41. Ezra Babineaux - Parte 2

7 4 0
                                    

Sonreí, complacido ante su benevolencia. Pegué mi pecho contra su espalda, y con mi dedo tracé el contorno de su mano, y, pegado a su oído, le dije:

—No te serví tu leche. Perdóname.

Ella no se volvió a verme. Giró su cabeza ligeramente para seguir aún más el sonido de mi voz, permitiendo que fueran las sensaciones las que la dominaran, pero, como siempre, manteniendo todo el dominio de su ser.

—No me hables al oído si quieres que me comporte —me advirtió. Pero yo no deseaba que lo hiciera, así que continué.

—Debo ir a revisar antes las mesas —le entrelacé los dedos y le hablé más cerca de su oído sin que se viera como algo inapropiado por un tercero. Alma se contrajo en su puesto, pero se negó a moverse—. Puedes cuidar aquí un poco más, ¿por favor?

Entonces me acarició ella la mano con sus dedos y al fin se giró a verme, borracha por mi seducción y mi ronquera.

—Será mejor que te vayas pronto —me avisó sin despegar sus ojos de los míos—. O me olvidaré que aún no somos más que amigos y te saltaré encima.

No pude evitar morderme los labios sintiendo que cada vez me era más difícil mantenerme alejado de ella, y verla de esa manera en que tanto había descubierto que me gustaba verla; no podía parar de pensar que su boca y la mía no deberían estar tan retiradas, tan separadas. Pero recordé dónde estaba, qué estaba haciendo, y me obligué a retroceder.

Le sonreí antes de soltarla.

—Ya vuelvo.

Cuando volví de hacer mis rondas por las mesas del segundo piso, y traer alguna loza sucia, salí a revisar las mesas de la calle, donde la última pareja ya se estaba levantando. Aproveché para sonreírles, agradecerles su visita y pedirles que volvieran pronto. Como el café al fin quedó solo, cerré la entrada con la cadena simple que bloqueaba el espacio libre entre las dos materas, para limpiar todo y recoger las mesas antes de volver adentro a terminar mis labores.

Al volver, encontré a Elie y Alma hablando junto a la caja registradora.

—Buen trabajo hoy —me dijo Elie al ver que dejaba la bandeja sobre el mostrador para poder llevarla adentro y limpiar—, Ezra, querido.

Le sonreí.

—Gracias, Elie. Lo mismo. Hoy ha sido un día agitado.

—¡Sí! —me respondió, emocionada pero agotada— Es más, si mi niña no nos hubiera ayudado, habríamos estado en problemas.

—Con mucho gusto, Elie. Sabes que en todo lo que pueda ayudar, con mucho gusto —le respondió ella.

—Voy a lavar esta loza y a hacer la limpieza rápido —le dije—, para irme. Hoy se ha hecho tarde.

—No, no, querido, anda. Va casi una hora más de tu hora de salida —me detuvo Elie—, hoy me encargo yo.

—No, Elie. Es mi trabajo-

—Es una orden —me cortó ella, con todo el amor que tenía.

—Pero, Elie... déjame lavar la loza, al menos.

—Hagamos algo —propuso Alma—. Yo les ayudo, Elie. Así acabamos más rápido.

—No, mi niña.

—No acepto un "no" por respuesta —nos dijo, y antes de que pudiéramos negarnos, se puso manos a la obra. Elie y yo, conociéndola, no dijimos nada, y nos pusimos a trabajar con ella, hechos risas.

Cuando al fin terminamos todo, Elie nos abrazó a los dos, recargándonos de esa hermosa energía suya, y nos plantó un beso en la cien a cada uno.

—Gracias, chicos. Vayan a descansar —nos dijo.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora