37. Alma Noa Villa - Parte 2

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...

Me dio otro beso en la boca antes de soltarme y enderezarse.

—Ay, Alfa... —se chocó con la sombrilla. Solo hasta entonces se dio cuenta de ella— ¿Y esto?

Suspiré y bajé la mirada.

—Volvió a aparecer... por el que conozco a Clement.

Méderic se enderezó aún más, defensivo.

—¿Qué te hizo? ¿Dónde está? —giró sobre sus pies a ver alrededor, buscando posibles sospechosos.

—Nada. Me puso la sombrilla en la mano y se fue.

—¿Quién es? ¿Te hizo algo malo antes?

—En realidad no, no me hizo nada —suspiré, derrotada—. Es difícil de explicar. No sé quién es..., la verdad no sé nada de él.

—¿Cómo te encontró? Alma, ese tipo es peligroso —dijo, preocupado, mirando aún hacia todas partes.

—Mér, mira, no lo sé —pateé el aire y sacudí la cabeza—. Pero bueno, vamos a hablar tú y yo primero, ¿sí? ¿Te sientes mejor ahora?

Méderic volvió a poner su expresión triste y a hundir sus hombros, olvidando por completo al Warilü.

—Ya lo sabes, ¿verdad? —preguntó, desviando la mirada, mordiéndose las mejillas, avergonzado— Sé que ya ataste cabos.

—Quiero que me cuentes tú todo.

—Alma, no es fácil decir algo así —la barbilla le temblaba—, reconocerlo. Es ridículo.

—No, en realidad no lo es; en el corazón nadie manda. No te des tan duro.

Méderic se mesó la cabellera y terminó halándolo, desesperado.

—Es mi hermana, Alma, ¡mi hermana!

—Méderic, no comparten sangre.

Se giró sobre sus pies, y se salió de debajo de la sombrilla, volviendo a mojarse aún más. Caminaba de un lado a otro, quemando hasta la última neurona en él, buscando respuestas.

—Pero es mi hermana, ¡mi hermana! ¿Entiendes? Crecí con ella. Soy un enfermo, Alma.

—No lo eres, no digas estupideces.

—¿Ah no? —gritó— ¡AH, CLARO! Yo puedo ir en cualquier momento a decirles a mis padres «amo a mi hermana, denme su mano», y de lo más normal lo aceptarán, ¿cierto? —se giró hacia mí, alterado—. ¡No digas estupideces tú! Esto que siento es un delito, ¡mierda!

Ni me inmuté, sabía lo difícil que era esa verdad para él.

—Mér, oye, no.

—No ¿qué? —entrelazó sus dedos entre su cabellera, halando, arrancando, seguramente, uno que otro cabello. Dejaba salir una que otra lágrima y quejido, cada palabra o casi palabra le hacía arrugar más el rostro, contrariado— Alma, soy incapaz de verla sin sentirme así, sin querer besarla y después apuñalarme por hacerlo. Sentí que me iba a desmayar al verla allá, con el pelo naranja y al hombro, con esas pecas suyas que tanto me gustaron siempre; yo vivo con ella, Alma, vivo con ella, y, aun así, no sabía de su cambio. ¿Lo entiendes? —se limpió las lágrimas y se mordió el labio inferior tan fuerte que creí que lo haría sangrar— Alma, no sabes lo que siento de sólo saber que me la puedo cruzar en la casa; no sé cómo lo he hecho, pero llevo evitándola casi un mes, y, sinceramente, no sé qué me hace más daño, sí verla o no. Pero, sí tengo clara una cosa, y es que eso dañaría a mi familia, y sé que esto es lo mejor para todos, el que yo me mantenga alejado.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora