7. Alma Noa Villa

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Invité a Elora de nuevo a La Cream. Era sábado. Hacía sombra, pero el ambiente estaba tan húmedo, que me animé a salir en esqueleto. Dejé la bicicleta en casa junto con el enorme tratado de física que encontré en la Bibliothèque municipale de Colmar con gran dificultad. Sabía perfectamente que el internet y las bases de datos eran una mejor opción para buscar los temas que mi mente necesitaba terminar de entender, como el comportamiento del desplazamiento en tiempo y espacio, además de la nueva teoría que el físico y matemático Rohaln Naeirt proponía con su futuro desarrollo de modelo matemático, pero, la cosa era que amaba el olor de los libros nacido de la oxidación de sus hojas, y me negaba usar la tecnología tanto como pudiera, aun cuando la mayoría de los tratados no me daban nada que no supiera ya. No fui capaz de revisar mucho de él. Quise dar media vuelta y volver, pero debía cumplir mi invitación.

Salí a la parada del autobús que dos minutos después ya me estaba recogiendo. Le escribí a Elora un mensaje diciendo que estaba en camino y luego no despegué mi vista de la ventana.

Isacc, Gabriel o como fuese que se llamase, no volvió a aparecer frente a mí. De eso eran 3 largas semanas ya.

Algo bueno, tal vez.

En La Cream me encontré con una multitud deseosa de helados, malteadas, granizados, y cualquier cosa fría más que ofreciera Elie en su maravilloso local. Las mesas que prefería Elora en estas épocas de sol y terrible humedad, estaban ya ocupadas, por lo que me apresuré a entrar y agradecer la única mesa vacía bajo el maravilloso aire acondicionado. Aún faltaban 15 minutos para nuestro encuentro, por lo que me dediqué a observar a la multitud que se apeñuscaba frente a la nevera de helados esperando a que Elie respondiera a sus pedidos; el local estaba tan lleno y ella tan atareada y sola tras esa vitrina, que no pude evitar pensar en sugerirle un empleado de medio tiempo.

No me levanté a hacer ningún pedido para no perder la mesa, pues la gente no paraba de llegar. Esperé a Elora en silencio pensando en el hombre que insistía con meterse en mis pensamientos —sin permiso— y en su paradero; no sabía a ciencia cierta qué era lo que me llamaba de él, de un hombre mucho mayor que yo, que adornaba su rostro con cicatrices y una vida secreta, de un hombre poseedor de dos ojos aterradores y nuevos que me miraban como el todo que yo no creía ser de él. No entendía aquella vibración de curiosidad que despertaba en mí, o el nerviosismo que me invadía bajo el escrutinio de sus sublimes ojos de precioso color; tampoco por qué sentía la necesidad de mantenerlo cerca, y llenarlo de preguntas sobre todo lo que creía, él sabía de mí. No sabía qué era, pero necesitaba volver a verlo; aún debía preguntarle muchas cosas, entender el interés o valor que yo podría tener para él.

Elora llegó 10 minutos después con la frente perlada por su sudor. Entró por la puerta moviendo sus ojos frenéticamente por todo el lugar, y solo se detuvieron al ver mi mano agitarse en el aire. Sonrió aliviada y caminó hasta la mesa donde se agachó y, como siempre, me dio dos besos de saludo, uno en cada mejilla.

—¿Llevas mucho esperando? —preguntó.

—No, no, Florecita, acabo de llegar.

—¡Qué bueno! —se sentó aliviada— ¿Qué pasa hoy, por qué tanta gente?

—A veces es así de agitado por aquí, sobre todo por estas épocas —volteé a ver la heladera—. ¿Qué vas a querer, Florecita?

—Me suena a que un especial vendría bien hoy —rio.

—¡Esa es mi chica! Ya vuelvo.

Caminé hasta la nevera donde Elie atendía su último cliente, frotándome un poco los brazos que, descubiertos, estaban helados bajo el aire acondicionado. Me recargué contra la heladera y sonreí.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora