14 . Méderic Abadie - Parte 2

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—¿Siempre son así? —preguntó Aymé.

—No me lo vas a creer —respondió mi hermana evitando vernos, buscando cumplir su promesa—, pero esta es la tercera vez que se ven —rio.

—¿De verdad? —exclamó asombrado— Pareciera que se conocen de hace años.

—Lo sé —ambos voltearon a vernos al escuchar un grito en español de Alma que ninguno entendió—. Es su magia —reconoció, señalando a Alma—. Tiene ese poderoso don.

Aymé no lo entendió inmediatamente, pero mi hermana decía la verdad. Alma resultaba poderosa en muchas formas y maneras, todas igual de impresionantes y curiosas. Resultaba fácil y, extrañamente adictivo, estar a su lado.

—Pues a mí me parece muy rara —admitió.

—Ya lo entenderás —rio Elora—, te lo aseguro.

Después de un gran forcejeo, Alma y yo, admitimos el empate y, agotados por la pelea —ella más que yo—, nos tumbamos sobre mi cama ahora desordenada, respirando agitadamente.

La cordialidad que invadía la existencia de Elora, nos sonrió como luz, cuando, revolviendo nuestro cabello desordenado, nos preguntó si deseábamos algo de tomar. Los dos, agotados, acariciamos su mano y respondimos a la vez «¡oui, s'il vous plaît!». Salió de allí con Aymé pisándole los talones.

Fue entonces que al fin estuvimos a solas, y tuve la oportunidad de preguntarle.

—¿Qué te pasa hoy, Alfa? Estás rara.

—Siempre lo estoy —se rio apesadumbrada; sabía perfectamente de lo que le hablaba.

—Tú sabes de lo que hablo.

—Lo sé.

—¿Entonces? Cuéntame.

—Es que no sé qué es lo que me pasa —admitió.

—Pues cuéntame qué ha pasado desde que nos despedimos ayer, a ver si así entiendo algo. Cuando nos despedimos no tenías la cara que tienes hoy, así que algo debió pasar en estas horas.

—¿Y si me pongo a llorar? —preguntó.

—No me imaginaba que alguien como tú llorara, pero después de la cara que te he visto esta mañana, no me queda duda —estiré mi brazo para despeinar su cabellera lisa un poco más—. Puedes llorar, sí es lo que necesitas.

—Pero esta mañana me ha costado mucho poder detenerme —admitió.

—Entonces hablémoslo más tarde, cuando te vayas a casa. Nos encontraremos en el lugar que quieras.

—Promete que no le dirás a tu hermana. Estoy segura de que sí le cuento, llorará más que yo, y seré yo quien deba consolarla. No quiero verla triste.

—Lo prometo.

—Es una tontería.

—No lo es sí te tiene de esa manera.

—Mírate, también puedes hablar bonito —se burló—. Tienes sentimientos.

—Lo mismo digo. Además de cerebro, tienes sentimientos.

Se sentó de golpe.

—¿Me estás buscando pelea otra vez, Méderic Abadie?

—¿Qué? ¿Otra ronda, Alma Noa Villa? Oye, que nombres más largos tienen ustedes los latinos.

En ese momento, la madera de uno de los escalones superiores rechinó y delató a Aymé y a Elora. Cuando entraron al fin armados de dos vasos de jugo cada uno, se encontraron con que Alma y yo estábamos en medio de una pelea nuevamente, solo que esta vez, Alma se encontraba completamente derrotada bajo mi agarre. Elora, enojada, pegó un grito y me obligó a soltarla, y a dejar de enterrar mi puño en su cabeza a modo de castigo.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora