8. Noah Athiel -2

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Cuando dieron las once, y fue capaz de encaminarse hacia el árbol gigante que resguardaba a la chica a la que iba a ver del viento frío que pasaba por el lugar, creyó que se iba a desmayar. El corazón le andaba como locomotora, y su andar empeoraba con cada paso que lograba dar hacia el frente al que no estaba seguro de poder llegar en pie. Era invierno, los termómetros marcaban los 3 grados centígrados, y el viento no hacía otra cosa más que helar todo aún más, pero Noah sentía tanto calor, que casi deseaba deshacerse de la inmensa chaqueta que le cubría. Sus rodillas temblaban, aunque no por el frío, y sus manos no paraban de moverse entre los bolsillos de la chaqueta que evitaba quitarse. Sus nervios iban en aumento. No sabía qué le iba a decir, o cómo, o qué haría en caso de que ella le rechazara. Quedaban pocos metros para el encuentro, sintió que ya no podía respirar, la presión era cada vez mayor. Su garganta pareció cerrarse. Una gota de sudor le surcó la frente, no sabía qué hacer con sus manos, ¿qué rayos le diría?

Detrás suyo, abandonados en la cancha, enfundados en sus bufandas, gorros y chaquetas, sus amigos le miraban confundidos. Restaban no más de cinco pasos para que las palabras no tuvieran más remedio que empezar a salir y aligerar su pecho, solo unos pasos más y, al fin, la tendría cerca, la vería de frente, y haría el ridículo al balbucear lo que muchas veces ya, había ensayado en su cabeza. Se detuvo frente a ella esperando que notara su presencia y decidiera bajar la vista de la nada que para él representaban las ramas desprovistas de cualquier abrigo que ella parecía adorar.

Cuando bajó sus ojos de noche y se encontró con los suyos de mar, los nervios terminaron de invadirle, y, como venía sospechando, fue incapaz de decir palabra. Su boca se abrió en un intento de pronunciar un saludo torpe, pero cuando sintió que ningún sonido salía —aún si era lo que él quería—, la cerró de golpe. Un silencio incómodo los rodeó, y por más de dos minutos, fue lo único que allí existió. Sus miradas seguían juntas, unidas por la invisibilidad, cuando Noah, al fin, pareció su voz recuperar.

—Hola —dijo firme.

Los labios de Alma se separaron, pero de su boca no salió sonido alguno. Lo siguió mirando.

—Soy Noah, Noah Athiel, estoy en último año y —paró un momento, su voz estaba temblando un poco—...y me preguntaba si puedo robarte un poco de tu tiempo.

En el mismo momento en que Noah dejó de hablar, Alma, sin poder contenerse un segundo más, se dejó poseer por un impulso de risa que le nacía en el centro de su estómago y reptaba por las paredes de sus cavidades hasta alcanzar la salida. La carcajada fue más fuerte de lo que deseó. Al darse cuenta de que Noah parecía avergonzado y ofendido, detuvo su risa de golpe, se secó las lágrimas que se le habían alcanzado a escapar con sus guantes aún puestos, y, finalmente, retomó el habla, adoptando un gesto de disculpa que él aceptara y lo arrepintiera de darse la vuelta y volver por donde había llegado.

—Hola, hola. Lo siento. Mucho gusto —estiró la mano, sin el guante color café—, Alma Noa Villa—Volvió a soltar una risita.

Fue entonces que Noah entendió la risa de Alma. Ella tenía su nombre en su apellido. Rio con ella al entenderla, pero estaba más concentrado en su mano a la espera de la suya. La inquietud nacida de la simple vista y el futuro con aquella mano le recorrieron el cuerpo, y esta vez la risa que se le escuchaba era de puros nervios. ¡La tocaría! ¡La tocaría! La tocaría, y él estaba tan nervioso que no se creía capaz de mantenerse en pie.

—Alma Noa, ¿eh? —Rio él con la ansiedad invadiéndole hasta los cabellos— Que interesante —confesó.

Su mano se estiró al fin y tomó la de ella, aún algo tibia, con la delicadeza que creyó ella merecía. Su risa se convirtió en una sonrisa. Sus sentidos se deleitaron con el tacto de sus pieles, con el peso de su mano liviana y pequeña. Todo hasta qué, sin tener muy claro cuantos segundos o minutos llevaba en silencio disfrutando de ello, Alma detuvo su risa y retiró su mano, rompiendo el contacto y el sueño en el que parecía haberse sumido Noah. Se le colorearon las mejillas, la vergüenza ahora era quien le atacaba. La observó en silencio, con una sonrisa torcida e incómoda.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora