22. Méderic Abadie

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Agua salada, letra diluida.

Las hojas, ahora sucias

y arrugadas,

plasman la evidencia

borrosa de mi desdicha.

Debo preguntarme,

en medio de hipos,

por qué escogí esta

vida, grisácea y

traicionera; la vida

de las letras.

Saber escribir lo que me sucede,

al contrario de aliviarme,

me aniquila,

porque la conciencia

ya no puede ser

engañada con mentiras.

No me queda más que

llorar mi averno

a ver si entre sales

y lamentos, un

poco de rectitud encuentro.

Mér Abadie

Mamá nos dio de comer algo rápido e improvisado, pero que salvó el hambre de todos. Como siempre, la comida de mamá tenía dotes curativos, por lo que una vez terminamos de comer, nos sentimos mucho más tranquilos y serenos; Alma se hallaba soltando risitas ya al lado de mi hermana, terminando con todo lo que le habían puesto en frente. Al terminar, eran ya casi las seis; al Alma percatarse de eso se crispó y se levantó a dejar los platos rápido, agradeciendo la comida.

—Me tengo que ir, mis papás deben estar pegados al techo —dijo—. Tengo que irme a apagar incendios, uy, uy, perdón.

Mamá se ofreció entonces a llamar a sus papás para tranquilizarlos, lo que Alma agradeció. Resultó que los papás de Alma sí estaban super preocupados, porque ella se había salido sin celular siquiera, y sólo les había dejado una nota explicándoles dónde iba a estar; agradecidos por la llamada, colgaron no sin antes decir que irían a recogerla, pero mamá rechazó eso y me vio a los ojos antes de decir «tranquilos, mis hijos la acompañarán a casa». Alma hacía muecas a su lado que nos hacían reír, con los ojos hechos balones por la hinchazón.

—Señora, de la que me ha salvado —le dijo Alma a mamá—. A mí poco y nada me gusta cargar con ese aparato que llaman celular. Donde me ve, soy una científica, pero odio cualquier aparato electrónico, o sea, ¿qué va a ser de mi futuro? —sacudió la cabeza, haciendo sus poses dramáticas que ya tanto le había visto antes— De verdad, muchas gracias por haberlos llamado.

Mamá soltó una risita y le arregló el pelo, poniéndoselo tras su oreja.

—Fue un gusto, querida.

Alma le sonrió, agradecida, antes de girarse hacia nosotros nuevamente.

—No es que los quiera molestar más de lo que ya los he molestado hoy, pero si no me voy ya y no me ven llegar acompañada de ustedes dos, estaré castigada hasta la graduación.

Solté una carcajada y me levanté rápido, caminando hacia la puerta.

—Vamos, Elora, si no, seremos nosotros los castigados —reí.

Elora se levantó rápido también y caminó hacia la puerta, estirándole el brazo a Alma para que nos alcanzara. Alma corrió, no sin antes abrazar a mamá y a papá, tan efusiva como solía ser normalmente, y echó a correr junto a nosotros. Ya afuera, con el sol aún iluminando el día, echamos a andar rumbo a la Rue de Sélestat para alcanzar la Grand Rue, por donde habríamos de caminar la mayor parte del tramo; pensé en proponerles que anduviéramos hacia el paradero mejor, pero pensé en que lo mejor para los tres era caminar, así que no dije nada y me tragué mi propuesta para que quedara en el olvido.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora