—¿Hace cuánto llegó? —le pregunté.
—Casi una hora. Quedó desmayado en el sofá, pero se levantó hace poco, y agarró la puerta a patadas.
—Vámonos de aquí —le dije—. Agarra una muda de ropa para ti y para tus hermanos, y vámonos de aquí. No voy a esperar a que pase lo peor, Hervé.
—Pero va a enloquecer, Aymé —susurró.
—¡Vámonos!
Una patada a la puerta sonó entonces, haciendo que nos crispáramos todos, incluido Jeannot que estaba tapando sus oídos con tanto ahínco que ni había notado mi llegada.
—¿Dónde mierda está Ezra? —gritó Gauthier afuera, completamente ebrio.
La cara de Hervé era terror puro para entonces.
Nadie respondió, así que siguió derecho y dejó la puerta en paz.
—Ni creas que te voy a dejar aquí —le advertí—. Alista una maleta rápida, voy a llamar a Ezra.
Hervé asintió y se volvió hacia la habitación, a rebuscar todo lo que podía, tan rápido como podía. Saqué mi celular y marqué a la heladería.
—La Cream, buenas tardes —saludó Elie.
—Elie, soy Aymé, discúlpame que llame ahora, pero hay una emergencia en casa de Ezra.
—Ay, Dios... Ay, Dios, Ezra, querido, ven rápido —la escuché decir.
—¡Aymé! —la voz de Ezra ya estaba completamente empapada de terror para entonces.
—Ezra, escúchame bien. Llegó Gauthier. Voy a sacar a tus hermanos de aquí, está ebrio como una cuba, y está violento.
—Ya voy para allá —me avisó—. Gracias, Aymé.
Colgó.
No pude evitar pensar en la cena del día anterior, en que, si hubiera llegado un día antes, nos habría encontrado allí, metidos en ese cuarto, a todos allí, cenando, y aquel momento mágico para mí, habría sido, en realidad, una terrible pesadilla. No quería pensarlo, pero igual lo hice. Si eso hubiera pasado, habría sucedido lo peor.
Hervé me pasó una maleta con las cosas y zarandeó a Jeannot para que lo viera.
—Vamos, Jean —le susurré, cuando al fin me notó allí. Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Vámonos, los pondré a salvo, pequeño.
Jean saltó a mí en cuanto escuchó lo que le dije y me dio un abrazo, aun cuando la ventana nos separaba; su hermano lo ayudó a salir, yo lo recibí. Hervé y él empezaron a llorar, pero, tan silenciosos como pudieron, salieron por la ventana y me alcanzaron afuera, más cerca de estar a salvo.
Cuando Hervé terminaba de salir, otra patada aterrizó la puerta, y luego otra, seguida de gritos y quejas ininteligibles por el grado de alicoramiento que tenía Gauthier. Nos crispamos los tres. Comencé a empujarlos en dirección a la salida, previendo lo peor. La puerta seguía siendo pateada y empujada; por fortuna, la cómoda servía de tranca.
Tanto ellos como yo estábamos aterrados.
Logramos alcanzar la cerca tan sigilosos, que parecía que no hubiéramos estado allí nunca. Ezra venía corriendo en la esquina. Cuando nos alcanzó al fin, dos segundos después, tomó a Jean y a Hervé, y corrió con ellos y conmigo hasta la esquina, donde aguardamos un segundo. Ezra estaba aterrado, no sabía qué hacer. Yo tampoco, así que hice lo primero que se me ocurrió.
—Vamos por aquí —les dije.
Subimos derecho por la Rue des Bonnes Gens hasta alcanzar el cruce con la Rue Billing. No se me ocurrió otro lugar seguro.
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Bitácora de Alma: Komorebi
RomanceA simple vista, la vida de Alma Noa Villa, una colombiana radicada en Colmar, pareciera ser perfecta y despreocupada. Inteligente, conocida por todos, pero amiga de nadie, goza su soledad, y la disfruta siempre bajo su árbol. No obstante, nadie sab...