muy bien de qué.

El sábado en la tarde Méderic llegó de un buen humor tan claro que casi podía ver a través de él; nadie dijo nada en casa, pero verlo así era muy extraño, y más en esos últimos días, donde parecía incapaz de dormir o sonreír sinceramente; ninguno de nosotros sabía qué sucedía, pero todos notamos el cambio: Los saludos empezaron a ser más lejanos, ya casi nunca besaba en la boca, casi siempre era en la frente o en la mejilla; sus ojeras crecían con el pasar de los días, se notaba lo agotado que estaba; su humor cambió, casi no sonreía, siempre parecía ausente, no escuchaba y evitaba estar en casa lo máximo posible. Había cambiado tanto... a pesar de eso, mi madre nos prohibió a mi padre y a mi inmiscuirnos, dijo que había que dejarlo batallar solo, y cuando fuera tiempo, cuando estuviera listo, él solo nos permitiría unirnos a su lucha: «nada de molestarlo. ¡He dicho!» nos dijo a ambos.

No se lo había contado ni a Alma, quién en el poco tiempo que teníamos de conocidas, se había convertido en la mejor amiga y confidente con la que pude haber soñado jamás, pero el cambio de Méderic me dolía de una manera que ni yo misma lograba entender. Antes, cuando aún pasábamos nuestro tiempo libre juntos, solía dejar la puerta de su habitación abierta, y si yo no iba a verlo, él iba a mi habitación y se quedaba conmigo tanto como yo quisiera. Ahora solía encerrarse con seguro cada que llegaba a casa, a duras penas y cruzábamos palabra, y el único tiempo que pasamos juntos era en la mesa, en cada comida, o cuando Aymé nos visitaba.

Extrañaba a mi hermano.

Esa tarde, cuando me encontré con él para la cena, me besó en la boca, como solía hacerlo antes de su cambio, revolvió mi cabello y me contó que se había encontrado con Alma de casualidad. Ahí sentí la primera molestia, la primera quemazón, algo en el pecho muy parecido a un balazo, o a lo que yo imaginaba que se sentía uno. Luego, en medio de risas nos contó a todos nosotros las ocurrencias de Alma, la carrera hasta La Cream, y lo divertida que era ella en realidad. No pude evitar tensarme ante la emoción que mostraba su voz, al notar que ese derecho se me estaba robando, pues, antes era yo quien le hacía hablar de esa manera. Otra punzada, un poco más fuerte que la anterior, junto con un fuego que quemaba de dentro hacia afuera. Para rematar, me dijo:

—Ya no será solo tu amiga, Flor, querida.

Y cuando creí que ya nada me provocaría más celos de los que ya tenía, dijo:

—He invitado a Alma a que conozca a Aymé mañana.

Ya no tuve que oír nada más, no quería.

Intenté mantener la compostura después de eso, traté, con todas mis fuerzas que el disgusto no se me notara en la cara, que los celos no manejaran mi cuerpo y me hicieran cometer estupideces de las que, estaba segura, me arrepentiría; de verdad lo intenté, pero fue imposible. Me levanté de la mesa de golpe sin terminar de cenar siquiera, agradecí y corrí a mi habitación dejando a todos atónitos con mi actuar, mientras yo intentaba contener las lágrimas que amenazaban con salir furiosas y sin justa razón.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora