39. Aymé Couture - Parte 1

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Ese viernes era especial.

Especial de muchas maneras. Y, triste de muchas otras.

Ese viernes, Clement, Zoe y yo, terminábamos, por fin, la biblioteca. Eso significaba muchas cosas, entre ellas, que dejaría de pasar tanto tiempo con Clement. No sabía si eso me hacía sentir bien o mal, porque, de alguna manera, me había acostumbrado mucho a su presencia, a andar de aquí para allá con él, ocupándonos de nuestros asuntos, como si la camaradería que nos unía fuera única e inigualable; ambos habíamos aprendido uno del otro, aprendíamos a diario. Clement se había convertido en mi amigo, en un buen amigo. Y, a pesar de que Ezra y su familia nos unía, algo me hacía temer, porque creía que podíamos perder cercanía; eso también significaba que volvería a enfocar toda mi atención en Ezra, en lo mucho que me gustaba y lo quería. Y eso era terrible, porque justo estaba olvidándome de ese sentimiento, diluyéndolo en el aire; justo estaba superándolo y aceptando esa unión tan poderosa que existía por alguna razón entre Ezra y Alma sin sentir que saltaría sobre ella y le arrancaría los ojos de celos —se salvaba porque me caía bien; y porque Ezra la quería; yo sabía que así era, aunque no me hubiera dicho mucho de ella. Como siempre, era muy reservado con respecto a esos temas—; al fin me estaba haciendo consciente de que no podía hacer nada, que nunca iba a ser correspondido. Clement y yo no lo habíamos hablado aún. Yo quería convencerme de que yo le caía a él tan bien como él me caía a mí, y que eso significaría que seguiríamos juntos, a pesar de perder una de las cosas que nos unían.

Otra de las cosas que significaba el fin de esos días era que tendría muchísimo tiempo libre, y que dejaríamos de estar con Zoe, quien, a la larga, se había convertido en una amiga más.

Todo eso era lo malo, o lo triste.

Sin embargo, lo bueno no era menos.

Al fin, después de casi dos meses, de todas nuestras vacaciones, y de todos nuestros tiempos libres, ¡al fin! Terminábamos esa biblioteca. ¡Al fin! Al fin volvíamos a ser libres.

Por eso, ese viernes, cuando nos reunimos todos en el recreo, avisamos que, probablemente, no podríamos ir a ver a los hermanos. Porque quisiera Zoe o no, eso debíamos celebrarlo, y debía ser con ella.

—No hay problema, chicos —nos respondió Ezra—, ellos pueden quedarse solos, así era al principio. Además, tienen el celular que les diste, Aymé, pueden llamarme —nos sonrió. El Ezra de ahora era más accesible, más blando, menos oscuro—. Gracias por ayudarnos siempre.

—Yo voy más tiempo hoy—dijo Méderic—, no hay problema.

—¿Entonces puedo seguir contigo las clases de lucha? —preguntó, Hervé.

—¡Pues claro!

—¡Eh, Hervé! —se quejó Clement—, si me cambias así de fácil, no volveré a enseñarte.

—Deje la pataleta, señorito —me dirigí a Clement, sabiendo lo que hacía—. Tu tranquilo, Hervé, a él le gusta que lo idolatren, como buen señorito que es.

Hervé se carcajeó.

Clement me empujó.

—¿Por qué siempre te vas contra mí, Aymé? —preguntó, falsamente ofendido.

—Nunca, señorito, yo sólo quiero que sea mejor cada día —me reí—. Clement, eres muy "molestable".

—Esa palabra no existe —se quejó Ezra, divertido.

—¡Claro que no! —respondió Clement, defendiéndose— Soy el más fuerte de todos. ¿O no, Hervé?

Hervé y él chocaron las manos, cómplices.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora