33. Ezra Babineaux - Parte 2

6 5 0
                                    

...

O de eso me quería convencer, al menos, para no sentirme infiel o rastrero, al darme cuenta que su retrato pintado en mi mente ya no era tan necesario, y que su voz ya no sonaba a caramelo en mis recuerdos, ni sus ojos brillaban como estrellas.

Porque llegaban esos ojos, ese poder, y esa sonrisa traidora que me absorbía, y la mente se me quedaba en blanco; Alma era poseedora de un arma muy poderosa, y, lo peor, era que la sabía usar.

¿Y Lucie? ¿Dónde quedaba Lucie? ¿No me había convencido acaso de que la amaba? ¿Cómo era posible que alguien a quien no había visto más que un puñado de veces, desplazara el sentimiento que yo estaba convencido de tener por otra persona? No lo sabía, pero sí entendía que Alma provocaba en mí reacciones de naturaleza casi volcánica, que me hacía sentir desnudo, y, a la vez, me hacía desear ser visto más, que me minimizaba los pensamientos a sólo ella, a esos rasgos suyos tan especiales y a esa mirada feroz y sincera. Cuando la veía a los ojos, y ella me veía a mí, sentía que no había nada más a mi lado, me perdía en aquellos pozos profundos, y, aunque erupcionaba en vergüenza e intimidación, y debía repetirme mil veces que el hombre era yo, no podía evitar pensar que me gustaba la manera en que me miraba.

Y por eso me llené de una ligera decepción, al ver que esa mirada suya podía embelesarse por alguien más. Por Noah.

Recordé también el alivio que me dio escuchar las palabras de Noah, y mucho más su promesa.

Pero, ¿y Lucie? ¿No quería yo acaso a Lucie?

¿Me preocupaba que besaran a Alma acaso? No sabía por qué, pero lo cierto era que sí, que sí me importaba.

Esperé hasta la hora del cierre, pero Alma no fue.

Nunca llegó... y yo no podía estar más decepcionado y ligeramente celoso, al darme cuenta que ella estaría con él, con Noah, seguramente.

Así que corrí a casa de Clement a recoger a mis hermanos, a verlos al fin, para volver a nuestro remedo de hogar. Y me dolía llevármelos de ese lugar seguro, no poder protegerlos mejor, pero, al menos, ahora tenía amigos con los qué contar. Cuando al fin los vi, sentí paz, los rodeé con mis brazos, incluido a Hervé que siempre era tan reticente a las muestras de cariño, y no fue sino hasta entonces que pude liberarme de Alma, y sacarla de mis pensamientos.

Esa chica ejercía mucho poder sobre mí.

Mis hermanos estaban encantados con Méderic y Clement allí, jugando, sobre todo Hervé quien, al fin, tenía un rato para comportarse como un adolescente normal, pegado a la consola, riendo a carcajadas, divirtiéndose. Nunca lo había visto así. Ni yo me había visto a mí mismo así. Tanto Hervé como yo tendíamos siempre a acoplarnos a Jeannot, divertirnos con él, según su ritmo, según sus risas... Jeannot era el centro de nuestra existencia, y por eso nunca nos divertíamos con lo que nos divertía a nosotros, porque, para empezar, no sabíamos qué nos gustaba o nos divertía a nosotros mismos, así que, por más que lo intentáramos, no sabríamos qué hacer, y por eso, hacíamos lo que a él le divertía en un fútil intento de recrear nuestra niñez con nuestros padres vivos, haciendo su niñez menos amarga.

Jeannot estaba pegado a Aymé; siempre lo había querido mucho, y lo admiraba. Fueron ellos los que me abrieron la puerta. Jeannot se escondía tras Aymé, tímido. Sin embargo, en cuanto me vio, saltó sobre mí, emocionado, feliz de verme, y me quitó de encima cualquier cansancio que pudiera tener. Aymé me hizo pasar, cargando a Jeannot en brazos, y subimos las escaleras hasta entrar al cuarto de Clement. Fue allí que vi a Hervé hecho risas, comiendo papas de paquete, en medio de Clement y Méderic, que jugaban algún shooter con él.

—Buenas noches —saludé—. Hola, chicos, gracias por cuidarlos hoy.

Hervé soltó el control, se levantó de inmediato, y se fue a saludarme. Como cosa extraña, me dio un abrazo, abrazando así también a Jean que seguía colgado a mí.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora