7. El principio de una amistad

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A las once en punto, el timbre sonó igual que todos los días para avisar a cada persona en el Molière que el descanso había llegado, dejándolos libres para comer, correr, dormir, o lo que fuera que quisieran hacer. En mi caso, me desperecé, y, como siempre, caminé hacia mis preciados árboles, que, movidos por un viento refrescante, dejaban caer en el suelo verde y frondoso algunas hojas aún con vida.

Caminé por el pasillo hasta alcanzar la salida, esperando hallar un cielo igual de nublado que el de la mañana, pero sólo me encontré a uno muchísimo más despejado y un clima considerablemente peor. Respiré hondo, y sentí claramente esa humedad llegar a mis pulmones; eso, ciertamente me exasperaba. Pero todo se arregló en cuanto alcancé mi árbol, mi preciado Haya.

Cansada, me apoyé contra el árbol, entre sus gigantes raíces y sus grandes recovecos que parecían abrazarme, en respuesta al abrazo que yo, sin falta, le daba todos los días. Cuando al fin estuve cómoda sentí su saludo; el Komorebi estaba precioso, excelso, en lo alto, galante, entrando por cada tramo libre de hojas y ramas, dibujándome ese traje moteado que tanto me gustaba, con el que al fin podía sentirle y escucharle. Cerré los ojos y me permití recordarlo, revivir todo; con eso, sin embargo, reviví mi error de la mañana. Entonces, con cierto secretismo, volteé mi rostro hacia el gran tronco, hasta dejar mi boca lo más pegada posible a la corteza que prometía escucharme con atención, y, con toda la devoción que pude reunir, le pedí, en susurros, el favor de cumplir el deseo que mi corazón gritaba desde la mañana con mi gran error:

«Por favor, que aquel hombre no venga al colegio, y si viene, que nadie lo descubra».

No sabía que era esa sensación en la boca del estómago, esa mezcla de ideas en mi cabeza, no entendía qué era eso, pero sabía que tenía que volver a verlo, necesitaba volver a hablarle, a ver sí, con eso, lograba entender un poco la sensación que me había marcado. ¡Nunca nadie me había visto de esa manera! Nadie. Ni mis antiguas parejas, ni mis amigos, ni mucho menos mis padres. Nadie, absolutamente nadie. Solo él. Por eso necesitaba saber quién era, de dónde venía, qué quería y cómo sabía que yo estaría por ese lugar. Apoyé mi frente contra la corteza, susurré el último «por favor» y finalmente lo liberé de mi secreto.

Mi árbol, el árbol al que yo siempre iba, era el árbol más mágico que había encontrado hasta ese momento. Era un Haya, Fagus sylvatica, una especie nativa de Francia que, aunque puede encontrarse en otros países de Europa, fue, para mí, una gran revelación, un regalo muy preciado; desde el primer momento en que lo vi, me enamoré.

El Fagus sylvatica es una especie caducifolia que puede crecer hasta 40 metros, está lleno de hojas ovaladas y corteza gris, tan grande e imponente que no tardé en obsesionarme con él. Busqué tanto... ¡leí todo! Todo lo que debía conocer, yo lo sabía; todos los estudios, yo los había leído; casi parecía una experta en botánica. La especie de árboles de por sí era mágica, pero quizá lo que influyó que mi amor y obsesión se acrecentaran fue que en mi país de origen no había estaciones; había sol, viento, lluvia, o granizo, o, por qué no, podían estar presentes todos, a veces, en un mismo día; siendo eso algo aún más mágico. Sin embargo, cuando no se tienen las estaciones, se desea vivir en algún lugar que sí las tenga, o al menos ese era mi caso.

En Colombia también había árboles con características caducifolias. A ver, en todas partes los hay. Sin embargo, no como ese, no con la magnificencia que ese me representó, ni mucho menos en medio de la ciudad —o el pueblo, como lo era Colmar—; al menos no que yo hubiera visto. Y por supuesto que muchos árboles perdían sus hojas en Colombia, pero eran nada comparados a ese; nunca como ese; o quizás sí, pero por el amazonas, y yo nunca había tenido el placer de visitarlo. Por eso ese árbol me impactó tanto quizá, o quizá era porque le sentía a él mucho más cerca de mí, como antaño.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora