42. Alma Noa Villa - Parte 2

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—Samuel me pide que te diga que te quiere muchísimo, que siempre te habla con el sol —movió la cabeza, confundida—, no le entiendo bien, pero me dice que tú sí le entiendes —sonríe—. Se está riendo. Está muy feliz. Me pide que te diga que te agradece que lo quieras tanto, y me pide que te pida perdón, que lo disculpes, porque nunca quiso que las cosas pasaran de la manera que pasaron, que necesita que te perdones, porque eso no era algo que tu podías evitar, ni mucho menos algo de lo que fueras responsable —comencé a llorar y me llevé las manos a la boca para tapar mis sollozos. La señora buscó un pañuelo desechable en su bolso y me lo tendió—. Me pide que te diga que no lo llores más, que no tienes por qué sufrir por algo que él hizo, y que todo lo que te escribió en la carta, es cierto; te ama infinitamente. Me pide que te diga que recuerdes que siempre que lo necesites, asistirá a ayudarte —Me sonrió, comprensiva—. Quiere que por favor sueltes esa carga, y que continues con tu vida, porque tu misión en este mundo es inmensa y poderosa.

Yo estaba anonadada, bloqueada por todo lo que acababa de escuchar, sintiendo que todo se me revolvía por dentro...; su muerte aparecía ante mis ojos de nuevo. El último abrazo que le di lo volví a sentir. El corazón se me estaba yendo al suelo.

—«Siempre serás mi hermana». «Eres lo mejor que tengo en mi vida» —aquellas palabras me revivieron el día en que lo perdí, porque fue lo último que me dijo él. Supe entonces que era él quién hablaba, pues esas palabras sólo las sabíamos él y yo.

Rompí en un llanto más severo, y no me importó que estuviera en una iglesia. La señora se me acercó y me rodeó con sus brazos, y pude sentir claramente, el abrazo de Sami. Me aferré a ella como si la vida se me fuera en ello, y me perdí en los recuerdos. La señora no me soltó hasta que yo lo hice, y sé que pasó tiempo, porque yo lloré hasta que, de alguna manera, sentí que toda la culpa que llevaba años guardando conmigo se diluía con cada una de esas lágrimas.

Entendí entonces que ese no había sido un mensaje cualquiera, y que en realidad me estaba brindando sanación. Ese encuentro no era casualidad. Lo sabía. Ese encuentro hacía parte de la respuesta por la que había orado.

Solté a la señora y me limpié las lágrimas. Sentí el corazón despejado, limpio, ligero, por primera vez en años. La señora me acarició el brazo, reconfortándome.

—Lamento hacerte llorar —me dijo—, pero sé que necesitabas escuchar eso.

Negué con mi cabeza sin dejar de limpiarme las lágrimas del rostro a punta de refregones. Me soné con el pañuelo que me había dado y cuando sentí que era capaz de hacerlo, le respondí.

—¡Gracias! —agradecí sincera, más fuerte de lo que debía— Se lo dije; yo lucho con este mundo, porque no es algo que puedo comprobar científicamente, pero él se encarga siempre de recordarme que es real. ¡No lo puedo negar!

—Con todo el amor —me respondió la señora.

—¡Que don más bonito tiene usted! —le dije, sincera— No me presenté, lo lamento —estiré mi mano hacia ella—. Usted ya sabe mi nombre, pero, igual, mucho gusto, Alma Noa Villa. Por favor, recuérdelo, porque usted no sabe, pero me ha salvado el día de hoy, y por eso mismo, yo estaré en deuda con usted de por vida.

La señora soltó una risita y tomó mi mano.

—Mucho gusto, Alma. Yo soy Suzette, sólo Suzette. Me alegra haber podido ser un camino para tu sanación.

—Le puede decir a Sami que yo también le quiero muchísimo, ¿por favor?

Suzette soltó una risita de nuevo y me dijo:

—Ya se lo dijiste. Ya te escuchó. Él siempre te escucha. Él y Dios, y a todos los que le hablas. —me acarició el brazo de nuevo, sonriendo—. ¿Sabes, Alma? Este mundo, como le dices tú, no es nada ajeno a ese científico que tanto amas. Tú debes ser consciente que todo está unido en este mundo. Todo. Sólo debes entender de qué manera. Esa es la verdadera duda, más no si existe uno y el otro no.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora