35. Elora Abadie

10 5 0
                                    

Esa mañana me levanté nerviosa a más no poder. Frenética.

Estaba aterrada.

Desde la pelea en la cafetería, decidí que no volvería a dejarme de lado nunca más; como me decía Alma, tenía que creérmelo para lograrlo. Alma no paraba de sorprenderme, de alentarme a ser diferente cada día. Ese día, tras esa pelea, enojadísima como estaba, corrí a reencontrarme con mis orígenes. Le pedí ayuda a mamá.

Esa mañana era la primera que me iba a ver con alguien diferente a los de casa. Ni siquiera Méderic me había visto, porque evitaba verme a toda costa y pasaba fuera casi todo el día. Incluso desayunaba, comía y almorzaba a horas distintas. Mis papás estaban super preocupados, y no paraban de preguntarme si sabía algo, pero yo no tenía respuesta para nada, ni para su comportamiento ni para lo que yo estaba sintiendo con toda la situación. Él tampoco daba respuesta, salía siempre con mochila al hombro con la cara cubierta de pena y no paraba de repetir «estoy bien», «sólo necesito estar sólo». O eso escuchaba yo desde mi cuarto. Él no quería verme, pues yo tampoco a él.

Esperaba que Alma no pensara que estaba enojada con ella, porque no, para nada. Al contrario. Tras ver su encuentro con Noah, quise darles tiempo a solas, sabía que lo necesitaban; además, sentía tanta vergüenza por lo que había pasado, que temía que estuviera enojada conmigo también. Su beso me sorprendió mares. No fue mi primer beso, claro, pero sí era el primero con una chica. Me tomó por completa sorpresa, y eso que no fue más que un roce de labios. Igual no me enojó, para nada. Yo idolatraba a Alma, todo lo que ella hacía para mí era una especie de ley, me permitía sorprenderme con cada cosa que decía o hacía, y me encontraba maravillada cada día con cada una de sus ocurrencias, sus datos científicos con cosas del común, como lo era un cepillo, y con cada cosa nueva que le iba descubriendo, que nos iba dejando conocer. Para mí, ella era más parecida a una maestra que a una amiga común; aprendía de ella todos los días.

Gracias a esa admiración que le tenía a ella, fue que decidí volver a lo que era, a lo que le escondía a todo el mundo fuera de casa, a lo que llevaba años escondiendo, pese a la reticencia de mis padres con el tema; si Alma había logrado sobrevivir a aquel infierno, yo iba a poder con esa minucia. Pero estaba aterrada. Era un cambio monumental.

Cuando salí de mi cuarto, Méderic ya se había ido, por lo que me desayuné rápido y salí a correr también. Era nuestro primer día de colegio, el primer día de nuestro último año.

Mamá, antes de salir de casa, notó mi manojo de nervios; sabía que yo estaba dando un paso gigante. Me dio un abrazo gigante y largo, me recargó de valentía, me susurró una y otra vez que estaba orgullosa de mí, y me dejó partir. Agarré mi bici y dando uno que otro traspié, llegué al Molière, de nuevo, sintiendo en mi estómago un revuelto de emociones, donde primaban los nervios y el miedo.

«Ay, Dios, qué he hecho», dije para mí misma una vez que estuve en la puerta.

Todos me miraban. Yo fingí no darme cuenta, y seguí hacia adentro, hacia el fondo, donde estaba mi sitio predilecto para estacionar mi bici. Quise hacerme invisible.

El timbre sonó, y todos comenzamos a correr hacia el patio, para la formación que hacían sin falta cada año, donde nos repartían por los salones y nos daban la bienvenida en ese nuevo año escolar. Yo parecía un faro en medio de todos. Ay, no...

Llegué al patio y giré por todas partes buscando a Alma con la mirada; necesitaba su valentía. Corrí hacia donde estaban los de último año, incluidos mis antiguos amigos, que me miraban con los ojos como platos. Pues claro, los entendía, yo parecía otra completamente diferente. Esquivé sus miradas y comentarios todo lo que pude a la par que seguí buscando. Para cuando la encontré, el corazón me dio un vuelco y se detuvo de golpe del alivio y la emoción. Corrí como posesa hasta el frente, donde estaba ella bostezando y pestañeando, distraída. Me le lancé encima, aliviada de encontrarla, olvidándome por completo que aún desconocía si estaba enojada conmigo o no.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora