2. Elora Abadie

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Mis amistades nunca fueron muchas; incluso, debo decir, nunca las tuve. Desde aquel día en ese jardín de niños con aquel acto vil de esa niña a la que duras penas la vida le había mostrado algo de todo lo que conllevaba soportarla, mi vida se vio truncada, y por alguna razón, dentro de mí todo se vio limitado por la aceptación.

No puedo asegurar ante nadie que mi primer sentimiento hacia Alma el día en que la vi por primera vez, fue de admiración. No, para nada. Debo aceptar, para mí misma con vergüenza, que lo primero que sentí fueron celos seguidos de un profundo dolor. Ese día, por primera vez fui consciente del verdadero fiasco que era mi vida, de la mentira que yo misma me había creído, y de lo terriblemente sola que me sentía, aun si estaba rodeada de gente. Ver a Alma en ese pasillo rodeada de gente que rogaba su ayuda de manera tan sincera, y luego verla bajo aquel árbol disfrutar de su absoluta soledad, me recordó todo lo que una vez quise ser y que por miedo abandoné; me recordó la humillación a la que me sometía día a día voluntariamente, y me hizo pensar en lo que sería mi vida si no hacía algo para enderezarla. Ver a Alma en ese árbol sacó de mi pecho toda esa tristeza que llevaba escondiendo desde niña sin ser consciente. Me sentí miserable, mentirosa, vacía, y, en medio de todo, malvada.

Luego, cuando las semanas fueron pasando y el tiempo se hizo viejo, vino la admiración. Deseaba tener su fortaleza, no tenerle miedo a esa soledad que la empapaba, y al parecer, la hacía tan feliz; me imaginaba saludándola, caminando a su lado, superando mis miedos, siendo tan libre como ella. ¡Anhelaba tanto su paz! Al principio fue suficiente verla desde la lejanía, desde mi rincón de falsedad y comentarios sin valor, soñando con tener la valentía de arreglar mi vida.

Pero me volví codiciosa.

Ya no bastaba con verla y fantasear que algún día tendría el valor de dejar mi venenosa mentira para ser tan libre como ella. No. Ahora deseaba, anhelaba con tanto ahínco, que no fue difícil darme cuenta que jamás había querido tanto algo en la vida; deseaba tener su valentía y su resolución para alejarme de ese mal llamado «aceptación» que me colmaba y ahogaba a diario; quería poder probar, al menos un poco, aquello que a ella le sobraba: seguridad.

Después de un tiempo más —por no decir meses—, de estar observando a quien ahora sabía, se llamaba Alma, y ver su paz y tranquilidad con su ser, escuchar a "mis amigas" se tornó insoportable. Me tuve que preguntar más de una vez cómo fui capaz de tolerar esa mentira durante tantos años; cada comentario se me antojaba estúpido y sin sentido, cada paseo, cada charla, cada palabrota se volvieron vulgares y aburridos. Y entonces me di cuenta de que no quería eso para mi vida, que quería poder hacer algo para cambiar ese destino lúgubre y cavernoso que yo misma había estado construyendo.

Con el pasar de las semanas y meses empecé a desear ser su amiga, cruzar palabra con ella, y comprobar todo aquello que yo imaginaba que ella era, con más fervor que antes, al punto que no podía pensar en algo diferente; eso también lo empecé a demostrar a mis "amigas", indirectamente. Fue entonces que esa llama de valentía nació en mí ,y poco a poco empecé a cambiar a como quería ser de verdad, a mostrarme cada vez más "extraña" —o al menos eso me decían los demás, tan acostumbrados a otra versión de mí—.

Las charlas con "mis amigas", salidas y reuniones se empezaron a extinguir lentamente, tan despacio que cuando me di cuenta, ya había pasado un año. Me quedé sola al cabo de unos meses más. Tenía amigas de salón, pero pasaba el recreo sola bajo la inmensidad del edificio de artes. Sin duda, mi mentira se había reducido. No obstante, aún fingía asco a los insectos, desprecio al sol, y sonreía falsamente divertida por cualquier comentario vulgar entre clases, y, lo que era mucho peor, seguía negando mi naturaleza, mis raíces, mi pasado.

Pero entonces todo cambió un día, uno en que me encontraba harta de todo y de todos, de sentirme miserable por ser yo, y de seguir viviendo aquella vida que yo odiaba.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora