31. Noah Athiel - Parte 2

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Ezra se volteó a verme, sorprendido con mis palabras. Elora apretó la mandíbula, y la vi diciendo mil hechizos en su mente para lograr hacerse invisible allí.

—¿Por qué dices eso? —me preguntó.

—Porque besé a Noa —solté.

—Uf... ya veo por qué te la vas bien con Alma.

Elora apretó los labios para no soltar una risita nerviosa, y siguió moviendo los ojos entre nosotros a medida que hablábamos, esperando ser invisible para cuando todo hubiera finalizado.

—Te doy mi palabra de que no la volveré a besar en la boca —le dije, sincero—. Es la costumbre.

Ezra levantó las cejas en sorpresa absoluta. No dijo nada.

—Eso sonó horrible, perdón.

Elora se llevó las manos a la boca y se hizo hacia atrás, incomodísima. Quería echar a correr. Pero, a la vez, quería volverse una mesa más, una silla, una hoja de los arbustos, o un arbusto, ¡lo que fuera!, con tal de seguir presenciando aquello.

—Ok, ok, mejor ahora explico yo de dónde conozco a Noa y porqué, para evitarnos mal entendidos, digo, y para que no veas con malos ojos a Noa —vi a Ezra a los ojos, estudiándolo—. Ya te dijo que le gustas, ¿verdad? Ella no se guarda nada.

Ezra se coloreó como tomate, y Elora, que también era frágil a la vergüenza, se coloreó el doble.

—Ni tú tampoco —me dijo Ezra.

—Bueno, por eso quiero tanto a esa chica... nos llevamos bien —me reí—, aunque eso se me pegó más de ella —acepté. Suspiré—. Separarnos fue lo mejor y lo más duro que he hecho en mi vida.

Elora y Ezra me vieron, locos, los pobres tenían la cabeza con confeti para entonces. No dijeron nada, sólo se quedaron allí, esperando que yo hablara y le diera forma a aquella historia, para que pudieran triturar las mil teorías que ya tenían en mente.

Sin darles más espera, empecé a contarles de dónde la conocía y porqué nació todo, cómo me hacía un bobo entero en ese entonces, y cómo seguía siendo uno cada que la veía, cómo me dio ese beso junto a su árbol y cómo nos reímos como bobos por la coincidencia de nuestro nombre-apellido. Les conté cómo nos pasábamos las tardes bajo los árboles, bebiendo del sol y del frío por igual, hablando de física o de nada a la vez, como nunca pusimos nombre a nuestra relación, como siempre fuimos amigos, y de alguna manera, siempre lo seríamos. Porque a ella y a mí nos unían lazos invisibles; sabíamos que estábamos hechos el uno para el otro, pero a la vez, que estábamos destinados a ser amigos, porque sí, porque eso se siente, porque uno sabe cuándo no se habla del amor de la vida, pero sí de un ser especial. Pero que, a la larga, siempre nos habíamos comunicado con besos en la boca, y que, eso, de alguna manera, era natural para nosotros, no sabíamos cómo ser de otra manera.

—Fue mi primer amor, y lo será siempre —expliqué—, y la quise y quiero con locura, no crean; sé, de alguna manera, que eso siempre será así. Y dejarla me rompió de mil maneras posibles, y, de alguna manera, lo sigue haciendo, a pesar de que ya pasó un año, pero luego comprendí, con el pasar de los días y meses, que todo fue mucho mejor así. No fuimos novios, nunca lo llamamos así. Pero, si te das cuenta, fuimos todo, fuimos más que novios, y aunque todo haya terminado ya, sé que estaremos el uno para el otro siempre.

La expresión de Ezra para entonces se había suavizado por completo. A medida que yo contaba cosas, él asentía, sin darse cuenta, seguramente, y le iba cambiando la mirada, se le transformaba, se le iba la rigidez del cuerpo.

—Así que no pienses mal de Noa —pedí—. Ella y yo, seguramente, seguiremos comportándonos así, tomándonos de la mano, andando de aquí para allá, compartiendo cosas, alimentos y ese amor suyo por la naturaleza y los árboles. Yo seguiré siendo igual, y ella conmigo también, hasta que encontremos otro modo de comportarnos, de ser amigos. Entiende al menos mi punto de la historia; ella, seguramente, luego te dirá el suyo —pedí a Ezra.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora