12. Alma Noa Villa - Parte 2

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Fue una súplica, una muy clara y contundente. Necesitaba que se detuviera, pues, mi cuerpo empezaba a sentirse como si el aire le estuviera siendo arrebatado, y estuviera siendo aplastado por alguna fuerza invisible que, lejos de hacerme sentir terror, despertaba un extraño placer. Tenía miedo de cómo me comportaría allí si seguía presa de esa sensación.

Me ignoró y continuó hablando.

—También te dije que te necesitaba más de lo que aparento —volvió a decirme.

—Entiendo, pero por favor, deja de verme de esa manera.

—¿Me puedo sentar contigo? —preguntó, ignorando, nuevamente, mi petición.

—Igual te vas a sentar si digo que no —respondí.

No dijo nada. Solo se sentó, apoyó sus codos en la mesa y se quedó observándome a mis libros y a mí. Pretendí poder continuar con mi lectura, pero su mirada, sus ojos sobre mí, me ponían nerviosa, desembocando así, en un "cero" de concentración.

—¿Cómo me encontraste? —pregunté, a pesar de casi tener claro, me respondería con una mentira.

—Te seguí, por supuesto.

—Ya... —respondí, restándole importancia.

—¿Y...? ¿no vas a decir nada? ¿No quieres salir corriendo?

—¿Quieres que le avise a la policía? —pregunté. Crucé mis brazos sobre mi pecho y le mantuve la mirada. Empezaba a cansarme de su juego.

Guardó silencio.

Su reacción no cambió en ningún momento, ni siquiera su pose relajada, que seguía casi que echado sobre la mesa, sin quitarme la mirada de encima. Afortunadamente las mesas de nuestro alrededor estaban casi vacías; en ese punto, no tenía mayor idea de cómo podían llegar a suceder las cosas.

El hombre del callejón, como decidí llamarlo, no despertaba en mi ningún pensamiento negativo, ninguna alerta, a pesar de estar rodeado de enigmas y dudas sobre su repentino interés en mí. Lo que sí hacía era molestarme. Y no necesariamente porque su presencia fuera desagradable para mí. No. Sino porque sentía que lo único que quería, era jugar conmigo, aprovechándose de mi corta edad y molestarme. Y eso, fuera quien fuera, no lo pensaba permitir.

—Ya te dije que no te quiero hacer daño, Uvita... —dijo al fin.

—¿Entonces qué quieres? —pregunté claramente molesta— ¿Por qué apareces ahora, después de casi un mes?

—Tuve que irme un tiempo, Uvita. Además —clavó su mirada mucho más en mí—, no lo crees posible ahora, pero tú sola lo entenderás, te lo prometo —enderezó su postura sin retirar su mirada de la mía—. No puedo decirte —confesó—, necesito que lo descubras tu sola.

—¡Es que es extraño! —levanté demasiado la voz, ganándome unos sonoros «SHHHH» de los demás lectores y visitantes. Bajé el tono de mi voz hasta hacerla casi un susurro— No te entiendo, —terminé de reprocharle, completamente roja por haberme ganado un nuevo regaño en aquella biblioteca.

El hombre del callejón, se dio cuenta que, por el tipo de conversación que estábamos por llevar, la biblioteca era el lugar menos ideal. Por esto, antes de levantarse y salir, me hizo una nueva pregunta:

—Uvita, ¿te apetece caminar?

Le vi con el ceño fruncido, molesta, porque preguntaba algo a lo que ya sabía la respuesta. Ahí pensé en lo astuto que era, y en lo molesta que me ponía su actuar, y, sin quererlo mucho, encontré el nombre adecuado para él:

—¡Walirü! —le dije levantándome ya camino a la salida.

—¿Qué? —me preguntó.

—Walirü —repetí—, ya que no me quieres dar tu nombre, así te voy a llamar.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora