6. Error

14 7 0
                                    

Desperté en el parque Champ de Mars con la cabeza dándome vueltas; no recordaba muy bien lo que había pasado, más que el haber perdido mis fuerzas, sentir la vista nublada, y, antes de caer, ver su rostro preocupado lanzarse hacia mí.

Me levanté de golpe al recordar eso, asustada de que me hubiera robado o algo peor, pero a la larga me tranquilicé; por alguna razón, su expresión y la alegría que pareció tener al verme, me decían que me equivocaba al pensar en algo malo de su parte.

No tenía ni idea quién era, de dónde había salido, o por qué había sentido lo que había sentido; me aterraba, pero a la vez hallaba una extraña fascinación que me removía hasta las fibras más fuertes en mi interior, sacándome de esa rutina, de ese aburrimiento en el que vivía metida desde hacía años.

Giré sobre mi eje, buscándole con la mirada, pero no pude verle; daba igual, podía estar en cualquier parte, al fin y al cabo, el lugar estaba repleto de turistas. Miré el reloj, eran casi las 7, el sol aún brillaba, pero ya era tarde, y mis padres no sabían nada de mí; pude imaginarlos entrar en caos, por lo que los llamé inmediatamente y me disculpé diciéndoles que me había quedado dormida en el parque por el sol que hacía. No era del todo verdad, pero tampoco era del todo mentira.

Antes de partir, recorrí el parque de extremo a extremo, con la última esperanza de volver a verle.

No logré encontrarle.

Derrotada, caminé a casa; por fortuna, estaba cerca, y en casi 20 minutos estuve allí.

Al día siguiente llegué al Molière a las seis de la mañana, una hora antes de la entrada, completamente ansiosa, buscando evadir el calor que esa mañana parecía ocultarse tras las nubes grises y mentirosas de Colmar —eran mentirosas porque sabía que, a la larga, el día se iba a despejar, y con ello, el sol saldría, mostrando sus garras, y, de nuevo la debilidad me poseería por completo—.

Con todo y eso, esa mañana me desperté con el firme propósito de mantenerme despierta las seis horas de estudio completas, participando en clases, ayudando a los maestros que, a veces, se liaban con las explicaciones, resolviendo los ejercicios, tomando notas, y cualquier otra cosa que hacía un estudiante normal; ese día tenía ganas de hacer felices a mis profesores, a pesar de la humedad presente en el aire que buscaba ahogarme con cada oportunidad.

O eso era de lo que quería convencerme.

En realidad, no había podido pegar el ojo recordando el día anterior; necesitaba respuestas, y no quería perderme cualquier oportunidad de obtenerlas. Esperaba volver a ver a ese extraño en alguna parte, reencontrarme con su mirada, con su voz, y esperar que me dijera algo más, que me diera señales, y me contara por qué me decía "uvita", de dónde me conocía, por qué me hablaba en español, o cualquier otra cosa que quisiera decirme.

No dormí nada, pero ese, más que otros días, quería mantenerme despierta, a como diera lugar.

Me bajé de mi bicicleta antes de entrar por el portón haciendo tiempo para no encontrarme con Pierre, el portero, el abuelo de todo el colegio, sabiendo que me esperaba una charla con él, como siempre que yo llegaba temprano; y no era que no quisiera hablar con él. No. Era sólo que mi mente estaba perdida en otras cosas... en otra persona.

Me quedé un rato en la portada del colegio, recargando mi cabeza contra la pared, recordando una vez más aquella mirada embriagadora, sintiendo como una esperanza tonta me nacía en el pecho; ese hombre me despertaba curiosidad, la misma que hacía mucho tiempo nadie me despertaba; algo en el fondo de mi pecho me decía que aquel encuentro no había sido ninguna casualidad; no sabía quién era, de dónde venía, o por qué sabía que hablaba español —a pesar de haberlo podido deducir de mis rasgos latinos—, no sabía quién era o por qué me miraba así, pero esperaba poder volver a verlo. Y no era para menos, pues la sensación de su mirada parecía estar gravada en mi piel como un tatuaje, tan real como lo era yo.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora