19. La Cream -3

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Justo entonces, la puerta se abrió, y Elie salió por ella con dos malteadas de diabetes en las manos. Elora, sintiéndose extraña, pues, sentía acababa de recibir una gran lección, cambió su expresión, y dejó en el olvido la tristeza repentina que amenazaba con hacerla lagrimear.

—¡Elie! ¡Me estaba derritiendo! —se quejó Alma.

—Mi niña, sigo sin entender por qué soportas tan poco el sol —respondió Elie mientras ponía frente a ella el vaso gigante con la malteada extra dulce que Alma había pedido.

—El calor, Elie, no el sol. En mi país no hay estaciones, y la ciudad donde vivía era fría la mayor parte del tiempo, o sea, no, sí hacía sol, y calor, pero nada como esto, ni remotamente parecido. La temperatura más alta eran 25 grados centígrados y eso era algo rarísimo; esos días no salía a la calle. Mi cuerpo creció y aprendió a apreciar el frío, no el calor.

Elie puso el otro vaso frente a Elora.

—Aquí tienes —dijo Elie—, bienvenida a La cream, espero te sientas a gusto, puedes venir siempre que quieras, tendré un lugar para ti y para Alma siempre que vengan.

Elie tenía esas sonrisas cálidas cargadas de bienestar y tranquilidad. Ir a La cream era como haber reservado una semana entera en un spa en medio del bosque con todas las atenciones; un spa sustentado en la buena música, el café, el dulce y el contacto humano. La combinación de lo agrio del café y el dulzor de los helados y golosinas con la sonrisa 'quita males' de Elie, lograban en cada persona que visitaba el local, una sensación de tranquilidad liquida, casi palpable, haciendo que salieran de allí renovados y felices, con un peso menos en el pecho, incluso si tenía una gran carga encima. La cream era, a la larga, un tratamiento homeopático donde su principal ingrediente era el amor.

Antes de que Elora pudiera responder, Alma habló:

—Apura, Elora, prueba. Si te da un coma diabético, yo te llevo al hospital.

No sabía muy bien a que se refería, así que solo asintió y sonrió antes de probar el manjar, para sus ojos, que esperaba frente a ella.

La malteada era tan espesa que, en un principio, siempre tenían que empezar con una cuchara a digerirla, si no, la misión podía tornarse engorrosa y casi imposible. La primera cucharada repleta de esa creación café jaspeada de colores, entró a su boca con un poco de duda y presión por los dos pares de ojos que esperaban ansiosos una reacción. Una explosión de sabores sucedió en su boca, tan potente y concentrada, que por un segundo se sumergió en el sabor de sabores que sus papilas acababan de conocer. Completamente satisfecha, segundos después, dejó salir de su boca un sonido que de lejos muchos podrían confundir, y cerró sus ojos, con justa sorpresa, perdida en la sensación.

—¡Mmmm! —Exclamó deleitada— ¡Está perfectamente dulce! ¡Qué delicia! —soltó otro gemido de placer por lo que acababa de probar.

Elie y Alma rieron.

—Sabía que te gustaría, Flor.

—Me alegro que te guste —se detuvo—... disculpa, ¿cómo debería llamarte, querida?

—Elora —respondió antes de meterse otra cucharada del manjar que acababa de probar a la boca—, Elora Abadie, mucho gusto.

—Bien, Elora, espero la sigas disfrutando —sonrió Elie—, espero verte pronto aquí de nuevo.

—Vendré, claro que sí. Muchas gracias.

Alma volteó con la boca chorreada de malteada a ver a Elie antes de que se perdiera en el interior.

—Te lo dije, Elie, la haría clienta fija —rio.

—Me alegro mucho, mis niñas. Ahora, si me disculpan, volveré adentro.

—Gracias, Elie —dijeron las dos al unísono.

No volvieron a hablar hasta que, cerca de un cuarto de la malteada había desaparecido en sus bocas como por arte de magia.

—¿Cómo es que sabe tan rico? —preguntó Elora con el éxtasis aún vivo.

—Las cosas que se hacen con amor, calientan el corazón, Elora, lo alegran, le dan un sabor y dulzor único —respondió Alma con la boca llena, ignorando el hecho de haber hablado como una anciana sabia, como si tuviera una historia de 80 años encima de sus hombros.

—Gracias por traerme a este lugar —Elora soltó su vaso por un momento. Se concentró en la persona que tenía al lado—, de verdad, muchas gracias —Hacía muchos años no era tan sincera con alguien que no fuera su familia; se sentía muy feliz, tanto que sintió la necesidad de decirlo.

Alma dejó un bocado a mitad de camino al comprender lo que le quiso decir su nueva amiga; en algún momento de su vida, ella también se sintió así de agradecida con la presencia de otros en su vida, en su diario. Elora no lo sabía, ni se lo imaginaba, pero Alma la comprendía más de lo que podía imaginar, Alma cargaba con un pasado no tan sencillo como todos creían; no siempre fue tan fácil.

Miró a Elora a los ojos.

—¿Dónde quedó la chica que se agarraba las mangas y hablaba con voz temblorosa hace unas horas, Elora? —Rio— Mira que no eres tan tímida —esta vez sonrió—, eso me gusta —se llevó la cuchara llena a la boca y guardó silencio por un momento.

—Alma... —se sonrojó Elora.

—Gracias a ti por aceptar mi invitación, Florecita —confesó Alma sincera sin despegar la mirada del contenido que disminuía cada vez más rápido dentro del vaso; no la quería incomodar.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora