26. Ezra Babineaux

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Entré completamente avergonzado a la cocina en busca de Elie a pedido de Alma, rogando que la vergüenza se me esfumara del rostro para que ella no se diera cuenta y preguntara, pero sabía que era imposible. Debido a las palabras de Elie decidí darle una oportunidad a Alma, de conocerla al menos, sin embargo, nada había podido avanzar porque ella desapareció de pronto, y como un huracán, llegó a mi vida, casi la destruye con la ansiedad que me generó, y luego desapareció por completo, trayendo un poquito de sol, arrepentida por sus daños. Pero luego volvió ese huracán un mes después, y, aunque esta vez no causó estrago alguno, me generó la misma sorpresa, la misma fuerza y ansiedad; pero, contrario a la primera vez, en esta ocasión había regado el terreno con diversión, incomodidad, vergüenza, adulación y mil emociones más que hasta a mí me tomaban por sorpresa; ella era un huracán, sin lugar a dudas.

Yo no entendía nada.

Llevaba un mes de trabajar en La Cream, y, extrañamente, me sentía mejor que antes. Seguía sintiendo nervios de dejar a mis hermanos a la deriva, solos en casa, pero con el celular que nos había prestado Aymé, logramos mantenernos en contacto; mi casa no se hallaba lejos de mi trabajo, y si tenía que salir a correr, no era problema, porque no tardaría mucho en llegar; por fortuna, aún no había habido la necesidad de esto, porque, de alguna manera, el destino parecía estar colaborando con nosotros también, y Gauthier, si no estaba fuera de casa la mayor parte del día, no volvía en días, por lo que no tuve que someterme a ningún estrés mayor por algún tiempo. Incluso las discusiones con Gauthier habían mermado un poco; al parecer, mi trabajo de medio tiempo había contribuido a ello, pues él debía darnos menos dinero, y de alguna manera, eso también le mantenía a raya.

Además de las bendiciones que parecían inundar mi vida desde que conseguí el trabajo, Elie aportaba algunas más, al menos a nivel emocional. Su modo de ser era tan fresco, tan inmensamente amoroso, que sin falta cada día me llenaba de un amor y una ternura abismal con tan solo estar junto a mí; eso había contribuido también a que yo tuviera muchísimo más amor que dar a mis hermanos, a que estuviera de mucho mejor humor, a que pudiera soportar mucho más las presiones, y a que el miedo no fuera el único que manejara mi vida.

Me sentía muy bien, a pesar de todo; entusiasmado, ligeramente esperanzado; al fin, después de años de una densa sombra, pude ver un poco de luz y esperanza al final del túnel de penumbra en el que estaba viviendo.

Todo eso se lo debía a Aymé. No. Incluso a Méderic y a Elora también, porque fueron ellos los que, en un principio, transmitieron el mensaje a él; debía agradecerles apropiadamente.

En la cocina me encontré a Elie algo liada con las mezclas de las tortas del día, pero tarareaba feliz, igual que cada mañana. Al escucharme, se giró y me dedicó una de esas sonrisas energizantes que poseía; ella no sabía todo el bien que podía hacer con una de ellas... no lo sabía, pero se lo agradecía siempre sin falta. Al verme, Elie se sorprendió, y supe que había notado la vergüenza pintada en mi piel.

—¿Qué te pasó, Ezra? Estás colorado —preguntó, divertida.

—Alma ha llegado —respondí, abochornado—, me ha pedido que te llame para saludarte.

—¡Oh! Volvió mi niña... —comenzó a limpiarse las manos para salir.

—Sí, más audaz que nunca —dije, desviando la mirada y rascándome la nuca.

Elie soltó una risita baja y me dijo:

—¿Qué te ha dicho? Seguro nada malo si te tiene así de colorado.

Me sentí tan expuesto y obvio, que no pude más que colorearme más, viéndome tan carmesí como la sangre. Nervioso, me rasqué la nuca.

—No sé cómo tratar a gente así, me intimida un poco —acepté—... pero, si te soy sincero, me cae bien. Me gusta cómo me mira y me habla.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora