30. Alma Noa Villa - Parte 1

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Ese sábado me quedé de encontrar con Méderic y Elora para ir a La Cream, alegándoles que quería ver a Ezra. Los dos se habían echado a reír y aceptaron sin problema. Sin embargo, quedamos de hacer otros planes también; ir a caminar, aprovechando las nubes, e ir a perder el tiempo un rato en algún PS o X-Box que se nos pasara por el frente. Llegué al palacio de Elie al tiempo que ellos, por lo que ninguno tuvo que esperar. Ese día me sentía muy alegre, cómoda en mi piel, feliz de estar allí. Sentía que al fin la vida se me salía de aquella cancerosa monotonía; y, aunque no tenía nada que ver con la ciencia que tanto anhelaba en mi vida, sí sentía que la vida se me empezaba a pintar de colores más vivos.

Me lancé sobre Elora, feliz de verla, y me restregué contra ella como si fuera un gato, haciéndola reír; le planté dos besos en cada mejilla, y cuando terminé, me giré hacia el grandote que ya me esperaba con los brazos abiertos, con su pose de chico popular y su sonrisa debilita rodillas; aunque no funcionaba conmigo, yo era inmune a su encanto. Me abandoné en los brazos de la Bestia y me aguanté el apretón que siempre, sin falta, me daba en un abrazo; cuando ya me bajó y me soltó de su agarré, me tomó la cara, como siempre, y abandonó —como siempre— los dos poderosos besos con los que solía saludar; a mí, al menos.

—¿Entramos? —preguntó Elora, algo tímida.

La tomé de gancho y con el brazo libre la abracé.

—¿Por qué eres tan bonita? —me restregué contra ella de nuevo, encantada— Para mí es imposible ser así de bonita —dije, sincera.

Elora se coloreó hasta las orejas y soltó una risita.

—¡Ay, Alma! Que boba —se rio—, si aquí la bonita eres tú.

La solté de mi agarre y la vi de frente esta vez, con el ceño fruncido; esa chica debía empezar a creerse lo maravillosa que era. Le tomé el rostro entre las manos antes de hablarle.

—Elora, tienes que creértela, de verdad. Te voy a cambiar ese chip, hasta que puedas ver toda esa belleza que posees.

Méderic puso su mano sobre mi cabeza, y la dejó allí.

—Sí que lo harás —me dijo él—. Espero que lo hagas, de verdad.

Como siempre que hablaba de Elora, de sus cualidades o similares, el ambiente se ponía extraño. Evitando sumirnos en ello nuevamente, dejando el misterio para otro momento, guardando mis cualidades de Sherlock, sacudí el rostro de Elora suavemente entre mis manos, que andaba colorada y avergonzada a más no poder; la solté, y me di vuelta rápido para entrar. Empecé a caminar, a la vez que les gritaba «¡vamos!», y fue entonces que todo comenzó a pasar muy rápido.

Desde antes de entrar, visualicé a Ezra; casi podía verlo en mi memoria, por dónde andaba o por dónde caminaba, cómo hablaba... seguía sin explicarme qué me gustaba tanto de él, pero me gustaba, y eso era algo innegable. Otra cuestión innegable era que yo lo intimidaba, y, de alguna manera, lo hacía sentir incómodo; decidí que aquello no sería un limitante sino un aliciente, y que de esa manera intentaría, a la vez, ser menos Alfa, como decía Méderic, y no ser tan intensa en mi actuar con él. Debía ser inteligente, manejarlo con prudencia...

Giré el pomo en mi mano, sintiendo a Méderic y Elora siguiendo mis pasos, muy de cerca. Abrí la puerta, teniendo la vista ya fija en las vitrinas, en esos mostradores que acorazaban a mi objetivo, buscándolo con la mirada. Allí lo hallé, y aun cuando mi propósito era dejarle "respirar" de mi sofocante actuar, no pude evitar verle con intensidad, transmitiéndole mi llegada, aun cuando estaba de espaldas, y no había manera de que supiera que era yo. Comencé a sonreír, tan contenta como no me reconocía desde hacía tiempo, sintiendo que, de alguna manera, "la hora de cazar" había llegado. Y no era que Ezra fuera una presa, pero sí debía cazarlo, debía conquistarlo... no me iba a sentar a esperar que se prendara de mí, ¡yo creaba mi realidad!

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora