40. Elora Abadie - Parte 2

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Alma y yo llegamos a casa agotadas por el camino, y famélicas, porque ya era tarde para el almuerzo.

Mamá nos recibió con comida en la mesa. Al ver los platos, supe que Méderic aún no llegaba. Agradecí en silencio. Encontrármelo era incómodo. Desde ese día que nos encontramos en La Cream, las cosas habían cambiado un poco más, de nuevo, entre nosotros. Al menos, ahora se dejaba ver en casa, se cruzaba conmigo, aunque fuera de lejos; cuando él se levantaba de la mesa, yo me sentaba, siempre nos veíamos de lejos, pero nunca nos hablábamos. ¡Nuestros padres eran los más afectados! Habían hecho un y mil intentos de hacernos hablar, pero no lo habían logrado; ¡les teníamos el corazón roto! Pero yo no cedería. Cualquiera diría que se trataba de una pelea estúpida, pero no, estaba cansada de que otros se enojaran por mí, que pensaran cosas que yo no, y, sin embargo, hicieran parecer que así era; estaba cansada que él perdiera el control y me celara hasta con mi sombra. Yo merecía una disculpa.

Avanzamos hasta la mesa y devoramos lo que mamá nos había servido, y, sin esperar un segundo más, Alma se levantó, con los ojos pintados de ilusión, y se emocionó. Me reí, y le dije que fuera sola a ver a Ezra, que la esperaba de vuelta más tarde en casa, o que, si quería, me llamara para que la alcanzara. Alma saltó sobre mí y me llenó de besos y abrazos.

—Florecita, gracias. Eres la mejor de las amigas.

Solté una carcajada, divertida por su reacción, y por las cosquillas que me producía.

—Ve, Almita, ve —dije, en medio de risas—. Aquí te espero, querida.

Mi mamá también la veía con risas.

—¿Enamorada? Alma, querida —le preguntó mamá.

Alma se giró a verla tranquila, me soltó, se enderezó, y se inclinó sobre la mesa.

—¿Enamorada? Eso no es palabra. Estoy loca, locamente enamorada —se agarró el pecho—. Obsesionada —giró sobre sus pies—. Ni me conozco. Yo floto, suspiro, y dejo de pensar racionalmente. Y eso es mucho qué decir de mí —se detuvo a ver a mi madre, que la veía con ojos iluminados de puro romance—. Con sólo decir su nombre me crece el pecho de puro orgullo, señora. Los oídos me zumban a la par que el corazón se deshace en su puesto. Y viera lo que me pasa cuando lo veo ¡ja! Ahí sí que no soy nada, ahí soy un remedo de humano; me viera, me desconoce —le decía, en medio de su teatro—. Y peor es cuando me da la mano, ahí sí que no sé cómo es que sigo de pie y cuerda —suspiró—. No estoy enamorada, estoy enamoradísima —sonrió, algo colorada—. Pero aún no lo conquisto del todo, así que debo ir a verlo, y seguir cortejándolo.

A mi mamá casi se le salían las lágrimas, emocionada.

—Ay, querida, no lo dejes ir. ¡Ese es! Él es el indicado.

Alma corrió a darle un abrazo a mamá sobre sus brazos, dejándola inmóvil.

—¿Verdad que sí? —Alma le plantó un beso en la mejilla. Mamá sonrió— Gracias por el almuerzo. Y por dejarme quedar el fin de semana —liberó a mamá y se hizo hacia atrás—. ¡Vuelvo más tarde!

Giró en su eje, me dio un beso y abrazo de despedida, salió corriendo a ponerse los zapatos en la entrada, y antes de irse corriendo hacia Ezra, se detuvo y nos lanzó besos con la mano, enamorada. Mamá y yo reímos y le enviamos unos de vuelta.

Me quedé hablando con mamá un rato antes de subir a mi habitación. Quería recostarme un rato, además de refugiarme antes de que Méderic llegara. Se me hacía extraño que aún no llegara, pero lo pensé como una ayuda divina, para no encontrarnos y hacer las cosas más difíciles. Me escabullí escaleras arriba, me bañé la boca y corrí a mi habitación a quitarme mi uniforme y ponerme algo más cómodo y más abrigado. Me senté sobre la cama, estirándome un poco, antes de dejarme caer; quería dormir un poco.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora