17. Buen director

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En la dirección se respiraba una mezcla de miedo y odio. El veneno presente en el aire afectaba hasta al director rechoncho hundido en su silla de cuero viejo que se revolvía incómodo ante el paisaje que a él se le revelaba. Los dos estudiantes frente a él estaban destrozados, llenos de sangre seca y moratones.

—¿Y bien? ¿Alguno me dirá que pasó allá afuera? —frunció el ceño. No le extrañaba encontrar a Clement en su oficina, pero, sin duda, sí a Aymé.

Aymé y Clement se miraron de reojo, con las caras reventadas, adoloridas, llenas de sangre, inflamadas y moradas por los golpes, convencidos de lo que pasaría si decían la verdad. Así que, poseídos por el don de la telepatía, hicieron, mentalmente, las paces momentáneamente. Se pusieron de acuerdo con las respuestas como si llevarán ensayándolo semanas, como si se conocieran de toda una vida, como si supieran lo que iba a decir el otro y pudieran anticiparse a todo. Sus miradas no se cruzaron más de 10 segundos, lo suficiente para establecer su corta pero necesaria complicidad.

—Nada que tenga mayor importancia, director —respondió Aymé—, solo fue una pelea, nos provocamos con malas palabras y así terminó.

—Es como él dice —confirmó Clement—. Director, en realidad solo se trata de una pelea más.

—Usted se calla, Clement Faucheux. Ya se me hacía extraño no tenerlo por aquí, era un hecho demasiado bueno para serle sincero; a veces creo que yo mismo llamo los problemas, de verdad. Pero luego recuerdo que lo tengo a usted matriculado en esta escuela, y sé que no es así —el director tomó un largo respiro—. No quiero escuchar ni una palabra salir de su boca, ¿me entendió, señor Faucheux? No hasta que yo le pida hablar—sentenció. Volteó a ver a Aymé—. Usted es otro asunto, Señor Couture, nunca creí tenerlo por aquí. Dígame la verdad, ¿qué le hizo Clement? Usted no es de actuar así, Aymé, en todos estos años, nunca he tenido una queja de parte de nadie hacia usted.

Aymé. Conque así te llamas, basura —pensó Clement.

—¡Oiga! ¿Qué tal si fue él el que me hizo algo a mí? —se quejó Clement.

—¡Que se calle, Faucheux! Una palabra más y llamo a sus padres para contarles que su hijo estará suspendido por una semana y tendrá matrícula condicional —amenazó el director haciendo que Clement cerrara la boca de golpe—. Quiero pensar que ustedes son adultos pensantes y pueden tomar decisiones por cuenta propia; me he dado cuenta, al menos con usted, Clement, que amenazarlo con sus padres y generarle una torre de castigos, no hará que cambie en absoluto, así que quiero cambiar de estrategia: no quiero involucrar a sus padres, que sé así lo prefieren, pero lo haré si me obligan.

Clement se crispó. Sus padres, una suspensión y una matrícula condicional no eran una buena combinación, eso definitivamente no le convenía en lo más mínimo. Para empezar, le quitarían los entrenamientos, lo obligarían ir a disculparse, y estaría castigado de por vida. Además, la cara de sus padres sería todo un poema de guerra y dolor, no quería ver eso. Con suerte ellos ni se darían cuenta de su ojo inflamado y colorado, o de su nariz rota o su labio reventado; casi no los veía, aún podía salir bien librado. Asintió y bajó su cabeza ya más calmado.

—¿Y entonces, Aymé? ¿Me dirá la verdad o tendré que llamar a sus padres para informarles de su suspensión? —preguntó el director.

—Ya se lo dije, señor. Empezó con un insulto estúpido, luego otro, y otro más. Entonces todo se tornó más serio, y cuando nos dimos cuenta ya nos estábamos peleando.

—Ya —dijo el director poco convencido—. Pero eso no me explica por qué estaban ahí metidos.

—Usted ya lo debe saber, pero igual le contaré. La pelea empezó abajo, frente a la cancha, pero, para que nadie se diera cuenta y no fueran a decir nada fingimos que nada pasaba. Luego, subimos las escaleras y vimos aquel cuarto. Este colegio no es muy grande, no hay muchos sitios donde se pueda escapar de las miradas. Nos metimos ahí pensando que nadie nos vería y podríamos alzar la voz de ser necesario, creyendo, como no, que solo íbamos a discutir. Ahí empezamos a pelear, luego llegó la profesora, y todo lo demás ya lo sabe. Eso es todo.

Aymé tenía buena reputación entre los profesores debido a su infinito carisma. Eso, y el hecho de que parecía ser un excelente mentiroso, ayudaron a que el director creyera su versión. No había dicho mentiras, pero tampoco contó toda la verdad. No mencionó los verdaderos motivos ni mucho menos al pobre de Paul, quién, sin él saberlo, seguía llorando en el baño del tercer piso.

Clement lo vio de reojo y con la mirada le agradeció.

La ira de Aymé, que le hervía hasta su sangre, desapareció de pronto mientras mantuvo los ojos y los recuerdos en esa mirada. Para sus ojos, y los de muchos allí, Clement Faucheux no era más que otro cuerpo sin cerebro. Nunca pensó que un idiota —como el que pensaba era Clement—, pudiera dedicarle una de esas miradas. Allí tuvo una certeza, una que nunca había llegado siquiera a imaginar: Clement era mucho más de lo que mostraba. Sus motivos para odiarlo desaparecían con una mirada como esa, y eso, por supuesto, le hacía enfurecer. Así que miró al frente, al director, a quien no consideraba muy listo y muy apto para el puesto, y lo ignoró por completo.

—Muy bien. Digamos que les creo. ¿Qué es lo que harán a cambio de evitar la suspensión y la llamada de sus padres? —preguntó el director.

Clement fue el primero en responder.

—Lo que usted quiera, de verdad, cualquier cosa menos eso.

Aymé, sorprendido por la expresión de Clement, se demoró un segundo en responder. Alzó los hombros, en realidad no le importaba si lo suspendían o si llamaban a sus padres.

—Muy bien, veamos... ¿qué me apetece que hagan en la escuela? —Se dijo a sí mismo el rechoncho jefe de la institución —¿Qué cosa podría ser? ¿Qué será?

En ese momento el director sonrió recordando las labores de limpieza y renovación de espacios que se estaban realizando en la escuela. Sobó sus manos emocionado ante el ahorro que su ayuda representaría; había contratado a una empresa para hacer la renovación y/o adecuación de varios espacios, pero aún faltaba la biblioteca y la organización de todos los libros y estantes. Cada libro necesitaba ser clasificado, ordenado, puesto en su sitio; cada estante tenía que ser movido y re acomodado. En definitiva, era mucho trabajo. El trabajo perfecto para esas dos almas descarriadas frente a él.

—¡Lo tengo! —Sonrió— Verán, como ya saben, estamos adecuando diferentes partes del colegio, renovando e innovando. La biblioteca tiene cientos de libros, pero ninguno de ellos tiene una clasificación. Así que, ustedes me estarán ahorrando unos cuantos euros con esto.

En ese momento agarró el teléfono y marcó a su secretaria.

—Madeleine, por favor, llame a Zoe, dígale que venga de inmediato a mi oficina.

—Sí señor.

Aymé y Clement se miraron sin saber que decir. Si el director pensaba ponerles el trabajo que ellos creían, definitivamente, les esperaba un largo mes, o incluso mucho más de trabajo. Faltaba poco para que él año escolar acabara, ¿y si tenían que asistir en las vacaciones de verano? ¿Verse siempre? Debían temer lo peor.

—Ustedes dos serán responsables y hablarán con sus padres, les contarán lo sucedido y el trato que hemos hecho hoy. Si alguno aún quiere hablar conmigo mañana, aquí los atenderé. Para comprobar que hayan hablado con ellos, quiero que traigan firmadas unas notas que les daré explicando lo que hicieron a sus padres, ¿entendido?

—Sí señor —respondieron al unísono.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora