43. Méderic Abadie - Parte 2

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—¿Tú crees? —Dijo, desentendido Ezra. Clement me sonrió desde su puesto sobre Aymé, instándome a seguir mi ataque.

—Claro. Tú sabes que a Hervé le hace falta salir...

—Exacto —habló Aymé, zafándose de Clement para ir a darle un ligero sacudón a Ezra. A Clement se le arrugó el ceño por un segundo—. Hazlo por Hervé —Aymé mordió fuerte y se obligó a sonreír—, y por Alma... y por el más perfecto niño del mundo, Jeannot.

—Pero es que es muy arriesgado —insistió Ezra, haciéndonos poner los ojos en blanco.

—Ezra, mira, mi casa está justo a 5 minutos caminando. Si corres, ¡más rápido llegas! Va a ser un suspiro. Jeannot puede quedarse en mi cuarto, si no quieres que esté en otra casa, lejos de ti. Si no, puede quedarse en casa de Méderic y Elora, que también está muy cerca, y podemos tomar acciones rápidas —Clement caminó hasta Ezra y Aymé y les pasó sus brazos por los hombros de cada uno, apretándolos amistosamente—. Ya no están ustedes dos solos, ¿recuerdan?

De verdad que ver a ese Clement me dejaba mudo. O sea, Aymé había cambiado, sí. Pero Clement, ¡puf! Clement había tenido un cambio muchísimo más grande: de ser el idiota más grande del mundo, había pasado a ser uno de nuestros mejores amigos.

Aymé giró su rostro para encontrar la mirada de Clement y le sonrió, abiertamente, verdaderamente feliz... y, de nuevo, no quería pensarlo, pero... ahí estaba.

—Señorito, ¡qué bonito habla! —le dijo Aymé a Clement, provocando que él le diera un ligero empujón.

—No, pero es cierto, Clement. Todo lo que dices —dije.

—Chicos, ¡gracias! Gracias por esa perfecta amistad que me brindan. Ustedes son familia.

Todos nos miramos y nos lanzamos sobre Ezra.

—Ya, viejo, ríndete. No tienes razón alguna para negarte —dije.

—¡Hecho! —Vitoreó Clement antes de salir a correr— Voy a ir a darle la noticia a Hervé.

—Guau... una fiesta. De verdad que eso es impresionante —dijo Aymé—. Sólo he estado en una y salí borracho como una cuba.

—Bueno, yo nunca he estado en una —dijo Ezra—, así que... veremos qué tal es.

—Será magnífica, ya verán. La voy a planear con Clement.

—No, pero hagámoslo entre todos —intervino Ezra.

—Claro, al fin y al cabo, es nuestro regalo para Elora también —dijo Aymé.

—Ok, sí —dije—, pero, la verdad, para este miércoles, quería comprarle, al menos, una torta y llevarla a tu casa, Ezra, y en la noche que llegues del trabajo, le cantamos el cumpleaños y se lo celebramos. ¿Qué dices? Que sea todo sorpresa. Yo la llevaré desde casa.

—Perfecto. Yo tendré todo listo con los chicos —dijo Aymé.

—Gracias, viejo.

—Pero, me imagino que Alma quería hacer algo especial, ¿no? —dijo Ezra.

—Bueno, ya lo vamos a hacer con la fiesta del 31 —le dije—. Mira, Babineaux, tú preocúpate por esta tarde, cuando la veas (porque sé que la verás), de intentar sacarle qué es lo que se trae entre manos —ya le había contado lo loca que andaba en biblioteca, investigando algo que no quería decir a nadie, desde ese día en que la acompañé a la iglesia—; está loca, de verdad. Y ni a Elora ni a mi nos dice nada. «Respuestas, busco respuestas», es lo único que me dice, como robot.

Ezra soltó la carcajada. Aymé torció los ojos y levantó los hombros.

—Está loca —dijo Aymé—. ¿Qué esperabas?

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora